Sobre fórmulas de tratamiento en el Perú actual.

Un análisis de Y de repente, un ángel, de Jaime Bayly

Carlos arrizabalaga lizárraga

Universidad de Piura, Lima, Perú carlos.arrizabalaga@udep.edu.pe


RESUMEN

La expresión de la cortesía en las lenguas está muy ligada a los cambios en la vida social. El presenta tra- bajo pretende indagar sobre las fórmulas de tratamiento empleadas en el Perú actual desde la hipótesis de que suponen cierto correlato respecto de la transformación ocurrida en la sociedad peruana en las últimas décadas, ya que son expresión clara de la estructura social (Escandell, 2013, p. 144). Toma como objeto de análisis una novela reciente en la que se manifiesta la relación de desigualdad entre una empleada doméstica y su empleador, así como el reflejo de la transformación social en el empleo distinto de las fórmulas de tratamiento entre ellos y distintos personajes de una novela de Jaime Bayly (Lima, 1965), manifestando la desaparición de fórmulas como niño, patrón, patroncito y la extensión de joven en oposición comple- mentaria con señor.


Palabras clave: Fórmulas de tratamiento, cortesía lingüística, narrativa peruana, Jaime Bayly, cambios sociales


On forms of address in present-day Peru. An analysis of

And suddenly an angel, by Jaime Bayly

ABSTRACT

The expression of politeness in languages is closely linked to changes in social life. This paper aims to inves- tigate the forms of address used in present-day Peru on the assumption that they imply a certain correlation with the changes happened in the Peruvian society in recent decades, since they are a clear expression of the social structure (Escandell, 2013, p. 144). This paper takes as an object of analysis a recent novel that shows the relationship of inequality between a maid and her employer as well as, it shows the reflection of social differences in the use of forms of address between them, and among the other characters in the novel by Jaime Bayly (Lima, 1965). The disappearance of forms such as niño, patrón, patroncito (child, master, boss) and the introduction of the term joven (young man) in complementary opposition to señor (sir) is manifested.


Keywords: Forms of address, linguistic politeness, Peruvian narrative, Jaime Bayly, social changes


YUYAYKUSUN 97

10 (2020) 97-111 URP, Lima, Perú ISSN 2073-6150 DOI: 10.31381/yu.v1i10.3557

[Recibido 03/08/2020 - Aprobado 06/10/2020]


P

odría decirse que todo ha cambiado y nada ha cambiado en el hermoso país de los incas. La integración del Perú en el mercado global, el acceso a inter- net, la extensión de los medios de comunicación y la práctica universalización de la educación obligatoria parece haber transformado el país, llenándolo de

centros comerciales y de redes sociales, pero las desigualdades sociales son todavía de- masiado notorias. Perduran prácticas supérstites de las viejas sociedades oligárquicas, pero también se crean nuevas y sutiles formas de discriminación (Méndez, 1995), a veces legitimadas sutilmente por la educación recibida (Vich y Zavala, 2013, pp. 188- 189), aunque existen finalmente, quizás hoy más que nunca, «posibilidades para una integración democrática, reflexiva y con diálogo» (Stein, 2001, p. 475).

Los fundadores de la república creyeron encarnar el progreso donde todos los in- dividuos fueran iguales ante la ley en calidad de ciudadanos libres y a su vez «con las garantías individuales respetadas» (Basadre, 1987, p. 102). El nuevo régimen buscó acomodo a las desigualdades. Se suprimieron los títulos nobiliarios, pero se mantuvo la esclavitud. El trato de don persistió por mucho tiempo, aunque en las clases emergentes limeñas empezó a ser remplazado por el trato de patrón o de señor, a medida que se extendía el antiguo tratamiento de respeto entre las clases populares. Al universalizarse, se convirtió en estigma y la gente decente buscó otras formas de distinguirse del común. Ña Catita (1857) es una anciana que no puede vivir sin el chisme. En la famosa comedia de Manuel Ascensio Segura (1805-1871) aparecen también doña Rufina, su hija Juliana y el anciano don Alejo, don Jesús, padre de Juliana y el apuesto joven Manuel. Aunque la madre quiere casar a la hija con don Alejo, finalmente vence el amor entre Juliana y Manuel. En aquellos años parece que ya se estaba cambiando el uso social, como

lo parece señalar un pasaje de los cuadros de costumbres también de Segura:

