10.31381/iusinkarri.v11n12.5171

Artículos de investigación

Las palabras de la guerra: cuatro días del octubre chileno de 2019

The words of war: Four days of the Chilean October 2019

Camilo Arancibia Hurtado

Universidad de Valparaíso, Valparaíso, Chile

Contacto: camilo.arancibia@uv.cl

https://orcid.org/0000-0001-7484-3068


Resumen

El 4 de septiembre de 2022 se rechazó la propuesta de Nueva Constitución emanada de la Convención Constitucional chilena y ello ha sido explicado de diversas maneras. Un enfoque interesante es el que puede surgir desde la aproximación derecho y literatura, específicamente, su categoría de «derecho como literatura».

Si una carta magna es el instrumento donde se consagran las palabras jurídicas más relevantes para un país, puede resultar útil realizar un examen filológico de las palabras de la revuelta del 18 de octubre de 2019, hecho que abrió paso a la demanda por una Nueva Constitución.

Para ello recurriré a mi propio diario político con el objeto de fijarnos en el comienzo del estallido, donde a propósito de la palabra «guerra», sostengo que se produjo una aparición de la ciudadanía chilena con características que posibilitaron una interpretación política del fenómeno en clave amigo enemigo. Argumentaré que la palabra «guerra» se infiltró en la palabra política y puede haber influido en la palabra constitucional.

Para describir esa aparición de la ciudadanía chilena durante el estallido, me valdré de la formulación de la pregunta «¿Quién soy yo?» de Hannah Arendt, de sus reflexiones sobre la aparición en el espacio público y la división entre amigos y enemigos de Carl Schmitt. Terminaré con algunas conclusiones.

Palabras clave: guerra; estallido social; aparición; interpretación política; amigos y enemigos.

Términos de indización: guerra; conflicto social; política (Fuente: Tesauro Unesco).


Abstract

On September 4, 2022, the proposal for a New Constitution emanating from the Chilean Constitutional Convention was rejected, and this has been explained in various manners. An interesting approach is the one that may arise from the approximation of law and literature, specifically, its category of «law as literature».

So, if a magna carta is the instrument where the most relevant legal words for a country are enshrined, it may be useful to carry out a philological examination of the words of the revolt of October 18, 2019, an event that opened the way to the demand for a New Constitution.

To this end, I will resort to my own political diary in order to look at the beginning of the outbreak, where, with regard to the word «war», I argue that there was an emergence of Chilean citizenship with characteristics that made possible a political interpretation of the phenomenon in a friendly-enemy key. I will argue that the word «war» infiltrated the word political and may have influenced the word constitutional.

To describe the appearance of Chilean citizenship during the outbreak, I will use Hannah Arendt’s formulation of the question «Who am I?», her thoughts on the appearance in the public space and Carl Schmitt’s division between friends and enemies. I will end with some conclusions.

Key words: war; social outbreak; emergence; political interpretation; friends and enemies.

Indexing terms: war; social conflicts; politics (Source: Unesco Thesaurus).


… nuestras reacciones frente a

brutalidades, injusticias,

son estallidos.

Nuestras reacciones

no tienen que ver con la palabra,

tienen que ver con la fuerza.

Elvira Hernández

1. 18 de octubre de 2019: ¿quiénes somos?

Mis amigos de la infancia envían al grupo de WhatsApp que compartimos, el video de un edificio quemándose en la noche de Santiago de Chile. Les pregunto: ¿qué pasó?

Es lo primero que me hace entrar en modo alerta. Se está gestando una revuelta (un «estallido social» dirá la prensa luego) y yo me encuentro en Barcelona, a casi once mil kilómetros de distancia. Hablo con mis padres y ellos, que vivieron la dictadura de Pinochet, huelen algo que nosotros, los que crecimos en democracia, no podemos llegar a olfatear. Se trata de un conjunto de sabores y sinsabores que luego efectivamente se tomarán las calles. Más allá de las marchas, los cánticos, los cacerolazos, las piedras lanzadas, las barricadas, las molotov, los perros ladrando, veremos morir a personas y otras serán heridas de diversas maneras, la más impactante para el país será la ceguera total o parcial de muchas de ellas. La memoria de la generación que vio interrumpida su juventud a los veinte años en 1973, se activó hacia el pasado y el saldo de esta no es otro que muerte y violencia.

