A lo largo de este ensayo pasaremos apretada revista a las ciudades
darwinistas de la segunda mitad del siglo XIX hasta 1914, víspera de la Primera
Guerra Mundial. A continuación, mencionaremos algunos procesos de desarrollo
urbano y sus problemáticas, a través de las reexiones y narrativas utópicas de
los intelectuales libertarios. Continuamos con el análisis de la obra de Manuel
González acerca de la cuestión urbana y el drama de la ciudad de Lima.
Palabras clave: ciudad darwinista; anarquismo; ciudad de Lima; Manuel
González Prada.
Throughout this essay we will make a tightly review the Darwinian cities of
the second half of the nineteenth century until 1914, the eve of World War I.
Next, we will mention some processes of urban development and its problems,
through the utopian reections and narratives of the libertarian intellectuals.
We continue with the analysis of the work of Manuel González on the urban
issue and the drama of the city of Lima.
Key words: Darwinian city; anarchism; city of Lima; Manuel González Prada.
PAIDEIA XXI
Vol. 6, Nº 7, Lima, enero 2018, pp. 69-89
Resumen
Abstract
CRÍTICA DE LAS CIUDADES DARWINISTAS: EL
PENSAMIENTO ANARQUISTA
CRITICISM OF THE DARWINIAN CITIES:
ANARCHIST THOUGHT
Ricardo Melgar Bao
Ricardo Melgar Bao
70
PAIDEIA XXI
El progreso y las ciudades darwinis-
tas
El proceso de urbanización ascen-
dente del siglo XIX fue impactante,
más para los países europeos y Es-
tados Unidos, que para los ubicados
en los continentes periféricos y subal-
ternos. Representó el signo visible de
la modernización capitalista. Las ciu-
dades en desarrollo tuvieron algunos
vínculos entre sí, mediadas por los
viajeros, la circulación de ideas y de
bienes manufacturados, industriales y
artísticos. En cierto sentido, las ciuda-
des metrópolis desempeñaron el papel
de espejo o paradigma para las otras,
pareciendo concentrar los valores del
progreso y del desarrollo cultural más
allá de la reproducción ampliada de la
desigualdad social, la explotación de
la fuerza de trabajo, el control social
autoritario y la alienación. Sin embar-
go, fueron estas aristas no deseables
de la urbanización las que suscitaron
críticas de mayor o menor calibre, ac-
ciones de protesta, y temáticas litera-
rias y artísticas.
La expansión demográca de varias
ciudades implicaba ujos migratorios
internos e internacionales y tasas al-
tas de natalidad, a pesar de las bajas
generadas por las pestes, epidemias y
condiciones de vida precarias de las
clases subalternas. Al iniciarse el si-
glo XIX, no había en todo el sistema
occidental una ciudad que alcanzase
el millón de habitantes. A mediados
de siglo, Londres tenía 2 millones, y
París más de un millón. Fuera de ellas,
al concluir el siglo, varias ciudades
pasaban del millón de pobladores. En
Europa: Berlín, Moscú, San Petersburgo
y Viena; en Estados Unidos: Chicago,
Filadela y Nueva York; en Asia: Tokio
y Calcuta. (Munford, 2012: 885). Una
mirada histórica señala con propiedad
que el siglo XIX se caracterizó por la
conuencia de las fuerzas de la civili-
zación industrial en Europa y Estados
Unidos. La concentración del capital
y de la industria, fue acompañada del
crecimiento poblacional para atender
las oscilantes necesidades de fuerza
de trabajo, incluida una base de re-
serva. La segunda mitad del XIX fue
de la constitución de carteles, trust,
monopolios, sociedades por acciones,
que dotó de nueva forma al poder eco-
nómico. A mediados de siglo, la mitad
de la población en Inglaterra y Bélgi-
ca vivía en ciudades y, a n de siglo,
tres cuartas partes. En Alemania, en
1871, había 8 ciudades de cien mil
habitantes o más, en 1900 pasaron a
33 y en 1910 a 48. En Estados Uni-
dos, en 1900, sus diez ciudades más
grandes concentraban la octava par-
te de su población. (Bruun, 1964, pp.
158-159).
Por su lado, las ciudades latinoa-
mericanas comenzaron gradualmente
a recibir el impacto modernizador del
nuevo orden económico mundial, lo-
grando su nueva sonomía al n del
periodo (1880). El crecimiento urbano
y portuario se explicó, en lo funda-
mental, por las necesidades económi-
cas y sociopolíticas de la economía de
exportación, las cuales se tradujeron
en una red de servicios comerciales,
bancarios, bursátiles y de seguros; de
Crítica de las ciudades darwinistas: El pensamiento anarquista
71
PAIDEIA XXI
servicios de infraestructura (telégra-
fos, transporte ferroviario y muelles
de embarque), así como del estableci-
miento de centros nacionales de deci-
sión, control y legitimidad política.
Los viejos rostros de las ciudades
coloniales fueron afectados en sus lí-
mites: arquitectura y servicios urba-
nos (drenaje, iluminación a gas, am-
pliación y empedrado de calles, trans-
porte urbano colectivo). Demográ-
camente, estas ciudades comenzaron
su fase de crecimiento cosmopolita.
El peso de la inmigración europea y
rural alteró el modo de vida urbano,
la cultura y la política. Así tenemos
que Río, que en 1819 tenía 113.000
habitantes, pasó a tener 267.000 en
1872; Buenos Aires, de 38.000 habi-
tantes en 1800, alcanzó en 1869 una
población de 178.000; Lima, de 64.00
pobladores en 1812, pasó la barrera
de los 100.000 en 1876; la ciudad de
México, hacia 1877 totalizó una po-
blación de 230.000 habitantes. Otras
capitales, como Caracas y Bogotá, se
mantuvieron demográcamente esta-
bles y por debajo de los 50.000 habi-
tantes. Pero, en general, las ciudades
aparecieron como «las vanguardias de
civilización y el progreso» (Carmagna-
ni, 1984, p. 53).
Otras ciudades, portuarias, apa-
recieron también en primer plano:
Bahía Blanca y Rosario en Argenti-
na; Valparaíso en Chile; Mollendo en
Perú; Tampico en México; Colón en
Panamá; y Barranquilla en Colombia.
Habría que sumar a estas las emer-
gentes ciudades mineras de Chile,
Bolivia y México. El desarrollo de la
industria de la construcción, el trans-
porte colectivo y las empresas grá-
cas, apuntalaron la conformación de
los primeros contingentes del proleta-
riado moderno en las ciudades y puer-
tos latinoamericanos, dándole una
nueva sonomía a los alineamientos
clasistas emergentes. De otro lado, la
burguesía nativa, de representar úni-
camente al capital comercial, se asu-
mió, no sin ciertas contradicciones,
como capital bancario e industrial. La
industria de la construcción, favoreci-
da por la iniciativa modernizante del
Estado liberal-oligárquico, emprendió
la edicación sostenida de importan-
tes obras públicas (edicios, parques,
carreteras, puentes, vías férreas, mue-
lles, drenaje, alumbrado, teatros, hos-
pitales, etc.). La demanda masiva de
albañiles, picapedreros, carpinteros,
yeseros, herreros, marmolistas, que-
bró la estructura gremial, impulsando
la proletarización y democratización
de los ocios. Las ciudades se fueron
transformando en América Latina. El
parteaguas se dio a mediados del siglo
XIX. Comparto la siguiente caracteri-
zación de dicho proceso:
…si las ciudades del proyecto
liberal latinoamericano de 1850
habían sido consideradas como
«Atenas» posibles e idealizadas,
a lo largo de medio siglo de reali-
zación de sus programas, se tro-
caron en «Sodomas» degradadas
en términos morales y edilicios,
o en «Babilonias» multitudina-
rias y agresivas.