Mi esposa, que ahora se llama Julieta, y cuando la conocí doña Juliana, no es de aque- llas hermosas que digamos; pero tiene un par de ojos (de lomillo matador como dicen los gauchos) tan negros y hechiceros que no hay más que pedir... (1968, p. 17).


El uso de don y doña se ha retirado al habla de personas mayores de espacios rurales y de hecho se refleja en algunas marcas comerciales de viejo cuño: el turrón de Doña Pepa, el panetón de Don Lucho, el detergente Ña Pancha… El proceso se produjo pre- via extensión y popularización del tratamiento de respeto a todas las clases sociales, lo que sería señalado con lamentable acritud reaccionaria como «coces de la democracia» (Arona, 1938, p. 184). La forma masculina ha adquirido finalmente un matiz despec- tivo, nominalizándose de nuevo como apelativo y perdiendo totalmente su valor de fórmula de tratamiento:

Y algunos se murieron, pues, don. Varios mancaron. El Ciego Cáceres se rodó por el barranco. A Eustaquio Cruces lo pisó un burro en la cara. Arañita Estrada y su familia comieron veneno de rata y se murieron toditos. (Bayly, 1996, p. 262)


En Perú hay pocos estudios que se hayan ocupado de las fórmulas de tratamiento. Javier Sologuren (1954) presentó tempranamente un registro o inventario (sin un aná- lisis completo de su uso y valoración) donde da cuenta de las diversas fórmulas de tratamiento empleadas en el Perú en la primera mitad de siglo XX. En Lima se advierte cierta inestabilidad en la variación social del uso de tu/usted lo que parece mostrar

«un proceso de cambio paulatino» (Llanto Chávez, 2007, p. 101). Las zonas rurales, en especial en el sur andino presentan rasgos conservadores en el trato, como el trato de «su merced», interesante fenómeno que fue estudiado por el español Germán de Granda (2004 y 2005). Un volumen coordinado por Virginia Zavala y Michele Back (2013), por su parte, analiza situaciones de discriminación lingüística que manifiestan formas actuales de racismo en la sociedad peruana. Así, por ejemplo, la manera como el trato innecesario de señor por parte de una pasajera en una combi puede revelar una injusta subordinación de las mujeres de la comunidad, al dirigirse a un varón que la tutea, al que se le reconoce así, sin ningún motivo, «un estatus superior» (Huayhua, 2013, p. 105).


Fórmulas de tratamiento y cortesía lingüística


«El uso de las fórmulas de tratamiento, señala M. Victoria Escandell (2013, p. 144), es la expresión lingüística de la estructuración que reconoce una sociedad.» En efecto, las sociedades organizan a sus miembros «en estamentos más o menos cerrados de acuerdo con cada cultura» (Escandell, 2013, p. 143). Mediante la cortesía los hablantes marcan las relaciones sociales: la familiaridad, la amistad, el respeto, la sumisión... Diferencias de edad, sexo, situación civil (soltero/casado), condición religiosa (sacerdote/religioso), posición económica y social, etc. Distintas culturas establecen diferencias de modo dis- tinto. Las expresiones de cortesía en buena medida son heredadas por los hablantes vin- culadas a un conjunto de usos y costumbres sociales, generalmente de larga tradición.

Muchas expresiones de cortesía carecen de significado referencial (doña no significa ya «dueña» ni nada parecido): se han convertido en operadores pragmáticos, es decir como recursos lingüísticos de alguna manera separados de las unidades referenciales (Brown y Yule, 1993: 20). De hecho, en castellano se han gramaticalizado como deícti- cos sociales y es relativamente frecuente su modificación fonética (acortamientos como seño, aféresis como ña). Su estudio compete también a disciplinas como la antropología, la etnología o la sociología, pero evidentemente son también unidades lingüísticas cuya evolución responde igualmente a mecanismos que interesan a la teoría del lenguaje.

