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PAIDEIA XXI
Roberto Reyes Tarazona
como lo demostraron los fracasos para
implementar los modelos propuestos
por quienes los concibieron.
Las utopías, recordémoslo,
representan desde la creación del
concepto por Tomás Moro, en el
siglo XVI, un lugar inexistente.
Considerando su etimología, el
concepto viene del griego ou = no, y
topos = lugar; es decir, “no lugar”, o
“lugar que no existe”. En el caso de
Moro, Utopía era una isla imaginaria
que representaba a una sociedad
humana armónica, integrada y
perfecta. Posteriormente, ya en la
época moderna, surgen diversas
utopías, como las elaboradas por
Robert Owen, Charles Fourier, Etienne
Cubet y Ebenezer Howard, entre otros,
quienes elaboran modelos urbanos
conocidos como “Aldeas cooperativas”,
“Falansterios”, “Icaria” y “Ciudades
Jardín”, respectivamente. No es casual
que estas utopías urbanas, y otras que
surgen en el siglo XIX, proliferen en
la etapa de la modernidad, como una
alternativa a la vida en las ciudades
industriales, que van imponiendo
formas de vida insalubres, hostiles y
degradadas, sobre todo a la gente de
menores recursos económicos.
En ese sentido, a las utopías creadas
con ánimo de ser implementadas en la
realidad –lo cual intentaron los autores
mencionados, invirtiendo a veces
sus fortunas personales en ellas– se
suman las que son estricto producto
de la cción, como por ejemplo las
elaboradas por Julio Verne y Aldous
Huxley, las cuales se presentan como
espacios urbanos en los cuales vive una
sociedad perfecta, sin ricos ni pobres,
sin delincuentes, con políticos honrados
y, en general, con trabajadores que
cumplen sus labores de manera
adecuada. Como es usual en las
utopías, en estos espacios idealizados
lo colectivo se impone a lo individual,
el desprendimiento social desplaza al
egoísmo, la fraternidad se sobrepone al
individualismo. También, las utopías
mencionadas sugieren un retorno a la
naturaleza –sobre todo la de Howard–,
aunque desde una perspectiva racional,
opuesta a los imaginarios pastoriles de
la Edad Media..
La sostenibilidad urbana, por su
pretensión de alcanzar una calidad
de vida equitativa para todos los
integrantes de una urbe, en su
búsqueda de un funcionamiento
equilibrado de todos sus componentes,
puede ser vista como una utopía, en el
supuesto de que es imposible alcanzar
sus objetivos por causa del hombre
mismo. Incluso, hay pesimistas y
escépticos que consideran que el
futuro de las actuales ciudades se
acerca más a las distopías –sociedades
imaginarias indeseables, donde reina
el caos, la destrucción, la injusticia–
que a las utopías, en tanto subsista
el orden económico y político mundial,
que fomenta la distancia cada vez
mayor entre países ricos y pobres,
entre poderosos e indefensos, entre
privilegiados y marginales.
Y es que, sin necesidad de
profundizar mucho en el análisis, las
acciones de los países más ricos y
poderosos y las grandes corporaciones
multinacionales, tanto en el ámbito