[…] Pero quienes más padecían
los resultados de ese darwinis-
Ricardo Melgar Bao
72
PAIDEIA XXI
mo social eran los habitantes de
los suburbios miserables, antí-
tesis y correlatos de los «celestia-
les barrios del centro» […]. Eran
los de abajo: hombres y mujeres
de «las penumbras, los sótanos,
el encogimiento y la pestilencia»
que ya habían tenido como vo-
ceros a los anarquistas (Viñas,
1983, p. 16).
Destacaremos, en este proceso de
urbanización, el papel del artesanado
en la vida económica, social, cultural y
política de la segunda mitad del siglo.
Este heterogéneo sector social urbano
fue el principal mediador en la rede-
nición de la politicidad de las ciu-
dades y de su hinterland rural. Supo
incorporar al quehacer político citadi-
no a las masas, a través de un nuevo
clientelismo al servicio de las élites de
liación liberal o conservadora, vía las
sociedades mutuales, pero también a
través de proyectos de autonomía po-
pular de signo nacionalista antioligár-
quico.
El primer mutualismo artesanal fue
estimulado profundamente por el ciclo
de epidemias (cólera o morbo asiático,
inuenza, ebre amarilla, etcétera), el
cual acompañó al desarrollo del nue-
vo orden latinoamericano, afectando
principalmente puertos y ciudades.
Esta oleada de epidemias fue un epife-
nómeno de la ampliación del mercado
mundial, de la revolución tecnológica
de las vías y medios de transporte, así
como del empeoramiento de las con-
diciones sanitarias en los barrios po-
bres de las de las ciudades en proceso
de modernización. El cólera o morbo
asiático tuvo como núcleo endémico a
Bengala, propagándose por la India y
el Asia meridional, hasta alcanzar las
costas europeas y Egipto. De Europa
llegó el cólera a las costas americanas
cuatro o cinco años después de haber
estallado el brote epidémico en Asia.
La ebre amarilla tuvo como centro
endémico a las costas tropicales del
Caribe, propagóse de ahí hacia Sud-
américa, y llegó hasta Europa, vía el
tráco con España. Estos agelos fue-
ron verdaderos azotes de las ciudades
latinoamericanas en la segunda mitad
del siglo XIX (Sánchez Albornoz, 1977,
pp. 187-188).
Las epidemias de cólera en Cuba
(1855), y ebre amarilla en Río (1856),
Montevideo (1857), Buenos Aires
(1871), Valparaíso y Santiago (1873),
dejaron saldos de alta mortalidad ur-
bano-portuaria. Si bien la epidemia
atacaba a los diferentes estratos so-
ciales, se encarnecía sobre los secto-
res que vivían en mayor hacinamiento
y peores condiciones de salubridad.
Las epidemias propiciaron diferentes
estrategias sociales para paliar los le-
tales y nocivos efectos.
Se puede encontrar una cierta co-
rrelación entre el desarrollo de las so-
ciedades mutuales de algunas ciuda-
des y puertos, con los brotes de epi-
demias que le antecedieron. La prensa
obrera y artesanal fue muy sensible al
cubrir notas sobre la secuela social de
las epidemias. La fe en los nuevos des-
cubrimientos de la medicina moderna
fue acompañada de mayores expecta-
tivas en las sociedades mutuales, así
como de un cierto reclamo a los go-
Crítica de las ciudades darwinistas: El pensamiento anarquista
73
PAIDEIA XXI
biernos de turno por el abandono de
las clases menesterosas. No obstante,
las mutuales fracasarían en su intento
de paliar las carencias de los deudos.
La función preventiva de las mutua-
les, frente a experiencias de brotes
epidémicos, fue desconsoladora.
Las epidemias estimularon tam-
bién la sátira y la crítica social frente
a los gobiernos y patronos. A raíz de
un brote de ebre amarilla en Lima y
Callao, el presidente del Perú, Ramón
Castilla, se refugió con el gobierno en
pleno en el aislado y aristocrático bal-
neario de Chorrillos. Una letrilla que
se hizo muy popular, decía cáustica-
mente: «A Chorrillos fue Ramón / lleva
naipes, lleva dados, / lleva música y
soldados, / también lleva Convención.
/Porque le asusta se va / aquella e-
bre amarilla / y huye también la gavi-
lla / que al Perú leyes da/. ¿Habrase
visto un accidente como éste? / Te-
ner miedo una peste de otra peste».
De otro lado, se fue modelando una
corriente de intelectuales críticos,
adscritos a mediados del siglo XIX al
socialismo romántico, como Enrique
Alvarado, José Casimiro Ulloa, los
hermanos Francisco y Manuel Bilbao,
los cuales vivían su estación de exilio
en la ciudad de Lima. La relación de
estos intelectuales con los artesanos
y tipógrafos permitió otra manera de
encarar las urgencias de Lima y de la
nación.
Joaquín Capelo, en su libro So-
ciología de Lima, estimaba que, de la
población capitalina del último cuar-
to del siglo XIX (calculada en 100,000
habitantes), un 16% se desempeñaba
en los siguientes rubros artesanales:
albañiles, sombrereros, zapateros,
sastres, carpinteros, entre otros. Las
categorías de maestros, ociales y
operarios ayudantes, habían perdido
los privilegios que proporcionaban las
ya osicadas estructuras corporativas
de los gremios artesanales propias de
la Colonia y de la primera mitad del
siglo XIX; tal es así que los operarios
se habían convertido en una categoría
eventual de trabajadores a domicilio, y
los ociales, de manera gradual y ge-
neralizada, en semiproletarios, y, en el
mejor de los casos, se habían incorpo-
rado a las las del naciente proletaria-
do fabril.
Progreso y visión urbanocéntrica
Apreciar el desarrollo de la ciudad
en términos históricos tuvo expresio-
nes diversas. Denominamos ciudades
darwinistas a las que, a partir de la se-
gunda mitad del siglo XIX, asociaron
la idea de progreso al bienestar, a la
concentración del poder económico y
político de las élites,s y al control y re-
presión de los de abajo, obreros y pa-
rias. La visión de las élites autoritarias
justicaba y naturalizaba a la ciudad
como pivote y hechura del progreso y,
por ende, de la civilización occiden-
tal. Otros, desde una perspectiva más
amplia, se interrogaban sobre el de-
sarrollo, crisis y ruinas de las ciuda-
des antiguas. Hubo también posturas,
como la de Piotr Kropotkin, que veían
en la gran ciudad de su tiempo un pa-
limpsesto, develando sus sumergidas o
borradas sonomías arquitectónicas1.
Ricardo Melgar Bao
74
PAIDEIA XXI
William Morris, el socialista libertario
inglés, miraba en las pequeñas ciuda-
des, el espejo del camino seguido por
las grandes ciudades antiguas2.