Puede pensarse que el lenguaje discrimina y para liberarnos de las injusticias socia- les es necesario suprimir las formas de cortesía. Simón Bolívar aborrecía del uso de don y trataba a todos de vosotros, que en el Perú se ha reservado finalmente para discursos demasiado solemnes (Arrizabalaga, 2014). Pero en realidad, aunque es cierto que el lenguaje puede reflejar diferencias sociales no se puede acusar al idioma el maltrato que


se da en el uso concreto. Y los cambios de las formas de cortesía (el trato de camarada o compañero, por ejemplo), no supone una supresión de la cortesía, sino una evolu- ción de sus manifestaciones, que no se reduce a meras fórmulas. Así, una expresión significativa demasiado coloquial (no abre la boca) en un contexto formal puede ser una estrategia hábilmente descortés (reforzada por un trato aparentemente respetuoso que no le corresponde por cuanto merecía ser invocado como señor presidente): «Yo observo que nuestro presidente no abre la boca. ¿Por qué calla, señor Nicolás?» (Scorza, 1979, p. 116).

La cortesía se entiende tradicionalmente como un conjunto de normas sociales que regulan el comportamiento de sus miembros adecuado a cada circunstancia del contex- to. Lo que se ajusta a la normas es considerado cortés, en tanto que lo que no se ajusta es sancionado como descortés. La frontera entre el comportamiento cortés y el descortés es de todos modos fluctuante, y los individuos sociales no siempre utilizan el lenguaje que

«se supone» que les correspondería, como deferencia, en cada ocasión. Evidentemente la cortesía tiene un papel importante en el establecimiento de las relaciones sociales (Escandell, 2013, p. 147), y sin embargo, la cortesía no es tanto una convención social sino un principio universal cuyo objeto último no es el establecimiento de diferencias sociales (que pueden quedar reforzadas por la cortesía lingüística a posteriori), sino una estrategia para evitar conflictos sociales (Lakoff, 1973), regido por principios de racionalidad (Haverkate (1994: 38), cuyo objeto fundamental es la constitución de una imagen positiva del hablante ante sus interlocutores (Brown y Levison, 1978). La corte- sía, en cualquier caso, es un conjunto de patrones que tienen un contenido cultural: lo cortes en una sociedad puede que sea descortés en otra (Escandell, 213, p. 142).

En las sociedades rígidas o tradicionales, cada cual debe tratar a los demás de acuer- do con la posición que ocupa dentro de una escala social cerrada, y su transgresión genera consecuencias por lo general desagradables. En las sociedades abiertas y demo- cráticas la actuación es más flexible y el trato tiende a ser más homogéneo, aunque no falten actitudes de resistencia, como la consideración que se da en el Perú, muy peyo- rativamente, de igualado al que transgrede viejos convencionalismos, por más que ha evolucionado en el periodo considerado desde una sociedad clasista de gran rigidez a una más abierta en la que se rechaza a quien acusa al transgresor.


Cambios en la sociedad peruana (1950-2005)


«A partir de 1940, señala Franklin Pease (1995), comenzaron a ocurrir algunas de las más grandes tranformaciones en la vida del país» (p. 198). En efecto, al igual que los países del entorno, el Perú conoció una etapa de notable desarrollo, con la construcción de carreteras, aeropuertos, la migración del campo a la ciudad, el aumento de la tasa de natalidad y el incremento en la expectativa de vida con lo que el país vivió una ex- plosión demográfica que alcanza a nuestros días. Según el censo de 1940, la población


nacional no alcanzaba los ocho millones y hoy supera los treinta. Los ferrocarriles se abandonaron y la educación se extendió a todos los rincones del país, igual que la tele- visión y finalmente la internet. El panorama social del país a mediados de siglo XX, con una estructura típicamente clasista, fue detalladamente descrita por el analista inglés R.

