Crítica de las ciudades darwinistas: El pensamiento anarquista
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negada, una modernidad ausente.
Manuel González Prada asumió,
así, una perspectiva modernizante y
occidental, frente a la cuestión urba-
na y su progreso. De este modo ubicó,
entre las ciudades más desarrolladas,
a París, Roma, Viena, Berlín, San Pe-
tersburgo y Nueva York. Pensando
en la potencialidad de ellas, constru-
yó una utopía urbana, capaz de re-
producirse, congurando «hermosas
ciudades higiénicas» y hedonistas
(la enuncia como la «dulzura del vi-
vir»), sólo reconciliables bajo su ideal
anárquico. Si la «urbanización de la
tierra», armaba nuestro intelectual
libertario, ha sido un legado histórico
del trabajo de la humanidad, logrado
en el transcurso de siglos, le resultaba
ilegítima su apropiación privada
en manos de los multimillonarios
(Morgan, Carnegie, Rockefeller,
Rothschild) y de todos los ricos del
mundo. La alternativa sólo era una:
si la «Humanidad de ayer produjo y
capitalizó; a la Humanidad de hoy toca
recibir la herencia: lo de todos pertene-
ce a todos» (González P., 1948, p. 23).
Inaugurado el siglo XX, la retóri-
ca médica e higienista de factura po-
sitivista había sido puesta de moda
por la intelectualidad oligárquica la-
tinoamericana: Juan Álvarez, César
Zumeta, Alcides Arguedas, Salvador
Mendieta, Manoel Bonm, entre otros
(Funes y Ansaldi, 1994). González
Prada, quien había transitado y resi-
dido en Burdeos, París y Madrid, tuvo
conocimiento de primera mano del
impacto urbano de las ciencias bio-
médicas, así como de las ideologías
higienistas y sus legitimadas prác-
ticas sanitarias y arquitectónicas7.
Lo que no aceptó fueron los anclajes
racistas y clasistas del higienismo,
reelaborando sus referentes para su
propio ejercicio de la crítica de la ciu-
dad darwinista y la oligarquía criolla.
Es comprensible que Don Manuel
signase a Lima con una metáfora con-
cordante con el discurso medicalizado
y positivista de su tiempo. Un despre-
ciable síntoma de lo mórbido, «el núcleo
purulento», simbolizaba a la ciudad
de Lima, dentro del enfermizo cuerpo
nacional. Don Manuel, apelando a
una idealizada estética urbana, puso
bajo cuerda a la «perla del Pacíco», a
la «Sevilla sudamericana», mostrando
su real fealdad arquitectónica, sani-
taria y cultural (González P., 1933, p.
163). Apretar el pus con la palabra in-
amada o el dedo índice cumplía una
función proláctica, antioligárquica.
El lo crítico de González Prada se
acentuó cuando caracterizó a Lima
como un dique de contención de la
modernidad, casi en el rango de las
ciudades europeas de «tercer o cuar-
to orden». La lógica del higienismo
decimonónico alimentó en su obra un
inventario de lo negativo urbano: a la
ausencia de servicios de limpieza, dre-
naje, alcantarillado y pavimentación,
se sumó la carencia de aireación ar-
quitectónica, o mejor dicho, la arma-
ción del reino de los miasmas, el moho
y las inmundicias. Lima, escribió Don
Manuel:
Tiene sonomía vetusta, aire
de cosa exhumada, aspecto de
una Pompeya medioeval. Aquí