La crítica de la ciudad durante el
arco temporal explorado, entre na-
les del siglo XIX y 1914, no fue ajena
a la mirada histórica, ni a la toma de
distancia frente a su contradictorio
presente, maquillado por la ideología
de progreso. Abrevó en las siguientes
fuentes: el romanticismo, por su des-
conanza en la ciencia y tecnología
aplicada a su espacio de vida; la en-
fermedad y mortandad, generadas por
la difusión de pestes o las condiciones
precarias de vivienda, alimentación
decitaria y sanidad en los barrios
obreros y populares; y, por último, la
publicación y difusión de los proyectos
y utopías urbanas de liación anar-
quista o socialista, algunos vinculados
a los proyectos migratorios comunita-
rios. De otro lado, apareció un con-
tradictorio discurso y representación
acerca de la naturaleza y la vida rural.
Sumándose a todo ello, incidió la olea-
da armamentística de nales del siglo
XIX, la cual sacudía a las más impor-
tantes ciudades y países europeos. Las
fricciones y disputas anglo rusas por
el dominio del Asia persistían, a pesar
del acuerdo de 1887. No fue menor el
clima de tensión entre la monarquía
austro-húngara y Rusia por los Balca-
nes, y la disputa por la dominación del
continente africano.
La publicación de algunas obras
narrativas, de parecido corte, retrata-
ron el desencanto de un sector intelec-
tual y popular frente a los lastres de
las principales ciudades industriales.
La ciudad dejaba así de ser celebra-
da, dados los problemas generados
por el desarrollo capitalista que se
desprendió de la segunda revolución
industrial. Este desencanto y crítica
se puede leer en las siguientes obras
acerca de las ciudades vitrina, como
Londres, Nueva York y París: La ruina
de Londres (1892), de Robert Barr; El
ciudadano 504 (1896), de Charles E.
Palmer; La isla que se volcó (1909), de
Thomas J. Vivian y Grenna J. Bennet
(Giacchino, 1978). En la narrativa na-
turalista y republicana de Emilio Zola,
París, Londres, Roma, muestran sus
contradicciones y su lado oscuro, el de
la pobreza. Sin embargo, fue más allá
de narrar el drama contemporáneo de
algunas de las principales ciudades
europeas. Elaboró una utopía urbana
en su novela Trabajo (1901), para lo
cual resimbolizó el pesebre de la tra-
dición cristiana, para dotarlo de una
función laica y de orientación socia-
lista en proceso de confrontación con
un espacio industrial capitalista, en la
que estaban engazados los obreros y
sus viviendas a la fábrica y fundición
acerera, llamada, con especial ironía,
el Abismo. Tan simbólico nombre le
permitió a Zola procesar la polaridad
que la enfrentaba a la Crècherie, prea-
nunciando que su fase de bonanza se-
ría temporal, y que la crisis y el incen-
dio la llevarían a la ruina. Explícita-
mente armó que dicha confrontación
representaba a las fuerzas antagóni-
cas del capitalismo y del socialismo.
La lógica de la lucha se inscribió en un
horizonte evolucionista, aunque men-
Crítica de las ciudades darwinistas: El pensamiento anarquista
75
PAIDEIA XXI
cionó escenarios y procesos de media-
ción. Momento culminante de la nove-
la gira en torno a la reconstrucción del
Abismo, con la ayuda y asesoría de los
obreros de la Crècherie. La crítica a la
ciudad está enlazada a una posición
antiarmamentista y antiguerrerista.
En su formación ideológica tardía,
se ha subrayado la presencia del le-
gado fourierista. La fundición dejó en
la memoria obrera su historia negra
y deprimente, donde «el salario había
respirado agonizante» (Zola, 1991, p.
430). Otro París era posible, conside-
rando el hecho de que:
El ejemplo de la Crècherie se
hacía contagioso. No eran teo-
rías, eran hechos; se iban ga-
nando hombres y terrenos del
contorno; nuevos obreros bro-
taban doquiera. En tres años
dobló la población de la Crèche-
rie; la progresión se aceleraba.
Era la ciudad soñada, la ciudad
del trabajo reorganizado, otra
vez noble; la ciudad futra de la
dicha conquistada, camino de
ser metrópoli. Los talleres, to-
das las construcciones, crecían,
cubrían hectáreas; y las casitas
claras y alegres entre verdes
jardines se multiplicaban (Zola,
1991, p. 406).
Una visión urbanocéntrica poblaba
el imaginario de muchos anarquistas
entre nes del siglo XIX y principios
del siglo XX, reconciliando la moder-
nización, la nueva moral, la igualdad,
la justicia y la libertad. Esta utopía
urbana contrastó con una vertiente
narrativa occidental que ccionali-
zaba sobre la ruina del tejido social
o material de las grandes ciudades,
como Londres. Morris dio forma a una
utopía urbana en su ensayo News
from Nowhere (1890), y Eliseo Re-
clus le dio gura lírica a la suya en
La Ciudad del Buen Acuerdo (1895)3.
El mismo año, Reclus, hablando de
la ciudad real y viable, raticó, en la
segunda, su condición de pivote de la
civilización y del progreso:
… es fácil demostrar que este
crecimiento monstruoso de la
ciudad, complejo resultado de
una multiplicidad de causas,
no es pura patología: por un
lado, en algunos de sus aspec-
tos, constituye para el mora-
lista un fenómeno espantoso,
por otro, cuando se desarrolla
normalmente, es el signo de
una evolución sana y regular.
Allí donde crecen las ciuda-
des, la humanidad progresa;
allí donde decaen, la propia
civilización está en peligro4.
Por su lado, Kropotkin, en La con-
quista del pan (1892), al reexionar
acerca de la Europa burguesa, urba-
nizada e industrializada, en las que el
proletariado mal vive, no olvidó referir
sus preocupaciones en torno a la ame-
naza que representaba la industria
armamentista, por sus implicaciones
guerreristas:
Basta citar los miles de millones
gastados por Europa en arma-
mento, sin más n que conquis-
tar mercados, para imponer la
ley económica a los vecinos y
Ricardo Melgar Bao
76
PAIDEIA XXI
facilitar su explotación; los mi-
llones pagados cada año a fun-
cionarios de todo tipo, cuya mi-
sión es mantener el derecho de
las minorías a gobernar la vida
económica de la nación; los mi-
llones gastados en jueces, cár-
celes, policías y todo ese embro-
llo que llaman justicia, cuando
alcanza, como es sabido, con
aligerar tan sólo un poco la mi-
seria de las grandes ciudades
para que la criminalidad dis-
minuya en proporciones consi-
derables… (Kropotkin, 2005, p.
33).
Kropotkin conguró la ciudad futu-
ra, ideal, a partir de la fuerza de la ne-
cesidad alimentaria del pueblo traba-
jador y de su tradición de ayuda mu-
tua. París, al igual que otras ciudades
burguesas, genera opulencia para sus
élites, y miseria para los obreros y pa-
rias. La toma del poder en manos del
pueblo y su consecuente cambio en el
modo de vida, idealiza la armación y
viabilidad de una zona liminar, es de-
cir, semi urbana:
Por la fuerza de las cosas, el
pueblo de las grandes ciudades
se verá obligado a apoderarse
de todos los víveres, procedien-
do de lo simple a lo complejo,
para satisfacer las necesidades
de todos los habitantes.[…] Es
principalmente alrededor de las
grandes ciudades –de París so-
bre todo– donde se agrupan los
parques y jardines de los seño-
res, millones de hectáreas que
no esperan más que el trabajo
inteligente del cultivador, para
rodear, por ejemplo, a París de
llanuras mucho más fértiles y
productivas que las estepas cu-
biertas de humus, pero deseca-
das por el sol, del sur de Rusia
(Kropotkin, 2005, pp. 72 y 83).