Pero nuestra memoria generacional, esa de los nacidos un poco antes de la democracia o en ella, se propulsó hacia el futuro, esto es, hacia la esperanza, a la primavera de un nosotros inasible, pero cierto («no tengo pruebas, tampoco tengo dudas»), hacia un ideal algo abstracto que significaba una revuelta contra una opresión que no consistía en treinta pesos, sino en treinta años y, para algunos, doscientos años (Karmy, 2022). Entonces aquello que partió esa mañana o un 7 de octubre cuando se registraron las primeras evasiones en el metro por parte de los estudiantes secundarios, se convirtió en una impugnación hacia el orden establecido en los gobiernos de la Concertación o una crítica radical, una deconstrucción de la República chilena vivida desde 1810. Los consensos establecidos en los noventa fueron calificados de falsos y la República como fundada en la violencia hacia otros.

Al ser ese el espacio de tiempo que la impugnación cubría, todas las palabras sonaban leves, de baja intensidad, poco apropiadas para el momento que luego viviríamos en plena Convención Constitucional, donde cada discurso que se brindaba y cada día que se inauguraba era «histórico».

Se empieza a decir que «Chile despertó», lo que implica que no se trataba de una manifestación más, sino de un acontecimiento, esto es, algo irrepetible, único o, en términos arendtianos, un nuevo comienzo. No una repetición sino un verdadero nacimiento: el nuevo Chile. Hannah Arendt ha realizado un estudio detallado de lo nuevo en el mundo. Ella señala que la gran capacidad humana es la de empezar de nuevo (Arendt, 2019, p. 23). En ese sentido, refuta a Heidegger, quien enseñaba que se nacía para morir; Arendt entiende que nacemos para comenzar. Esa posibilidad de recomenzar, de volver a la carga, es parte central de lo que ella denomina el principio de natalidad. ¿Dónde está lo nuevo? En el nacimiento de cada ser humano que se integra al mundo compartido. Por ese solo hecho la novedad está garantizada. Con la creación del ser humano el comienzo entra en el mundo, así como la libertad. Se une el nacimiento, el comienzo y la libertad. ¿Por qué? Porque cada nuevo ser humano que llega a esta Tierra es alguien impredecible. Tanto puede ser un santo como un personaje vil o alguien común y corriente. En ese sentido, todos quienes habitamos el mundo venimos a responder una pregunta: ¿quién soy yo? Esa es la gran interrogante que se cierne sobre nosotros una y otra vez, en cada cosa que hacemos y en cada palabra que decimos. De esa forma aparecemos ante los demás. La pregunta puede ser pertinente para nuestro trabajo: ¿quiénes fuimos durante ese largo octubre de 2019? Para ello debemos recurrir a las palabras que, durante cuatro días, establecieron un marco de comprensión del estallido social que tuvo importantes efectos políticos y jurídicos.

2. 19 de octubre de 2019: antes de la guerra

Leo la prensa, converso con familiares y amigos, veo videos en Youtube, Instagram, Twitter. Filas inmensas de personas buscando obtener bencina, quema de buses, saqueo de tiendas, supermercados cerrados, el kilo de pan experimenta un alza desmedida, las perso­ nas se aglomeran alrededor de los cajeros automáticos para sacar plata. Piñera cancela el aumento del boleto de metro. Hay un rumor: se viene el toque de queda. Otro: parece que saldrán los militares a la calle... El estallido ya es nacional. No hay nada que lo detenga.

