CARTAS AL EDITOR
Angie Silvana Sánchez-Guevara1,a
1Directora Médica del Centro Renacer Integral. (http://www.renacerintegral.com) aLatin American Lifestyle Medicine Association. (http://lalma.co/)
Cada vez va cobrando más relevancia hacer una observación de la salud desde una perspectiva integral donde se deben observar no solo las dimensiones física, mental y espiritual de todo ser humano, sino también de las condiciones medioambientales a las que se supedita; esto es, las relacionadas a su estilo de vida, así como el lugar donde vive pues ineludiblemente todas estas se afectan una sobre otra.
Mientras la dimensión física o biológica está determinada por factores hereditarios aunque también
epigenéticos, la dimensión mental depende fundamentalmente de los pensamientos, las emociones y las conductas. Así, se puede advertir una íntima relación entre lo que se está pensando o sintiendo y la acción
de aquellas partes del sistema nervioso, en especial del cerebro, que controlan las funciones biológicas con
especial efecto en el sistema endocrino; el cual, a su vez, secreta hormonas que tienen una gran influencia
en la salud emocional, sin dejar de considerar el efecto físico consecuente.
Cabe añadir, que el cerebro se desarrolla y es modificada a través de la experiencia y del ambiente, de tal
manera que los hábitos de alimentación, el estilo de vida y las numerosas elecciones del día a día tienen un
profundo efecto sobre el desempeño del cerebro1, y en consecuencia sobre los pensamientos, emociones y
conductas.
En general, recientes estudios y acontecimientos en el área de la salud mental han servido para establecer la
realidad de las dificultades encontradas en esta área a nivel mundial. Se puede hablar, por ejemplo, de ansiedad
y depresión como las entidades más mencionadas y las cifras encontradas de personas que padecen de estos
trastornos van en aumento alrededor de todo el mundo, siendo las etapas de vida más jóvenes las que cada
vez se ven más afectadas2. Sobre este punto, se observa un claro descenso de la competencia emocional en
los últimos años donde son los jóvenes quienes sufren de mayores problemas emocionales; y también de las
enfermedades más comunes de este siglo, como la ansiedad o la depresión3. La depresión es un trastorno
mental cada vez más frecuente, considerándose la principal causa mundial de discapacidad y estimándose
que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo, además de contribuir de forma notable a la
carga mundial general de morbilidad4. Si a esto se suma la falta de conocimiento para la detección de esta
por parte de los profesionales de salud en atención primaria, se contribuye no solo al fracaso terapéutico
sino al riesgo de suicidio⁵. Se puede hacer evidente entonces, que el impacto de los problemas de salud
mental y por ende emocional, se sigue extendiendo en muchos países disminuyendo la calidad de vida,
cobrando vidas y aumentando el dilema de la salud pública en todo el mundo más aún si no se identifican adecuadamente o no se toman las medidas sanitarias
y multidisciplinarias correspondientes.
Desde hace décadas y en la actualidad, la medicina
moderna reconoce los trastornos que implican
estados mentales y emocionales como condiciones de
sufrimiento psiquiátrico, sin embargo, a pesar de los
avances biomédicos y farmacológicos, se hace evidente
que no se ha logrado un control de estos desórdenes
siendo ciertas categorías como la depresión y la
ansiedad posparto en madres primerizas (solo por
mencionar alguna clase) infradiagnosticadas6 y en
consecuencia no tratadas de manera oportuna y eficaz.
Según la Organización Mundial de la Salud, una de
cuatro personas en el mundo estará afectada en
algún momento de su vida de algún trastorno mental
o neurológico, esto considerando que actualmente
alrededor de 450 millones de personas sufren de tales
condiciones, lo que coloca a los trastornos mentales
entre las causas que lideran los problemas de salud y
discapacidad en todo el mundo7,8 .
Hace más de una década se mostró que a Latinoamérica
correspondía un 10.5% de la carga mundial de
morbilidad, debida a trastornos neuro-psiquiátricos
como depresión, alcoholismo, esquizofrenia, trastorno
bipolar y abuso de sustancias9,10. En la actualidad, si
bien es cierto que las enfermedades no transmisibles
se están convirtiendo en los problemas de salud
preponderantes en todas las regiones en vías de
desarrollo, el reporte de la carga global de enfermedades
ha revelado la gran escala de contribución de los
desórdenes mentales, siendo los estados neurológicos
y psiquiátricos los que más contribuyen a dicha carga
total, incluso más que el cáncer y las enfermedades
cardiovasculares10,11. Esto lleva a pensar que sigue
siendo menester sobretodo en Latinoamérica, mejorar
los esfuerzos en la atención médica adecuada en
especial a nivel primario, fortalecer el desarrollo de los
servicios en el área de salud mental para la comunidad
y contribuir a la reducción del estigma asociado con
los trastornos mentales todavía presentes en varias de
las regiones12,13. Por su parte, la evidente relación entre pobreza y
trastornos mentales14, proporciona significancia al argumento de que los trastornos mentales y
emocionales están vinculados también a factores
sociales y económicos. No es de sorprender
considerarse que un ambiente donde haya buena
economía y un buen soporte social sea predictora
entonces de un buen estado mental y emocional15.
Si sumamos a esta condición, un pobre estilo de vida,
el impacto en la salud no se limitaría a enfermedades
físicas sino también al incremento del riesgo de
trastornos mentales16, que como se mencionó sigue
creciendo con el paso de los años. Otro aspecto, dentro de una perspectiva integral
de salud y que viene cobrando mayor relevancia
en las últimas décadas en especial en el manejo de
trastornos mentales y emocionales es la influencia
de la espiritualidad y la religión como parte de un
estilo de vida saludable17. Está claro que las creencias
y prácticas religiosas juegan un papel importante en
la prevención y en la disminución de los desórdenes
mentales, lo que se sustenta en muchos estudios
que han demostrado el beneficio de la religiosidad
en los trastornos psiquiátricos más comunes como la
ansiedad, depresión, entre otros18-20. Según lo mencionado, puede observarse la necesidad de una visión integral en la salud mental y emocional,
la cual considere no solo la relación con el cuerpo, sino
que también desde una perspectiva sistémica tenga
en cuenta los factores externos medioambientales y
sociales que estarían influyendo en el equilibrio del
sistema biológico. Esta forma de abordaje y desde
este panorama se contribuiría mucho más en el
alivio de la enfermedad pues sopesará un trabajo
multidisciplinario de diversas áreas generando así
mejores efectos individuales, sociales y globales.