Jean Grave, amigo de Kropotkin,
fue más allá de la visión crítica de
éste, así como de las enunciadas por
Morris y Reclus acerca de la ciudad5.
En su ensayo La Ciudad Futura (1895),
resignicó la tesis social darwinista
sobre la sobrevivencia del más fuerte,
en la que se apoyaban las clases domi-
nantes para oprimir y expoliar al pro-
letariado y a los pueblos colonizados,
sin escapar a su matriz interpretativa.
Grave idealizó la fuerza y el destino
teleológico del proletariado al escribir,
con ánimo subversivo y tono de pro-
clama:
Abajo los prejuicios estúpidos,
abajo el respeto idiota a las ins-
tituciones seculares, abajo la
falsa moral; nosotros somos los
más fuertes, los mejor dotados,
puesto que después de una se-
rie innumerable de siglos lucha-
mos contra el hambre y la mise-
ria bajo un trabajo abrumador,
en condiciones mortales de hi-
giene, de insalubridad manies-
ta, y estamos todavía vivos; so-
mos los más aptos, puesto que
nuestra producción y nuestra
actividad son las que permiten
mantenerse a vuestra sociedad6.
William Morris, al darle forma na-
rrativa a su utopía urbana, pensaba
en reconvertir a Londres en un espacio
Crítica de las ciudades darwinistas: El pensamiento anarquista
77
PAIDEIA XXI
en el que la máquina y la tecnología no
generan ni desigualdad ni subalterni-
dad. En su Londres imaginado ore-
cen conjuntos diseminados de aldeas
con jardines, en donde el trabajo dig-
nica y alegra la vida en común. Las
familias eran relevadas por uniones
libres de pareja.
Cierra este arco temporal desde
Buenos Aires, La ciudad anarquista
americana (1914) de Pierre Quiroule,
el cual realizó una autopsia clasista de
la ciudad burguesa, la real, antes de
proponer su utopía:
Sabido es que la burguesía se
compone de individuos que vi-
ven del trabajo ajeno. Estos in-
dividuos, que son los parásitos
que roen el cuerpo social, no
podrían existir o desarrollar-
se fuera del recinto de las ciu-
dades. Es preciso, pues, que
haya ciudades para albergarlos
convenientemente, y que estas
ciudades sean grandes, porque
cuanto más grandes, más nu-
merosos son los servicios pú-
blicos que ellas necesitan, los
cuales exigen todo un arsenal
de ordenanzas y reglamentos
que faciliten su buen funciona-
miento. Estos reglamentos y or-
denanzas requieren, como es de
suponer, una legión de «activos»
funcionarios que velen por su
exacto cumplimiento (Quiroule,
1914, s/p).
Frente a esta realidad que le resul-
ta opresiva y ajena a las clases sub-
alternas, justica como vía de resolu-
ción, las acciones revolucionarias de
las masas:
Sí, todo es ilusión en las gran-
des ciudades, todo, hasta la sa-
lud, que no tenemos; hasta el
aire que respiramos, viciado por
las miasmas y pestilencias de la
calzada: ¿no hemos dicho que el
barrido de la vía pública es otra
ilusión?
[…] contra ellos, cientos de pu-
ños se levantan traduciendo en
gesto de rabia impotente la des-
esperación de los desgraciados
seres que viven en su base pri-
vados de luz, de aire y de sol, en
las miserables chozas envueltas
en la fría sombra que proyecta
sobre ellas el criminal coloso,
sembrador de tristeza, de tuber-
culosis y de muerte… (Quiroule,
1914, s/p).
La utopía de Quiroule al asumir la
defensa de una red de comunas rura-
les que no era contraria a los bene-
cios de la tecnología, el higienismo y
las ciencias de la salud y la reinven-
ción de los ocios, llevó a su clímax la
crítica de la ciudad darwinista. Para
nuestro pensador libertario la gran
ciudad no era deseable ni viable por
lo que proponía su negación a través
de las comunas rurales de nuevo tipo.
El trabajo digno y la salud colectiva de
los habitantes no eran posibles en las
ciudades grandes, por la inhumana
explotación existente de la fuerza de
trabajo, la contaminación, la insalu-
bridad y por tener, seguramente pre-
sente, la mortandad causada por las
Ricardo Melgar Bao
78
PAIDEIA XXI
recurrentes epidemias internaciona-
les:
…proclamar la libertad sin lí-
mite y el derecho a la salud en
la región americana emancipa-
da, organizando el trabajo so-
bre bases nuevas que no aten
al individuo a un modo deter-
minado de labor y de vida. Y,
sobre todo, huir de las grandes
ciudades, derribarlas implaca-
blemente hasta que no quede de
ellas piedra sobre piedra, como
si fueran ciudades malditas...,
y formar pequeños pueblos que
produciéndolo todo, se basten a
sí mismos. Respirar aire puro,
vivir en plena gloria del sol, para
dar nuevos pulmones a la hu-
manidad y regenerar la especie,
reconciliándola con la alegría y
la dicha de ser […] con el trabajo
libre e inteligente de sus habi-
tantes, las comunas nacientes
llegarían en poco tiempo a un
alto grado de progreso benéco
para todos sus miembros, acer-
cándose cada vez más al ideal
de perfección soñado por los ge-
nerosos utopistas (Ibíd.).
González Prada: crítica de la ciudad,
la civilización y el colonialismo
La valoración de la evolución de
la humanidad tiene un lugar cultural
por excelencia: la ciudad. La visión de
González Prada de la ciudad tuvo deu-
das con el positivismo, pero también
con el romanticismo de Víctor Hugo, y
con el pensamiento anarquista, parti-
cularmente de Eliseo Reclus y de Piotr
Kropotkin.
Exploremos la manera en que Gon-
zález Prada enfocó y valoró, desde re-
ferentes higienistas modernos, a las
ciudades peruanas, frente a sus pa-
res del continente y a las europeas.
Con respecto a las primeras escribió:
«Ninguna de nuestras ciudades riva-
liza con Buenos Aires, Montevideo ni
Santiago: en todas ellas se palpa la
estagnación o la ruina, sobre todas
pesa una atmósfera de hospital y ce-
menterio» (González P., 1933, p. 162).
La ciudad de Lima resentía todavía los
efectos del saqueo y la ocupación mi-
litar chilena, tras la derrota peruana
en la denominada Guerra del Pacíco
(1879-1882), a los que se sumaron las
acciones depredadoras de la guerra ci-
vil de 1895.