Todavía no poseemos palabras para decir el momento, su contenido. Se van instalando, eso sí, estados de ánimos. El verbo «evadir» empieza a ocupar un lugar central. «Evadir no pagar / otra forma de luchar», gritan los manifestantes y los rayados en la calle lo atestiguan. Pero ¿qué se evade? Es claro que hay un rechazo hacia lo establecido, aunque no sabemos bien en qué consiste.

El académico chileno y luego integrante de la Convención Constitucional, Fernando Atria, señalaría a lo largo del 2021 y 2022 que era necesario cambiar los términos de convivencia para así poder hacer frente a la crisis que vivíamos en Chile a partir de octubre (OPLAS, 2022). Quizá el instrumento mayor donde poder plantear esos términos era una Nueva Constitución. En efecto, ya a fines de noviembre de 2019, la demanda por ella se había tornado central y el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución del 15 de ese mes lo refrendaría estableciendo una fecha para el plebiscito donde la ciudadanía optaría si quería o no una nueva carta magna y, de ser así, establecer la composición del órgano redactor. Como sabemos, en dicho plebiscito resultó ganadora la opción «apruebo» con un 78.8 % y la «Convención Constitucional» con un 79 %.

Pero al 19 de octubre todavía no podíamos observar a dónde iría a parar todo esto. Anoto: Más saqueos, barricadas, fuego, fuego, fuego. Marchas pacíficas en todo el país. ¿Qué nos dicen todas estas acciones? ¿Con qué palabras nos expresamos?

Si lo miramos desde la violencia, sabemos que esta es muda. Al ser un fenómeno prepolítico, puede interpretarse de las más disímiles maneras y nunca se casa con una forma de observarla. Hay quien cree que detrás del fuego de las calles está la mala educación, las míseras pensiones, la salud para ricos y para pobres. Y es cierto: en la última década se han producido las más diferentes manifestaciones en ese sentido. Otros, por el contrario, solo ven destrucción, espontaneidad, una vuelta al estado de naturaleza. En una palabra: anomia. «Esta no sería otra cosa —dice Carlos Peña— que la ausencia de normas, la falta de una orientación compartida de la conducta que alimenta, a la vez, una falsa sensación de libertad y una inevitable frustración» (Peña, 2020). Es el carnaval visto no como excepción, sino como regla general. Y como en todo carnaval, los participantes aparecen disfrazados. En el caso de los manifestantes, lo hacen con el objetivo de no ser identificados por la policía, pero también, en un nivel más profundo, lo hacen para esperar el momento indicado en el cual se pueda mostrar la verdadera cara, esa que todavía no termina por nacer y que aún no tiene una fisonomía clara. Esa respuesta al quién soy.

Es la tensa espera que se posa sobre cada chileno. La noche y su peso no terminan de caer.

«Nos quitaron tanto que nos quitaron hasta el miedo». Y las palabras, podríamos agregar.

3. 20 de octubre de 2019: la guerra de Piñera

Buenas noches. Quiero hablarle a todos mis compatriotas que hoy día están recogidos en sus casas. Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie. Qué está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite, incluso cuando significa la pérdida de vidas humanas.

Sebastián Piñera, presidente de la república

Y de pronto una palabra. Un signo que todos podemos entender empieza a derramarse por la esfera pública: guerra. En el comienzo, entonces, la guerra.

Nuestros marcos de comprensión del fenómeno se ven ahora afectados por esa palabra. ¿Qué significa que un líder político, no otro que el presidente, utilice esa palabra en democracia? En lo inmediato causó pavor, miedo, rabia. Anoto y posteo en Facebook: ¿De verdad vamos a permitir que se imponga esta palabrería insidiosa, maniquea, de buenos y malos? ¿Dónde está la nueva derecha, aquella sensata que todavía existe? ¿Dónde está la oposición articulando un discurso mancomunado? ¿Dónde estamos cada uno de nosotros haciendo frente a este absurdo?

«La guerra es la continuación de la política por otros medios». Hay algo en la popular frase atribuida a Clausewitz que resuena fuerte en una democracia. Cuando termina la política, empieza la guerra, que, en realidad, no es más que la vuelta al estado de naturaleza de todos contra todos. Su sola mención produce escalofríos ahora que presenciamos en vivo y en directo la invasión rusa a Ucrania.