J. Owens:


In Peru a relatively few families own much of the wealth. They live luxuriously in elegant and exclusive suburban discricts, or in country villas. To be a large landower is still the chief distinguishing characteristic of Peruvian high society (…). A white skin or Spanish descent is a great social advantage, though there is no absolute bar on mixed blood. (1963, p. 72).


En efecto, una minoría blanca, predominantemente costera y limeña, disfrutaba de una posición privilegiada, pese a que ninguna ley (como ocurría en la segregada sociedad anglosajona), prohibía la mezcla de sangres. Los otros grupos sociales, especialmente la población afroperuana, tenían «little chance of social advancement» (Owen, 1963,

p. 72). A gran distancia de los primeros, una escasa clase media, compuesta de emplea- dos de mayor grado y pequeños empresarios, predominantemente mestizos, vivían en casas pequeñas del centro de las ciudades. Finalmente los empleados de grado inferior y los obreros manuales, junto con pequeños artesanos ocupaban las clases más bajas, junto con el considerable grupo del servicio domméstico, algunas veces compuesto de menores traídos de la sierra para aprender español e ir a la escuela por uno o dos años, a cambio de su servicio en la casa del patrón. En el campo la situación era peor, donde el gamonalismo imperaba bajo el azote de los capataces. De cualquier manera, las normas sociales eran muy estrictas, como correspondía a una sociedad de profundas desigualdades:

The social pattern outlined here is common enough in countries where very great diffe- rences exist in the distribution of wealth and influence. (Owen, 1963, p. 73).


La dictadura del general Juan Velasco Alvarado emprendió una transformación radical del país con un gobierno revolucionario que se mantuvo en el poder doce años (1968- 1980) y dio un «nuevo rostro» al viejo militarismo clasista, dando entrada «para que grupos de izquierda que se enquistaron en el gobierno adquieran poder» (Pease, 1995,

p. 243). Los militares habían sido por demasiado tiempo «testigos directos de la miseria de los campesinos y percibían el poco celo nacionalista de la élite por el desarrollo y su escasa sensibilidad por la justicia social» (Contreras y Cueto, 2017, p. 343). La toma de la refinería de Talara dio comienzo a un periodo de estado corporativo y nacionalismo populista, cuyas principales iniciativas fueron la reforma agraria, la reforma educativa y la nacionalización del petróleo y la pesca, de las empresas mineras y de las principales empresas industriales y financieras, culminando el proceso con la expropiación de los


medios de comunicación. El fracaso del modelo tuvo consecuencias nefastas por el im- parable aumento de la deuda externa, el exceso de empleados del sector público y la ra- pacidad creciente de la corrupción, dado que el Estado emprendió «notorias inversiones que luego no pudo administrar» (Pease, 1995, p. 252). Lamentablemente, «al quebrar el espinazo de la oligarquía se cancelaban simultáneamente muchas de las posibilidades de modernización del país» (Pease, 1995, p. 248).

Las buenas intenciones del gobierno militar no contentaron tampoco a los grupos de izquierda, que presionaron para instaurar un régimen comunista en el país y al no tener éxito desataron una violencia terrorista sin precedentes. Los gobiernos posteriores no lograron corregir el rumbo y la crisis económica y las políticas populistas del gobier- no aprista posterior llevaron al país a una situación calamitosa con una hiperinflación insoportable. La corrupción parecía enquistada en las estructuras del Estado.