Nombrar a la serie hospital y ce-
menterio sugería hablar de ciudad en-
ferma, de ciudad cadáver, en tiempos
en que las fantasmagorías de la peste
estaban muy presentes en el imagina-
rio social. Consideró nuestro pensa-
dor que la peste del clero católico y las
pestes del cuerpo eran dos calamida-
des sociales que debían ser atendidas
con medidas prolácticas cientícas,
educativas, médicas e higienistas. De
las segundas, González Prada no pudo
dejar de evocar al «médico que lucha
brazo a brazo con la muerte en la ciu-
dad asolada por la peste» (1894, p. 37);
en otro pasaje de Pájinas Libres, men-
cionó el azote demográco de la ebre
amarilla (p. 30). A través de la proble-
mática urbana, nuestro autor congu-
ró simbólicamente una modernización
Crítica de las ciudades darwinistas: El pensamiento anarquista
79
PAIDEIA XXI
negada, una modernidad ausente.
Manuel González Prada asumió,
así, una perspectiva modernizante y
occidental, frente a la cuestión urba-
na y su progreso. De este modo ubicó,
entre las ciudades más desarrolladas,
a París, Roma, Viena, Berlín, San Pe-
tersburgo y Nueva York. Pensando
en la potencialidad de ellas, constru-
yó una utopía urbana, capaz de re-
producirse, congurando «hermosas
ciudades higiénicas» y hedonistas
(la enuncia como la «dulzura del vi-
vir»), sólo reconciliables bajo su ideal
anárquico. Si la «urbanización de la
tierra», armaba nuestro intelectual
libertario, ha sido un legado histórico
del trabajo de la humanidad, logrado
en el transcurso de siglos, le resultaba
ilegítima su apropiación privada
en manos de los multimillonarios
(Morgan, Carnegie, Rockefeller,
Rothschild) y de todos los ricos del
mundo. La alternativa sólo era una:
si la «Humanidad de ayer produjo y
capitalizó; a la Humanidad de hoy toca
recibir la herencia: lo de todos pertene-
ce a todos» (González P., 1948, p. 23).
Inaugurado el siglo XX, la retóri-
ca médica e higienista de factura po-
sitivista había sido puesta de moda
por la intelectualidad oligárquica la-
tinoamericana: Juan Álvarez, César
Zumeta, Alcides Arguedas, Salvador
Mendieta, Manoel Bonm, entre otros
(Funes y Ansaldi, 1994). González
Prada, quien había transitado y resi-
dido en Burdeos, París y Madrid, tuvo
conocimiento de primera mano del
impacto urbano de las ciencias bio-
médicas, así como de las ideologías
higienistas y sus legitimadas prác-
ticas sanitarias y arquitectónicas7.
Lo que no aceptó fueron los anclajes
racistas y clasistas del higienismo,
reelaborando sus referentes para su
propio ejercicio de la crítica de la ciu-
dad darwinista y la oligarquía criolla.
Es comprensible que Don Manuel
signase a Lima con una metáfora con-
cordante con el discurso medicalizado
y positivista de su tiempo. Un despre-
ciable síntoma de lo mórbido, «el núcleo
purulento», simbolizaba a la ciudad
de Lima, dentro del enfermizo cuerpo
nacional. Don Manuel, apelando a
una idealizada estética urbana, puso
bajo cuerda a la «perla del Pacíco», a
la «Sevilla sudamericana», mostrando
su real fealdad arquitectónica, sani-
taria y cultural (González P., 1933, p.
163). Apretar el pus con la palabra in-
amada o el dedo índice cumplía una
función proláctica, antioligárquica.
El lo crítico de González Prada se
acentuó cuando caracterizó a Lima
como un dique de contención de la
modernidad, casi en el rango de las
ciudades europeas de «tercer o cuar-
to orden». La lógica del higienismo
decimonónico alimentó en su obra un
inventario de lo negativo urbano: a la
ausencia de servicios de limpieza, dre-
naje, alcantarillado y pavimentación,
se sumó la carencia de aireación ar-
quitectónica, o mejor dicho, la arma-
ción del reino de los miasmas, el moho
y las inmundicias. Lima, escribió Don
Manuel:
Tiene sonomía vetusta, aire
de cosa exhumada, aspecto de
una Pompeya medioeval. Aquí
Ricardo Melgar Bao
80
PAIDEIA XXI
se asxia el hombre organizado
para respirar un ambiente mo-
derno, aquí no puede saborear
«ese buen aire de París que, se-
gún Flaubert, parece contener
euvios amorosos y emanacio-
nes intelectuales». Gracias a los
municipios gobiernistas, inep-
tos el vaho de las alcantarillas
mal cerradas, el aroma de basu-
ras aéreas y terrestres, el polvo
de calles sin pavimentar o con
pavimento irrisorio, y el miasma
de charcos en putrefacción […].
Con la ridícula modernización
de sus antiguallas inmoderniza-
bles y las nuevas casas de estilo
rastá nuestra capital es una vie-
ja verde que se gura estar muy
chic y a la moda con su traje de
segunda o tercera vida, sus pe-
rifollos descoloridos y su relen-
te moho disuelto en naftalina
(González P., 1933, p. 162).
González Prada, por oposición a la
ciudad oligárquica, miasmática y no
moderna, deslizó algunos atributos
positivos de la soñada arquitectura y
vida parisina. Confesaba que, después
de vivir un tiempo en «una ciudad mo-
derna», la depresión se volvió inevita-
ble en el reencuentro con Lima, tanto
que, se preguntaba con despiadado
humor negro, si los «vivos de nuestras
calles y plazas ¿encierran más vida
que los muertos del panteón?» (ídem.)
En otro artículo usó otra variante de
la máquina tentacular: el trapiche
símbolo de los ingenios azucareros
y de la arcadia modernizadora de la
oligarquía terrateniente criolla–, para
impugnar el orden clasista del siste-
ma de recaudación de impuesto de la
ciudad capital, que, en benecio de los
ricos, hacía crujir y moler la carne del
agobiado contribuyente (González P.,
1938, p. 214).
Nuestro ensayista cuestionaba la
verticalizada y clasista prolaxis so-
cial, es decir, los modos de control y
exclusión de la plebe nacional de in-
dios, negros, y de sus mezclas. Fren-
te a la interesada construcción hi-
gienista de la pestilencia del pobre,
con la que las burguesías metropoli-
tanas y las oligarquías criollas jus-
ticaron sus excesos controlistas8,
Don Manuel le opuso la imagen de
la hediondez moral, política y cultu-
ral de las élites y sus agentes repre-
sores. Imagina que ellas «…sienten la
trepidación del suelo, y no comprenden
que es el paso de la revolución en
marcha; respiran en atmósfera
saturada por hedores de cadáver, y
no perciben que ellos y todo el mundo
burgués son quienes exhalan el olor a
muerto» (González P., 1946, p. 55).
La gura y función represora del
policía en la ciudad le parece abo-
minable: «Desde los primeros años,
casi desde la cuna misma, el policía
amarga y entristece la vida del
hombre…» (González P., 1948, p. 101-
102). ¿Quién concentra mayor fetidez
y suciedad que el agente de policía? Ni
siquiera juntos el limpiador de alba-
ñales y el deshollinador de chimeneas
equiparan en suciedad y pestilencia al
policía. Por eso, nuestro autor invita al
«indio motoso» a que rechace el ocio
más vil y sucio, el de agente policial.
Crítica de las ciudades darwinistas: El pensamiento anarquista
81
PAIDEIA XXI
Cualquier trabajo es mejor, le dice al
indio, «…porque despidiendo malos
olores, chorreando inmundicias, apa-
recerás menos hediondo y más limpio
que instalado en una esquina, con tu
vestido caqui, tu gorra blanca y tu
vara de la ley» (González P., 1948, p.