Junto a otros factores, ese discurso de Piñera produjo una reacción de la ciudadanía que se manifestaba, pero, además, generó efectos políticos y constitucionales respecto de los cuales me interesa relevar uno de ellos: la interpretación política del malestar en clave amigos y enemigos.

Para demostrar lo anterior, primero analizaré el uso de la palabra «guerra» por parte del presidente Piñera y luego describiré cómo fue recepcionado su uso por la ciudadanía. Realizaremos lo que Juan Luis Martínez mandaba hacer en un poema titulado «El lenguaje», contenido en La nueva novela, de 1977: «Tome una palabra corriente. Póngala bien visible sobre una mesa y descríbala de frente, de perfil y de tres cuartos» (Martínez, 1985, p. 24).

Para ello nos valdremos de la categoría «Derecho como literatura», que se relaciona con la retórica ínsita en textos y discursos jurídicos, pero a partir de lo que Gamper (2019) llama «ejercer la ciudadanía mediante el examen filológico», esto es, prestar atención a lo que se dice y a cómo se dice (p. 51).

Si ocupamos esta aproximación metodológica, observaremos que Piñera venía utilizando el término «guerra» en diferentes contextos desde hace ya largo tiempo. Así, a lo largo del 2018 empleó casi las mismas palabras del 20 de octubre de 2019, para referirse a la delincuencia, el narcotráfico y el terrorismo. En la ceremonia de firma del proyecto de ley «Anti portonazos» dijo:

Nuestra sociedad está en guerra contra la delincuencia y el narcotráfico, y todos sabemos que esta es una guerra dura y difícil, porque al frente tenemos un enemigo cruel, implacable y poderoso, que no respeta a nada ni a nadie con tal de conseguir sus perversos objetivos. (Navarro y Tromben, 2019, p. 311)

Es parte de la retórica piñerista el acumular adjetivos uno tras otro para dar cuenta de un fenómeno (el humorista Kramer hizo especial hincapié en ello). Lo hace para poder dar más fuerza a sus ideas, y en el caso de la palabra «guerra», la utiliza como metáfora de aquello a lo que se refiere1. Así, en vez de señalar que se despliegan esfuerzos en torno a poner coto a la delincuencia, el narcotráfico y el terrorismo, emplea la palabra guerra, que implica, en esencia, un duelo:

podríamos representárnosla como dos luchadores, cada uno de los cuales trata de imponer al otro su voluntad por medio de la fuerza física; su propósito siguiente es abatir al adversario e incapacitarlo para que no pueda proseguir con su resistencia. (Clausewitz, 2003)

Siempre podemos realizar un trazado grueso entre un «nosotros» y un «ellos» cuando se trata de los tres males que hemos enumerado, pero frente a una manifestación que mezcla violencia y marchas pacíficas, ¿cómo se puede tomar la palabra guerra? Lo que en los años anteriores funcionaba como metáfora detrás de la cual unir a la sociedad, esta vez produjo el efecto contrario. El propio jefe de la Defensa Nacional, general del Ejército Javier Iturriaga, señaló a los medios no encontrarse en guerra con nadie y que se consideraba un hombre feliz. El término, poco afortunado, fue tomado como quien da el primer paso en un escenario de batalla. La ciudadanía consideró que las aguas se estaban dividiendo y que en un lado se encontraba Piñera y en el otro ellos. Clase política contra pueblo. Un binomio clásico, pero difícil de destrabar y que con el paso de los meses solo se acrecentaría hasta llegar a una Convención Constitucional compuesta en su gran mayoría (64 %) por independientes.

En ese sentido, el llamado a la guerra cumplió con aquella función performativa del lenguaje, esto es, al comunicar la acción que se estaba configurando, se decretó, a la par, lo que se entendería por política: una basada en la guerra, con amigos y enemigos. Dos «bandos» enfrentados.