Al ganar sorpresivamente las elecciones en el año 1990, el ingeniero Alberto Fujimori emprendió un programa de reformas de corte neoliberal: las privatizaciones, los ajustes fiscales y la reestructuración del aparato del Estado permitieron detener la inflación y aumentar significativamente las exportaciones, pero también generaron una alta tasa de desempleo y desataron una explosión de informalidad, atenuada por medidas asistenciales y por políticas que descentralizaron la inversión pública en los municipios y departamentos. Los últimos años del régimen fujimorista adoptaron un rumbo pragmático (Contreras y Cueto, 2017, p. 405), para asegurarse el poder con me- didas nuevamente populistas. Graves acusaciones de corrupción desataron finalmente la caída del régimen y la convocatoria de elecciones que dieron el triunfo al ancashino Alejandro Toledo Manrique (2001–2006), un economista graduado en la Universidad de Stanford de los Estados Unidos, que provenía de una familia indígena, pobre y nu- merosa, originaria de Cabana (Contreras y Cueto, 2017, p. 411). Los grandes cambio ocurridos en las últimas décadas han dado lugar a una notable democratización del país, aunque ello no quiere decir que los permanentes reacomodos en las relaciones de poder hayan borrado, de ninguna manera, las desigualdades (Zavala y Vich, 2013, pp. 188-189). La corrupción además se presenta cada vez con nuevos rostros y modalidades cada vez más rapaces.


Fórmulas de tratamiento en transformación


Toledo adoptó una retórica indigenista antioligárquica que había respaldado en su momento al general Velasco y su «versión renovada del indigenismo desde el poder» (Contreras y Cueto, 2017, p. 348). La propaganda velasquista proclamaba que el cam- pesino por fin sería dueño y que el patrón nunca más se alimentaría de su pobreza. Tenía razón, al menos en lo que ayudó a desterrar el uso del término patrón, remplazado ahora por fórmulas como ingeniero o doctorcito. Hasta los tiempos de Velasco, el tér- mino patrón y más en su forma de diminutivo patroncito eran fórmulas de tratamiento


habituales para dirigirse a cualquier persona de clase superior, incluso a los niños. Ciro Alegría, en La piedra y la cruz (1951), nos presenta al hijo del patrón con su guía indio llegando a través de la cordillera a una cruz, a la que los caminantes ofrecen una piedra de devoción. El niño desconfía de ese rito, su orgullo le impide comprender el sentido religioso que tiene la ofrenda: «una piedra es una piedra». A lo que el viejo guía insiste:


«–Ponga su piedra patroncito. A los que no lo hacen, les va mal…..Yo no quiero que le pase nada malo, patroncito…»

El niño guarda silencio pero empieza a cavilar:

«El viejo le llamaba «niño» habitualmente, con lo cual adquiría el rango propio de los ancianos , pero cuando quería que le hiciese un favor, pasaba automáticamente al «pa- troncito». «Patroncito. Su papá me ofreció encargarme un machete y lo ha olvidado. Hágale acordar, patroncito».» (Alegría, [1951] 1978, p. 26-27).


Efectivamente el cambio de fórmula de tratamiento tiene un propósito persuasivo y refleja la posibilidad de emplear un trato más cariñoso y otro más formal. Ambos se aplicaban además tanto en masculino como en femenino, para marcar siempre la dis- tancia social. El trato de niño se acostumbraba también en las clases altas de Lima, como revela José Diez Canseco en Duque (fechada entre 1928 y 1929), pese a que el aludido ya tenía edad de manejar carro:

Volvió Toribio diciendo que el coche estaba listo, pero que, según Román, los frenos estaban largos.

–¡Ajá! ¿Se levantó la señora?

–No, niño, todavía. ¿Quiere que le diga algo?

–Sí, que voy al tennis y que siento no poder saludarla. Hasta luego. (1975, p. 49).


En muchos aspectos, la jerarquización de las variedades lingüísticas no ha cambiado mucho desde la primera descripción de Alberto Escobar (1978), aunque se ha matiza- do. El trato de niño se ha remplazado por joven y en realidad es hoy un uso muy común en todo el Perú, como se manifiesta festivamente en otra novela de Bayly:


El chequecito con tu premio, pues, hombre. Le he sacado por lo bajo mil dolarillos al Senado para premiarte por la cojudez esa de Joven Revelación o Joven Promesa... ¿Qué te parece, joven Balbi? (Bayly, 1996, p. 215)


Se le dice joven Balbi hasta en ocho ocasiones, por ser el novato en la redacción del legendario periódico. El tratamiento de joven es usual hoy en el Perú ante el nombre de pila y, en menor grado, ante el apellido, no solo en contextos conversacionales o familiares. Esta fórmula alcanza solamente al masculino, pues el femenino no lo acepta, mostrándose más conservador, como se refleja en este diálogo también de Bayly:


Francisco tocó el timbre. Una empleada les abrió la puerta.