103).
El discurso médico e higienista de
González Prada fue revertido contra la
propia oligarquía peruana y su ciudad
capital, a las que responsabilizó como
autoras de las patologías urbanas y
nacionales. La reacción del peruano
no fue distinta a los críticos de las ciu-
dades darwinistas: el drama obrero y
popular no podía pasar desapercibido
frente a los destellos de la opulencia,
sea bajo el ropaje ideológico del ro-
manticismo social, del socialismo, o
del anarquismo (Viñas, 1983, p. 15-
22). Nuestro escritor tuvo la precau-
ción de no caer en el señuelo de la mo-
dernización de los servicios urbanos,
como el alumbrado eléctrico o a gas,
dada la vulnerabilidad de su abasto, la
cual podía revertir la ciudad civilizada
en «bosques de bandidos» (González
P., 1946, p. 88). La degradada conver-
sión de la ciudad en selva, fue también
atribuida a los militares que reprimían
y perseguían como «sabuesos y galgos»
a los obreros huelguistas, convertidos
en «animales de caza» (González P.,
1948, p. 40). Para nuestro ensayista
latinoamericano, había una clara dis-
tinción entre el bárbaro de la ciudad
y el civilizado, aunque el primero pre-
sumiese de las modas y los bienes que
brindaba la modernización a nes del
siglo XIX. Así escribió en 1898:
¿Acaso el hombre civilizado se
caracteriza por sólo cubrirse
de paño y alumbrarse con luz
eléctrica? La civilización se mide
por el encumbramiento moral,
más que por la cultura cientíca:
quien al mínimun de egoísmo
reúne el máximum de conmi-
seración y desprendimiento, se
llama civilizado; quien todo lo
pospone al interés individual
haciendo de su yo el centro del
Universo, debe llamarse bárba-
ro; más que bárbaro, ave de ra-
piña (González P., 1938, p. 227).
En el imaginario burgués, armaba
González Prada, se había construido
un nuevo y temible enemigo de la ciu-
dad: el anarquista, el bárbaro primiti-
vo, el «enemigo jurado de vida y pro-
piedad ajenas, un energúmeno acome-
tido de fobia universal y destructiva,
una especie de felino extraviado en el
corazón de las ciudades» (González P.,
1948, p. 11). Consideraba que la ebre
anarquista se reprodujo en los medios
obreros como «germen de rebelión»,
aunque consideraba que la acción de
las multitudes era intuitiva, distando
de ser consciente. En la obra de Gon-
zález Prada hubo una oscilación valo-
rativa de la acción de masas: entre la
voluntad utópica y su servilismo bur-
gués. La multitud con la «…blusa del
obrero, se maniesta indisciplinada y
rebelde; con el uniforme del recluta, se
vuelve sumisa y pretoriana. El solda-
do fusilador del huelguista, ¿de dónde
sale?» (González P., 1948, p. 20).
Nuestro autor, desde su mirador
ético anarquista, pensó y juzgó a la
Ricardo Melgar Bao
82
PAIDEIA XXI
ideología racista de las oligarquías, así
como a sus inventados linajes aris-
tocráticos. Veamos el panorama re-
publicano continental en los propios
términos del autor, signados por los
atributos más repudiables:
Esa gran división de clases no
dejamos de palparla en nuestra
América republicana donde las
familias acaudaladas van cons-
tituyendo una aristocracia más
insolente y más odiosa que la
nobleza de los Estados monár-
quicos: a fuer de advenedizos,
nuestros falsos aristócratas lle-
van a tal grado la presunción y el
orgullo que sobrepasan al señor
de horca y cuchillo. Descendien-
tes (por línea torcida) de aque-
llos españoles que sufrían de
mal del oro, nuestros hidalgos
de llave maestra, y ganzúa no
tienen más que un sólo deseo:
juntar dinero. De ahí que ha-
brán monopolizado el ejercicio
de la autoridad, nos hayan dado
unas repúblicas de malversacio-
nes y gatuperios, cuando no de
oprobios y sangre (González P.,
1948, p. 107).
Para el pensador peruano, la fuer-
za colectiva de la evolución nacional y
sus Mesías no podrían salir de la capi-
tal peruana: «La desinfección nacional
no puede venir del foco purulento:
la acción necesaria y salvadora debe
iniciarse fuera de Lima para redimir a
los demás pueblos de la odiosa tutela
ejercida por grupillos de la capital»
(González P., 1933, p. 171).
Ciudad, civilización y colonialismo
a debate
En la primera mitad década del 60
del siglo XX, Rodolfo Stavenhagen y
Pablo González Casanova sustentaron
la teoría del colonialismo interno con
ligeras variantes, la cual ponía en evi-
dencia el papel de la ciudad como eje
de la dominación y expoliación de su
hinterland rural-urbano, así como su
dislocamiento frente a la nación. En
los hechos, la imagen de la burgue-
sía nacional ocupó su real lugar como
burguesía nativa. En el pensamiento
anarquista encontramos antecedentes
de esta crítica, los cuales merecen ser
rescatados, según nos lo recuerdan
González Prada y Eliseo Reclus.
Lima le mereció otra crítica a Gon-
zález Prada, acaso inspirada en la lec-
tura de La evolución de las ciudades
(1895) de Eliseo Reclus, quien obser-
vaba, con preocupación, la función
tentacular de las capitales y de algu-
nas grandes ciudades, como «el sínto-
ma de una extraña enfermedad social»
(Reclus, 1999: 87), así como la clasis-
ta concentración articial de recursos
políticos, militares y económicos en
manos de las élites, coexistiendo con
la miseria y la contaminación. La -
gura simbólica del pulpo le permitió a
Reclus eslabonar, desde la ciudad, los
sentidos de depredación y asxia del
entorno rural y campesino.
En la lectura de González Pra-
da existe una carga más higienista y
mecánica en su cuestionamiento del
excesivo centralismo que se ejercía
desde Lima hacia las provincias. Sin
Crítica de las ciudades darwinistas: El pensamiento anarquista
83
PAIDEIA XXI
lugar a dudas, la proximidad entre el
abrazo tentacular del pulpo urbano
de Reclus, y la dualidad del artefacto
mecánico extractor y recolector de la
ciudad del peruano, no supone identi-
dad de criterios, pero si convergencia
o equivalencia de imágenes:
La capital es una bomba aspi-
rante que chupa los jugos de
toda la Nación, y también una
especie de albañal colector o
cloaca máxima a donde acu-
den a reunirse las deyecciones
de todas las provincias. Como
en Lima se reparte los bocados
más suculentos, abundan las
tentaciones y caídas; como en
Lima se aglomeran también los
malos elementos o miasmas de-
letéreos, no faltan los envenena-
mientos precoces (González P.,
1939, p. 173).
La crítica del paradigma de la mo-
dernidad que irradiaban el evolucio-
nismo y el positivismo como ideolo-
gías legitimantes de la desigualdad y
la injusticia fue realizada y sostenida
desde la razón oculta del pobre, es
decir, desde la ética del «bárbaro» de
la civilización capitalista. Además, la
crítica a la modernidad se expresaba
en defender un cierto equilibrio entre
razón y sentimiento. Y es que el «civili-
zado» distaba de guiarse solo de razo-
nes; su corazón era fuente de signos
contradictorios, «oculta(ba) siempre
un salvaje». La escalada neocolonial
prusiana en Asia y África le llevaron
a desarrollar una crítica sostenida
del racismo que acompañaba a sus
presuntas cruzadas civilizadoras de
las manadas de tigres teutónicos con
guras de hombre. Para el autor de
Anarquía: «Media más distancia del
salvaje prehistórico al hombre moder-
no que del hombre moderno al indivi-
duo de la futura sociedad anárquica»
(1948, p. 117).