Hay un comentario de Kant (2001) sobre la Revolución francesa que puede ayudar a hacer más inteligible esta cuestión:

Qué monarca puede pronunciar (sin autorización previa) «debe haber guerra», originándose esta a renglón seguido: el que es un monarca absoluto (cuyo pueblo no es libre). Aquel que, sin embargo, ha de comenzar por interpelar públicamente al pueblo sobre su conformidad con respecto a este punto y que, cuando este contesta «no debe haber guerra», sencillamente no la hay, se trata de un monarca limitado (y un pueblo tal es verdaderamente libre). (pp. 186-187)

La ciudadanía chilena dijo fuerte y claro no a la guerra, con lo cual demostró su libertad total frente al poder presidencial, pero, a renglón seguido, quedó situada en las filas del «ejército» contrario. Se había producido la división perfecta.

4. 21 de octubre de 2019: la guerra de los aliens

Adelantaron el toque de queda porque se supo que la estrategia es romper toda la cadena de abastecimiento, de alimentos, incluso en algunas zonas el agua… estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena, no sé cómo se dice, y no tenemos las herramientas para combatirlas… vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás.

Cecilia Morel, primera dama

Insistimos en la palabra guerra, pero ahora le sumamos la condición de otredad que inaugura una desesperada Cecilia Morel. ¿Quiénes son aquellos que están saliendo a la calle? Claramente ciudadanos descontentos, pero luego, ¿qué más? Acá hace su aparición la división entre un «nosotros» y un «ellos», que fue leída como entre «amigos» y «enemigos». Quien discurrió sobre estos conceptos y, además, ha tenido una notable influencia en la academia constitucional chilena, fue el teórico nazi Carl Schmitt (1888-1985). Como sabemos, Schmitt (2009) estableció en su obra El concepto de lo político que «la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo» (p. 56). Este criterio de diferenciación política aparece una y otra vez en su obra y plantea una frontera entre unos y otros que en la terminología liberal se considerarían como adversarios. Schmitt no los considera simples competidores, sino que él propugna que, más allá de metáforas o símbolos, efectivamente los pueblos se dividen así, entre amigos y enemigos. En ese sentido, enemigo es «solo un conjunto de hombres que siquiera eventualmente… se opone combativamente a otro conjunto análogo» (Schmitt, 2009, p. 58). Esta confrontación lleva a la guerra que procede de la enemistad, «ya que esta es una negación óntica de un ser distinto» (Schmitt, 2009, p. 63). Para Schmitt la guerra siempre se encuentra en estado latente en las sociedades.

Antes hablábamos de la memoria generacional de aquellos jóvenes que sufrieron el golpe de Estado del 73. Hay ahí un recuerdo imborrable de la guerra.

En 1974, en una conferencia para la prensa extranjera, Augusto Pinochet dijo: «La resistencia marxista no ha terminado, aún quedan extremistas. Yo debo manifestar que Chile está en este momento en estado de guerra interna» (Valdivia, 2010, p. 167). Para ningún chileno de la época pasa desapercibida una mención así realizada por la primera autoridad del país, pues trae recuerdos de la intensa politización de los setenta, el golpe y la larga dictadura, lo que condensa una memoria «personal, formativa y polémica» (Stern, 2009, p. 38). El estupor de volver a ver a los militares y las tanquetas en las calles fue total para esa generación. Se activó la memoria emocionalmente cargada de un pasado demasiado vivo y actual. Para los más jóvenes, aquellos que poblaron la calle en octubre, los que, según Salazar (2019), «vienen mostrando más sensibilidad histórica e irritabilidad política que cualquier otro sector de la sociedad» (párr. 1), se activó la misma memoria, pero transmitida por la historia y los relatos de sus mayores. Una suerte de literatura de los hijos y los nietos.

Si sus esperanzas eran abstractas, el pasado lo podían ver concretamente a través de la palabra «guerra». El golpe y la dictadura, nuestra guerra de Vietnam.