Se comprueba que hay un trato desigual que denota la relación de dependencia entre la empleada y el joven hijo de su empleador mediante el contraste entre el trato de respeto de ella y el trato de confianza de él. El saludo de la empleada (Buenas) es correspondi- do por el joven (Hola), pero su despedida final no tiene correspondencia. En general, Alicia extrema la cortesía: joven (tres veces), la señorita (dos veces), medio resfriadita (atenuación), pasen, jóvenes, pasen (repetición enfática). Francisco muestra una con- fianza casi excesiva: Alicita, y luego es demasiado informal, bordeando la descortesía, al reaccionar con cierta exageración: ¿No friegues? En sus intervenciones no hay asomo de cortesía, salvo al final en que su disculpa parece querer recuperar una imagen positiva, ya casi perdida, con su disculpa y reintegrando a la empleada su nombre completo: Alicia. Por último hay un ofrecimiento (¿La llamo a la señorita?) que se resuelve con una dispensa (No te preocupes) indudablemente reparadora. La despedida final expresa cortesía tranquilizadora: Muy bien, joven, como indicando que todo está en positivo a pesar del trato claramente desigual que recibe la empleada frente al amable respeto (por deferencia) que brinda a los jóvenes y a la señorita.

En una premiada novela de Bryce Echenique (2002) se repite el sonsonete de joven

Carlitos hasta dieciocho veces, porque es el trato habitual que brinda el personal al rico heredero, que ya no es tan joven como cabría suponer. Así que pasamos de un solemne don Carlos, a un formal señor Carlos, mientras que aparece un incierto pero pujante joven Carlos. De manera general, la presencia de dos fórmulas de respeto se mantiene porque el trato de señor se aplica de preferencia a hombres casados con hijos, mientras que el trato de joven se aplica a hombres solteros y casados sin hijos. Tal vez sea porque nuestra sociedad valora la juventud muy por encima del poder y de la experiencia, di- vino tesoro que motiva una pequeña pero notable revolución peruana del tratamiento.


Fórmulas de tratamiento en Y de repente, un ángel


La narrativa de los últimos años, según Roberto Reyes, ha abandonado «todo intento de escritura de novelas ambiciosas, experimentales y de realismo mágico» (2019, p. 257), y más bien lo fantástico y lo lúdico se encaminan hacia el humor, la novela corta, la com- posición laxa y la problemática light. En este contexto cobran protagonismo las novelas de Jaime Bayly. Su valor literario es para muchos muy discutible, «pero tuvo una gran aceptación por el grueso del público, seducido por su estilo ligero, sus toques de humor


y, sobre todo, porque sus temas, además de las drogas, el sexo (hetero y homosexual) y demás inquietudes juveniles del momento, mostraban gran semejanza a los modelos de la vida real» (Reyes, 2019, p. 257).

También presenta gran semejanza con dichos modelos el empleo que hace del len- guaje, especialmente en los diálogos, donde el escritor manifiesta una incontestable destreza, capaz de hacerse cargo de las sutiles diferencias que se establecen en el uso del lenguaje. «En las novelas de Bayly se muestra, en un grado muy alto y refinado, una conciencia metalingüística para percibir las variedades diatópicas, diastráticas y diafá- sicas del español.» (Del Barrio, 2008, p. 203). Florencio del Barrio analiza los juicios y comentarios metalingüísticos que aparecen en tres novelas tempranas de Jaime Bayly, donde «se pone de manifiesto la aguda conciencia metalingüística del escritor, que, atento al uso de la lengua, sabe captar las opiniones, las creencias, las valoraciones de los hablantes de su entorno y las plasma en sus novelas» (Del Barrio, 2008, p. 197). Claro que Bayly retrata una clase bien delimitada de la sociedad limeña, la burguesía acomodada, a la que pertenece y en la que ha recibido una educación esmerada. En ese espacio refleja muy bien las opiniones sociolingüísticas de la clase dominante respecto de formas de hablar de otros sectores y la manera como defienden su propia forma de hablar y convierten el dominio de la lengua inglesa en un «atributo social frente al grupo subordinado» (Del Barrio, 2008, p. 218), pese a que algunos sí asocian el hablar como serrano como «lo auténticamente peruano» (Del Barrio, 2008, p. 218).