Don Manuel ejerció una sostenida
crítica de la modernidad a través de la
revelación de los signos depredadores
e irracionales de las prácticas civiliza-
doras de la ofensiva neocolonial. Tal
postura convergió con el movimiento
intelectual de ruptura epocal, en el
que participaron Martí, Darío, Rodó
y Vargas Vila, entre otros. Para todos
ellos, las metáforas en clave anticolo-
nialista, más allá de sus divergencias,
impugnaron el positivismo spenceria-
no que reicó y sacralizó la misión ci-
vilizadora del capitalismo occidental9.
La noción de civilización fue cuestio-
nada por nuestro pensador rebelde,
rompiendo con el criterio evolucionis-
ta unilineal y armando la existencia
de tipos de civilización marcados por
referentes nacionales. En su conjunto,
la civilización fue cuestionada como
ideal, como principio teleológico, como
valor moral:
El bárbaro que desea civilizarse
y adquirir como principio una
creencia religiosa, quedaría per-
plejo si oyera al cismático griego
hablar contra el protestante, al
protestante contra el musul-
mán, al musulmán contra el ca-
tólico y al católico contra todos
los creyentes y no creyentes. El
zar que azota y manda a Siberia;
el Emperador alemán que orde-
Ricardo Melgar Bao
84
PAIDEIA XXI
na la matanza de China sin res-
petar sexo ni edad, ¿son tipos de
civilización? (González P., 1989,
p. 234).
Conocido es el hecho de que en el
seno del ala radical de los modernis-
tas creció la idea de que los burgueses
civilizados de Estados Unidos o Euro-
pa fueron, en realidad, más bárbaros
o salvajes que los pueblos de color de
este y otros continentes periféricos,
tanto por sus extravíos antihumanis-
tas, como por expresar la crueldad
instintiva, reñida con la razón y el sen-
timiento justo. Así, González Prada, en
fecha temprana, como 1899, confron-
tó a los socialdarwinistas españoles,
quienes consideraban a los habitantes
de este continente como involuciona-
dos, con aceradas preguntas cargadas
de ironía:
¿Cómo se explica que los gori-
las San Martín, Bolívar y Sucre
derrotaran al hombre español?
¿Cómo se explica que los gori-
las Bello, Baralt y Cuervo hayan
enseñado y enseñen castellano
al hombre español? ¿Cómo se
explica, en n, que hoy mismo
veinte o veinticinco mil gorilas
de Cuba acaben de tener en
jaque a más de doscientos mil
hombres españoles? (González
P., 1899).
Se trataba de tres interrogantes
críticas que se correspondían con lo
político y lo intelectual, en donde los
«gorilas» latinoamericanos quedaban
situados en clave evolucionista arriba
del «hombre español». La sustitución
del salvaje por el gorila llevaba iróni-
camente la confrontación de ideas al
mismo terreno del pensamiento darwi-
nista. Lo anterior evidenciaba la di-
cultad del escritor peruano para sus-
traerse a las imágenes e ideas del pen-
samiento evolucionista, aunque haya
desplegado, desde sus bordes, una
relectura crítica de la civilización y su
matriz eurocéntrica.
En la primera y tercera pregun-
ta de la cita, González Prada abordó
el asunto político-militar de la inde-
pendencia sudamericana y cubana,
enlazándolos positivamente como
cátedra dictada al hombre español.
Nos referimos al papel de los líde-
res (San Martín, Bolívar y Sucre)10
y al de la plebe armada (los veinticinco
mil «gorilas» cubanos). En el segundo,
reivindicó la apropiación paradigmá-
tica del castellano de los lólogos ve-
nezolanos Andrés Bello (1781-1865) y
Rafael Baralt (1810-1860), así como la
del colombiano Runo Cuervo (1844-
1911); todos ellos dieron cátedra al
hombre español. En el texto existe
una interpelación adicional alusiva
a la conquista y la dominación colo-
nial hispana, como proceso de envile-
cimiento de los indígenas y negros e
indígenas. Armó así:
… en la América Española hay
millones de indios y miles de ne-
gros que no llevan en sus venas
una sola gota de sangre caste-
llana; pero verdad también que
los negros y los indios han vivi-
do por algunos siglos bajo la ex-
clusiva dominación de España,
de modo que intelectual y mo-
ralmente deben ser considera-
Crítica de las ciudades darwinistas: El pensamiento anarquista
85
PAIDEIA XXI
dos como sus propios hijos. Los
negros o animales de campo, lo
mismo que los indios o anima-
les de mina, se hallan en el caso
de argüir a sus antiguos amos:
«Si somos malos ¿por qué no
impidieron ustedes la degene-
ración?». Cuando los animales
domésticos degeneran, cúlpese
al dueño, no al animal (Gonzá-
lez P.,1989).
Sin lugar a dudas, para González
Prada, el simbólico «gorila» del nuevo
mundo, el salvaje americano, podía ci-
vilizar al otro, al europeo, y particular-
mente al español. En la concepción del
escritor peruano subyace una concep-
ción moral de la evolución humana y
una visión disidente de la civilización.
En el pensamiento de nuestro escritor,
los bárbaros distaron de agotarse en
las fuerzas coloniales y neocoloniales;
también contaron los bárbaros criollos,
los guerreros y represores nativos11.
En general, el envilecimiento de los
“blancos” fue remitido por nuestro au-
tor a cierta explicación psicológica. Así
armó: «El ansia de lucro, la ebre del
oro, hacen del hombre pálido una era
implacable y sanguinaria» (González
P., 1948, p. 59).
Las matanzas de indígenas, perpe-
tradas por los caucheros colonizado-
res de la región amazónica, orillaron a
González Prada a interpelar ese proce-
so abominable de colonialismo inter-
no, tanto desde la coyuntura del boom
cauchero, como en su espejo primige-
nio, situado en el tiempo largo:
¿Quiénes merecen el título de
salvajes: los indios bravos que
habitan los bosques o los blan-
cos y mestizos que van a civili-
zarles? Cuando los españoles vi-
nieron a sembrar la civilización
entre los Incas, resultó que los
súbditos de Carlos V eran mo-
ralmente inferiores a los descen-
dientes de Manco Cápac: hoy
está sucediendo que nuestros
emisarios y colonos en el Madre
de Dios se muestran más salva-
jes que los Guarayos y los Cam-
pas (1941, p. 112).
Se atisba, en esta apreciación de
González Prada, una coincidencia con
Martí, en especial en la manera de
construir ciertas metáforas alusivas al
neocolonialismo, en las que destaca-
ron su condición de bestias depreda-
doras (águilas, tigres, etc.). Pero esta
clasicación zoomorfa de los grupos
de poder se hizo extensiva a los caudi-
llos, hacendados y burgueses nativos
(tiburones).