En sus reflexiones sobre la lengua del Tercer Reich, el filólogo alemán Víctor Klemperer (2020) señala: «no es la voluntad y la precisión del experto la que decide sobre la adopción generalizada de una palabra nueva, sino el estado de ánimo y la imaginación del público» (p. 188). En esos días el ánimo y la imaginación sufrieron delirios que se mezclaban trágicamente con lo que realmente acontecía. Hubo una especie de fiebre que venía excitada desde el exterior, pero procesada desde el interior. Así, entonces, el aparato conceptual y emocional de la memoria chilena de la dictadura se activó y se mostró a disposición de todos. Se ocuparon términos de comprensión de una dictadura, para procesar los hechos que se estaban produciendo en democracia. Es probable que ello derivara de una de las fuentes principales de información: internet y su selva temporal/espacial de imágenes y sonidos sesgados. Entonces no fue extraño que comenzáramos a escuchar que existía violación sistemática de derechos humanos, detenidos desaparecidos, fusilados, quemados por armas químicas, centros de tortura (Metro Baquedano de Santiago), presos políticos, para finalizar con el hashtag de #PiñeraDictador (trending topic número uno en el mundo) y el llamado del futuro precandidato presidencial del Partido Comunista, Daniel Jadue, a defender el derecho a rebelión del pueblo chileno. Los videos así lo demostraban, las imágenes valieron más que cualquier palabra. Toda una maraña donde el indicio (las amarras y la sangre del Metro Baquedano) convivía con los hechos luego establecidos (la ceguera parcial o total de centenares de manifestantes a manos de las fuerzas policiales). Los hechos distorsionados y las fake news se apilaron unos contra otros ocultando la verdad. Anoto: «En una guerra la primera víctima es la verdad». Johnson. Para que ello sucediera la exageración verbal tuvo un protagonismo indiscutido. Pensemos en lo que dijo el 28 de noviembre de 2019 el exministro de Cultura Mauricio Rojas: «Para restablecer la seguridad pública va a haber que tomar medidas muy duras, con altos costos —incluso— en vidas humanas» o lo que planteó el jefe de la Zona Metropolitana Este de Carabineros, general Enrique Bassaletti, al referirse al uso de escopetas antimotines: «Nuestra sociedad podríamos decir que en este tiempo, en estos últimos 30 y pocos días, está enferma de una enfermedad grave. Supongamos que sea un cáncer… cuando se busca solucionar ese problema… se matan células buenas y células malas». En el otro lado se formó una «primera línea» que enfrentaba a las fuerzas policiales y que luego sería homenajeada en el ex Congreso. Fue tomando fuerza el canto masivo de El derecho a vivir en paz del cantante de protesta Víctor Jara, torturado y asesinado brutalmente por la dictadura chilena. Anoto en mi diario: veo en Facebook que a los manifestantes que regresan de Concep­ ción a Santiago se los recibe como a «los guerreros de Concepción en la caminata más larga de Chile».

Fue una especie de competencia retórica por quién planteaba una realidad más exaltada. Como las palabras no reflejaban del todo lo que acontecía y los sentimientos tampoco, en un par de días empezamos a «vivir» la dictadura de Piñera y la Constitución de Pinochet nuevamente, de cero, sin reformas. Si se habían desechado treinta años de nuestra historia (o cuarenta), entonces efectivamente estábamos en la década de los ochenta y ahí donde antes reinaba Pinochet, ahora lo hacía Piñera. No era 2019, era 1980. Para algunos era 1810. La Independencia comenzaba.

Nos vimos alienados de la realidad, totalmente descentrados de esta. Nos alejamos tanto de ella, que efectivamente quedamos orbitando como aliens alrededor de la Tierra. ¿Quiénes fuimos durante ese largo octubre?

5. 4 de septiembre de 2022: pérdida temporal del razonamiento

Ganó el rechazo a la propuesta constitucional por paliza: 61 % a 38 %. La distancia abstracta entre la Convención y la ciudadanía es muy parecida a la que tiene la clase política con esta última.

