EDITORIAL
1Unidad de Diabetes y Centro de Vida Sana La Carlota, Universidad de Montemorelos, Mexico. aEspecialista en Medicina Interna y Diabetes. bEditor Invitado. 2Instituto de Investigación en Ciencias Biomédicas, Universidad Ricardo Palma, Perú. cEspecialista en Medicina Interna y Oncología Medica. dPresidente de Latinoamerican Lifestyle Medicine Association.
Necesitamos cambiar el enfoque en lo que se refiere a la prevención y tratamiento de la DM2.
La Diabetes es una enfermedad crónica y progresiva que impacta casi todos los aspectos de la vida de
quien la padece y que impone una gran carga económica a los individuos, las familias y los sistemas
nacionales de salud. Resulta preocupante la manera en que la incidencia de la diabetes aumenta cada
vez más a nivel mundial, especialmente en los países en desarrollo, en directa relación con la epidemia
de obesidad y la occidentalización del estilo de vida, razón por la cual ha sido catalogada dentro de las
enfermedades de estilo de vida. Esta pandemia de diabetes ha arrojado unas cifras dramáticas como es
el hecho de que cada 6 segundos fallece una persona como consecuencia de la diabetes; es la primera
causa de ceguera permanente, de amputaciones no traumáticas y de insuficiencia renal terminal en el
mundo occidental, además de que su atención se lleva al menos el 12% del gasto sanitario mundial1.
Es una de las principales causas de años vividos con discapacidad2 y de años perdidos por muerte
prematura, alcanzando el primer lugar como causal de mortalidad en México habiendo desplazado a la
enfermedad coronaria3.
También es de notar que de los 415 millones de personas que viven actualmente
con diabetes en el mundo el 45% no ha sido diagnosticado1, por lo tanto, se exponen a un riesgo muy
elevado de desarrollar complicaciones crónicas antes de recibir atención, lo cual atenta contra la calidad
de vida, la productividad y el desarrollo económico. A todo lo anterior se suma el hecho de que la
prevalencia de la prediabetes es muy elevada, por lo que se prevé que habrá un aumento del 54% en la
cantidad de personas con DM en los próximos 20 años1.
Como si lo anterior fuese poco, pese a los ingentes esfuerzos realizados por los sistemas de salud, en la
mayoría de los países de América Latina la cantidad de pacientes controlados, solo teniendo en cuenta
un valor de HbA1c < 7%, no supera el 25% y si se tienen en cuenta otros factores determinantes de buen
tratamiento como control de HTA, hiperlipidemia y correcto uso de antiagregación plaquetaria, esta
cifra no supera el 5%⁴.
Es un hecho aceptado que la Diabetes es una enfermedad predominantemente derivada de estilos de
vida caracterizados por las pobres elecciones alimenticias y el sedentarismo, y que entre el 90% y 100%
de los casos de Diabetes Mellitus tipo 2 se pueden prevenir con hábitos saludables tales como, lograr
5-7% de pérdida de peso corporal, limitar consumo de grasas saturadas a menos del 10% del consumo
calórico diario (disminuir consumo de carnes), aumentar el consumo de fibra al ingerir al menos 5 porciones al día de frutas y vegetales, realizar
actividad física durante al menos 4 horas/semana
y cesación tabáquica5,6.
Esto quedó demostrado
en 2001 con la publicación de los resultados del
Diabetes Prevention Study (DPS)5, cuyos resultados
fueron posteriormente reproducidos por el Diabetes
Prevention Program (DPP)7 y otros más como el
European Prospective Investigation into Cancer and
Nutrition (EPIC)⁸ y el Diet, lifestyle, and the risk of
type 2 diabetes mellitus in women⁶.
El concepto de que la DM2 es una enfermedad
irreversible y progresiva, que inequívocamente
conduce a la muerte de la masa de células beta ha
sido replanteado y existe actualmente evidencia
sólida que demuestra que esta enfermedad puede
remitir en más del 50% de los casos cuando se
logra una pérdida de peso de alrededor del 20%
del peso corporal, como ha sido demostrado en
varios estudios en pacientes diabéticos sometidos a
cirugía bariátrica⁹.
Posteriormente algunos trabajos
han establecido que es la pérdida de peso más que
los cambios producidos por la cirugía en si misma lo
que se relaciona con el proceso de reversión de la
enfermedad, punto este que se sustenta sobre los
trabajos del Dr. Lingvay10 de la universidad de Texas y
del grupo de la Universidad de Newcastle en cabeza
del Dr. R. Taylor11,12 donde se logran resultados
similares a los de pacientes sometidos a cirugía
bariátrica cuando son sometidos a dietas muy bajas
en calorías (entre 500 y 700 Kcal/día).
Si bien es
cierto que es difícil imaginar que en condiciones
de vida real los pacientes se sometan a dietas
“extremas” hay evidencia de que el conocimiento
de los resultados que se logran con este tipo de
intervenciones: controlar la enfermedad, disminuir
en forma considerable el uso de medicamentos y
reversión de la enfermedad en más del 50% de los
casos en que se alcanzan pérdidas de entre 10 y
20 Kg en pacientes con menos de 8 años desde el
diagnostico, logran motivar a no pocos pacientes a
introducir cambios en sus hábitos relacionados con
la salud; los cuales por otro lado no necesariamente
tienen que ser tan “extremos” como lo sugieren
los estudios hasta ahora citados. Existe evidencia
que sugiere que las dietas basadas en plantas
logran resultados similares a los anteriormente
citados sin requerirse restricciones calóricas tan
severas12 e incluso se ha documentado cese en
el requerimiento de insulina en más del 50% de
individuos tratados con dieta isocalórica basada
en plantas13.
Estos últimos trabajos citados no han
incluido intervención en los niveles de actividad
física de sus participantes para facilitar el posterior
análisis de los resultados. Es necesario mencionar
que en lo que se refiere a la actividad física existe un
cuerpo sólido de evidencia que demuestra que la
actividad muscular disminuye la resistencia central,
periférica y vascular a la insulina logrando mejorías
significativas en la función pancreática y en el grado
de control de la enfermedad14,15.
La evidencia citada explica algunas de las razones
por las cuales los modelos de atención basados
en medicina de estilo de vida han demostrado ser
costoefectivos para prevenir, controlar e incluso
revertir algunas enfermedades crónicas, por lo que
varios de estos programas hoy en día son cubiertos
por MEDICARE y otras compañías aseguradoras.
Resulta llamativo que, a pesar de la evidencia,
el conocimiento y la práctica de la medicina de
estilo de vida permanezca como una herramienta
subutilizada.
Es necesario que, para poder practicar
una buena medicina, que pueda proveer respuesta
a la actual crisis de salud, los médicos entendamos la
importancia crucial de las intervenciones del estilo
de vida para prevenir y tratar las enfermedades
crónicas. Esto es especialmente difícil debido a
que la gran mayoría de los currículos de formación
médica carecen de educación sobre actividad física,
nutrición y manejo del stress, factores considerados
como determinantes críticos de salud.
Como
respuesta a esta situación algunas escuelas de
medicina como la de Loma Linda University, Harvard
Medical School y en América Latina la Universidad de
Montemorelos han enriquecido sus currículos con
materias dedicadas a estilo de vida. Necesitamos que
más escuelas de medicina se sumen a la enseñanza
de la medicina de estilo de vida.
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