González Prada no desarrolló el
discurso sarmentino sobre la moder-
nidad, por el contrario, lo recusó des-
de sus ideas sobre la unidad de la es-
pecie humana y la moral igualitaria.
Optó por congurar una modernidad
deseable, que eslabonase implícita-
mente la política, la técnica y la cul-
tura. De este modo, en su lectura del
imperialismo americano resumió su
postura al decir:
Admiramos al pueblo yankee
por la eminencia de sus hom-
bres desde Washington hasta
Edison, por el emancipado espí-
ritu de sus mujeres y por el am-
plio desarrollo de su instrucción
Ricardo Melgar Bao
86
PAIDEIA XXI
pública; pero lo execramos por
su implacable ferocidad para
con el piel roja, el negro y el
huelguista (González P., 1941,
p. 150).
Y en lo que respecta al campo más
puntual de las innovaciones técnicas
y cientícas, González Prada asumió
una postura convergente con la ex-
puesta por el mexicano Ricardo Flores
Magón: subordinada al interés de las
clases productoras. Para el pensador
sudamericano, la pérdida de la moral
por el explotador lo terminaba alie-
nando más que a los trabajadores que
explotaba y oprimía. El ser tigre fue
la negación de la condición humana,
porque antepuso el instinto de rapa-
cidad (afán de lucro), a la razón mo-
ral. Por regla general, los dominadores
se acercaron al indio para engañarlo,
oprimirlo o corromperlo, fueran na-
cionales o extranjeros. Así armó Don
Manuel:
…cuando los europeos se ha-
cen rescatadores de lana, mine-
ros o hacendados, se muestran
buenos exactores y magnícos
torsionarios, rivalizan con los
antiguos encomenderos y los
actuales hacendados. El animal
de pellejo blanco, nazca donde
naciere, vive aquejado por el
mal del oro: al n y al cabo cede
al instinto de rapacidad (Gonzá-
lez P., 1975, p. 105).
Cierre de palabras
Nuestra aproximación al pensa-
miento libertario acerca de la ciudad
real desencantada, signada por la des-
igualdad y el autoritarismo, marcó un
hito en la historia del pensamiento crí-
tico de Europa y de Nuestra América.
Gracias a este tipo de pensadores y
a veces, actores, la ciudad darwinis-
ta fue interpelada y juzgada como no
deseable, abriendo la posibilidad de
imaginarla y asumirla colectivamente
de otra manera. Para ellos, la ciudad
moderna, que pretendía tener las lla-
ves del bienestar, la gran cultura y el
progreso, fue parcialmente desnuda-
da, mostrando sus excrecencias y las-
tres, sin llegar a romper con la matriz
evolucionista.
Coincidencias, proximidades y
préstamos ideológicos nutrieron a este
sector de los intelectuales de liación
anarquista y socialista radical tanto
en su crítica a la ciudad o ciudades de
su tiempo, como al curso civilizatorio
neocolonial. En ese contexto, hemos
particularizado, la presentación crí-
tica de las ideas de Manuel González
Prada, sin olvidarnos de su lugar de
enunciación, Lima.
Crítica de las ciudades darwinistas: El pensamiento anarquista
87
PAIDEIA XXI
NOTAS
1 «Las ciudades, conectadas entre sí con ferrocarriles y líneas de navegación, son organis-
mos que han vivido siglos. Si cavásemos en sus suelos encontraríamos superpuestas
calles, casas, teatros, circos y edicios públicos. Si profundizásemos en su historia,
veríamos cómo la civilización de la ciudad, su industria y su genio, han crecido y ma-
durado lentamente por acción de todos sus habitantes antes de llegar a ser lo que son»
(Kropotkin, 2005, p. 24).
2 «… se ha demolido poco y se ha edicado mucho en las ciudades pequeñas. Sus arraba-
les, cuando los tenían, han ido a confundirse con el campo, obteniéndose así amplitud
en el centro de ellas, pero las ciudades se conservan con sus calles, plazas y mercados.
Esas pequeñas ciudades pueden darnos hoy idea de lo que eran las ciudades en el
mundo antiguo» (Morris, 1925, p. 91).
3 «Aquí entramos todos con alegría, llenos de noble serenidad, con la rme resolución de
realizar grandes cosas. Aquí todos tendrán pan, tan difícil de obtener fuera, porque hay
que conseguirlo mediante inmensas dicultades y vergonzosas humillaciones; todos
poseerán la salud que dan el aire puro y el agua abundante de cristalinas fuentes, dis-
frutarán de una alimentación sencilla, regulada por el trabajo. Es esa ciudad todo un
microcosmos funcionará sin esfuerzo, resumen y al mismo tiempo esperanza del género
humano, ocupándose en las mil tareas que la vida requiere, tareas siempre atractivas,
puesto que serán libremente escogidas. Los artistas adornarán palacios familiares con
frescos y esculturas; nos instruiremos mutuamente en los laboratorios, museos y jar-
dines; las doncellas cantarán a coros sublimes melodías; y los niños rodearán en sus
alegres corros a los ancianos dichosos; ninguna ley, ninguna imposición perturbará lo
más mínimo el gran acuerdo, la augusta conformidad.
«¡Salud y alegría a todos los amigos desconocidos que he encontrado en la nueva ciu-
dad! ¡Salud y alegría a todos los que en ella vivan a través de los siglos!». Reclus, E. «La
ciudad del buen acuerdo» (1895). Reproducido en: Homobono, 2009, p. 171.
4 Reclus, E. «La evolución de las ciudades». (1869) Reproducido en: Homobono, 2009, p.
155.
5 La relación entre Reclus y Kropotkin, además de tener anidad de ideas, fue amical. Lo
refrenda el prólogo del primero a La Conquista del Pan.
6 A un año de la edición francesa, salió traducida al castellano y publicada en América
Latina: Grave, Jean (1896) La sociedad futura, traducción de Luis Marco, Buenos Aires:
P. Tonini.
7 En Madrid, durante el último tercio del siglo XIX, el positivismo y darwinismo iban de
la mano en las posturas de la intelectualidad burguesa (José de Perojo, Luis Simarro,
Manuel Revilla, Pompeyo Gener, Pedro Estasén y José Ustáriz) (Otero, 2000).
8 «Subrayar la fetidez de las clases trabajadoras, y por ende, poner el acento sobre el
riesgo de infección que su sola presencia comporta, contribuye a mantener dicho terror
justicativo, en el cual la burguesía se complace, y que pone un dique a la expresión de
su remordimiento. Así se encuentra inducida una estrategia higienista que simbólica-
mente asimila desinfección y sumisión» (Corbin, 1982, p. 159).
9 Así, por ejemplo, La Revista Positiva, el prestigiado vocero de los positivistas mexicanos,
donde colaboraron el chileno Larraguirre y la peruana Margarita Práxedes Muñoz, pu-
blicó, empezando el siglo XX, varios artículos de explícito tenor anticolonialista.
10 Esta inclusión de San Martín al lado de Bolívar, como veremos más adelante, desapa-
recerá al ritmo de la construcción de su bolivarolatría.
11 González Prada, en fecha temprana como 1887, escribió: «En oposición a los políticos
que nos cubrieron de vergüenza i se levantan los literatos que prometen lustre i nombra
día. Después de los bárbaros que hirieron con la espada vienen los hombres cultos que
desean civilizar con la pluma» (1894: 35).
Ricardo Melgar Bao
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