En enero de 2020 un carabinero que fue acusado de agredir manifestantes en noviembre de 2019 señaló no recordar detalles de lo ocurrido, producto de una «pérdida temporal del razonamiento». Guardé la noticia, pues me llamó la atención el concepto. Más allá de la burda defensa del policía, me pregunto: ¿puede perderse la capacidad de razonamiento? Pienso que sí y el estallido fue una prueba ciudadana de ello.

Constato con alivio que no existieron fusilados, ni detenidos desaparecidos, ni centros de tortura, ni presos políticos. Sí existieron violaciones de derechos humanos graves y numerosas, lo que está siendo juzgado en tribunales, como corresponde. Es probable que, de no ser por el INDH, la acción de abogados y estudiantes de derecho, las organizaciones de la sociedad civil y, paradojalmente, las redes sociales, la cuestión podría haber tomado otros ribetes.

Lo cierto es que la presunta guerra de Piñera no fue tal, pero ella tuvo impacto, además de los muertos y los heridos, en la reflexión intelectual. Algunos académicos quisieron ver en el escenario ya descrito un campo fértil para introducir cierta interpretación política del estallido basándose en los planteamientos de Schmitt, en términos que resultaron no ser coincidentes con el sentir mayoritario.

Plantear que el sistema impugnado en la revuelta social correspondía a uno que se sostenía en el «abuso y la explotación de la gran mayoría de la población» y que se trataría de «dos países, uno construido sobre los hombros y las espaldas del otro» (Bassa, 2020), replica a conveniencia la dualidad amigo y enemigo, porque, ¿qué podemos esperar de aquel que abusa de nosotros, nos explota y además debemos servirle? No precisamente un gesto de amistad cívica. Es lo que Chantal Mouffe llama agonismo, basando este concepto en las argumentaciones de Schmitt. Es la idea de que la política democrática «debe tener un carácter partisano» (Mouffe, 2007, p. 14), donde, por tanto, el consenso es demonizado y el acuerdo racional visto como falaz.

Es posible que esta forma maniquea de interpretar lo político fuera desarrollándose al interior de la Convención Constitucional, marcando una distancia grande entre un «nosotros» y un «ellos». Un ejemplo de esto es la retórica de los «poderes constituidos» y el «poder constituyente», lógica binaria que se estableció en el seno de la Convención. El mismo académico ya citado, devenido en vicepresidente de la Convención Constitucional, señaló:

«los poderes constituidos son incumbentes, en el sentido que tienen un interés comprometido en la forma en la que se está llevando adelante el proceso constituyente (…) Nosotros no tenemos compromisos con los intereses de los poderes constituidos, nosotros tenemos un compromiso con el pueblo de Chile». (Bassa, 2021, párr. 4)

El antagonismo es total y donde los «poderes constituidos» aparecen manchados por un interés propio, el «poder constituyente» se entiende libre de mácula y al servicio prístino del pueblo. Esta forma de entender la política se replicó en específico en la discusión sobre la eliminación del Senado. Cuando se argumentaba por su derogación, se decía que ello agilizaría la tramitación legislativa, pero si se intentaba defender la institución, se señalaba que esto solo se hacía por parte de senadores que con la Nueva Constitución perderían su trabajo.

La «guerra» había ingresado a la política y es posible que continuara su camino hacia la propuesta constitucional.

6. Conclusión: ¿quiénes somos?

En el poema citado de Juan Luis Martínez existe una segunda parte que hemos omitido. El texto completo dice así: «Tome una palabra corriente. Póngala bien visible sobre una mesa y descríbala de frente, de perfil y de tres cuartos. Repita una palabra tantas veces como sea necesario para volatilizarla. Analice el residuo».

Es muy probable que el uso indiscriminado de la palabra «guerra» en boca del presidente Piñera haya volatilizado su significado, esto es, lo haya despegado de su referente en la realidad. Al realizar esa operación de reiteración, la palabra se fue gastando y su contexto de aparición resultó poco relevante toda vez que ella podía ser empleada siempre. Por cierto, el residuo de tal utilización, como he intentado demostrar en este trabajo, produjo víctimas reales, no retóricas, amén de posibilitar una interpretación política basada en el criterio amigos y enemigos. Lo cierto es que, salvo para algún afiebrado, no existieron dos bandos, sino un Estado que reprimió con fuerza a manifestantes, produciendo las violaciones a derechos humanos ya señaladas y que no pudo controlar el orden público roto por la violencia callejera. En ese sentido, la aparición desfigurada de la ciudadanía chilena, producto de la retórica de la guerra, solo podía producir muerte y error intelectual.

Anoto: La rabia y la indignación pueden ser un punto de partida, pero no de llegada. Esas emociones deben canalizarse en las mejores palabras de que dispongamos para poder ejercer una democracia deliberativa en forma y capaz de desarrollar una convivencia pacífica. Necesitamos tanto palabras que nos expresen como palabras que construyan.

Hay ciertas palabras íntimas, privadas, como las de un diario, que sirven para entablar un diálogo, para pensar, para observar desde otra arista la realidad y sus matices. Esas palabras propias se tranzan con otras en el espacio público y generan esa comunidad democrática sobre la que se asienta su sentido. Ese intercambio funciona sobre la base de un acuerdo del lenguaje común donde, a través de él, no buscamos simplemente expresarnos sino acordar determinados asuntos públicos. Por lo mismo, el uso de la voz «guerra» no puede deparar más que división y enfrentamiento pues, a la base de ella, encontramos un quiebre en la comunidad, una mirada del otro como alien, alguien totalmente extraño, cuando en realidad debiéramos mirarlo como un igual, solo que distinto. Frente a la pregunta, ¿qué fue lo que apareció ese 18 de octubre? Es probable advertir que, dado el rechazo amplio a la propuesta de Nueva Constitución, entre otras cosas, no haya terminado por cuajar la división amigos y enemigos o una idea de guerra dentro de la sociedad chilena. La indignación y la rabia en la calle fueron reales, pero quizá detrás de ella se escondía otra cuestión.

Hannah Arendt señala que mediante la acción y el discurso los seres humanos muestran quiénes son, revelan su identidad y hacen su aparición en el mundo. Lo curioso es que aquello que parece tan claro para los demás, aquello que uno percibe en el otro (sus palabras, su voz, su cara), queda oculto para el yo íntimo. El sujeto no alcanza a autopercibirse de la manera en que los demás lo reconocen. Es lo que en la religión griega se denominaba «daimón», que es aquella fuerza «que mira por encima del hombro del ser humano y que es solo visible a los que se encuentran al frente de él» (Arendt, 2019, p. 203).

Pues bien, ese «daimón», esa energía interior, es quizá lo que apareció en octubre de 2019 aprobando y que luego, paradojalmente para algunos, se refrendó en septiembre de 2022 rechazando.

Referencias

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Valdivia, V. (2010, enero-junio). «¡Estamos en guerra, señores!». El régimen militar de Pinochet y el «pueblo», 1973-1980. Historia, 1(43), 163-201. http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942010000100005


Notas

  1. Se trata de una figura muy utilizada por el exmandatario y que ha sido calificada como «un verdadero discurso de gobierno». Véase el paper de Navarro y Tromben ya citado.


Recibido: 11/10/2022 Revisado: 12/11/2022

Aceptado: 12/11/2022 Publicado en línea: 22/11/2022

Financiamiento: Autofinanciado.

Conflicto de intereses: El autor declara no tener conflicto de intereses.

Revisores del artículo:

Manuel de J. Jiménez Moreno (Universidad Nacional Autónoma de México, México) mjimenezm2@derecho.unam.mx

https://orcid.org/0000-0003-2061-6905

Dante Martin Paiva Goyburu (Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Perú) dante.paiva@unmsm.edu.pe

https://orcid.org/0000-0001-9140-6580