En nuestro trabajo nos hemos propuesto analizar el empleo de las fórmulas de trata-

miento en una novela posterior, finalista del premio Planeta el año 2005, considerando interesante advertir algunos cambios en la forma como se tratan los personajes, porque tienen que ver también con la progresiva transformación del país. Y de repente, un án- gel (2007) es también una novela de marcado tono autobiográfico, como todas las ante- riores (Morino, 2006). El argumento transcurre en los primeros años del nuevo siglo. El personaje principal es pues un alter ego del escritor, un limeño de clase alta «con cara de niño bueno» (Bayly, 2007, p. 182), pero «terriblemente egoísta» (Bayly, 2007, p. 115),

«vago y pusilánime» (Bayly, 2007, p. 60), además de «tacaño» (Bayly, 2007, p. 116).

El tema de la novela es la reconciliación familiar, aunque para ello se ocupa también de aludir a temas escabrosos y, de pasada, a algunas injusticias sociales. Julián Beltrán es un escritor de mediano éxito que ayuda a Mercedes, su empleada doméstica, a reencon- trarse con su anciana madre, a quien no veía desde la infancia, para lo cual viajan hasta la población de Caraz, en Ancash. A su vez, él mismo finalmente se vuelve a encontrar con su propio padre, en su lecho de muerte, superando el resentimiento contra este de- bido a que lo había privado de su herencia y en general lo había desatendido, pues como muchos peruanos de las clases acomodadas, Julián ha sido criado por las empleadas de la familia(Bayly, 2007, p. 35-36). El padre del protagonista sufría de cáncer terminal y su funeral es ocasión para airear algunas revelaciones (Bayly, 2007, p. 166).

La novela tiene defectos estructurales importantes y se ve aquejada por el excesivo afán de protagonismo de su autor. Dos historias se suceden sin que se haya establecido


un engranaje conveniente entre ellas, además de unas breves escenas supletorias en una librería que revelan una prehistoria con un supuesto halo que quiere ser enigmático pero resulta patético por no decir ridículo: parece oportunidad gratuita para el auto- elogio. Sin embargo, no faltan escenas de gran fuerza narrativa, como al inicio en que Julián y Mercedes van intercambiando informaciones y puntos de vista (sin duda la entrevista constituye la mayor habilidad y fortaleza de Bayly), además de momentos con algún aliento épico como la despedida final y el funeral del progenitor. Otros per- sonajes, como la madre (siempre aturdida), la novia (indiferente) y la hermana (ausente en el extranjero) podrían haber cobrado algún relieve mayor, pero no van más allá de la mención imprescindible para no opacar el egocentrismo del narrador protagonista. La figura más endeble puede ser la vieja madre de Mercedes, que tiene algo de estereotipo distorsionado o caricatura.

Esta novela resulta particularmente interesante para el análisis sociolingüístico en

la medida que explora la relación entre un varón de clase acomodada y una mujer de origen humilde que labora como empleada doméstica, y la manera como se ponen de manifiesto reglas no escritas y normas sociales inveteradas, en un entorno de transfor- mación en la que las desigualdades sociales se han aminorado visiblemente. Los cam- bios manifiestan de distinto modo en el uso de las fórmulas de tratamiento. Más aún, la novela muestra, como veremos un alto grado de conciencia metalingüística sobre el uso de los recursos de cortesía.

En este sentido, nos interesa más la primera parte de la novela cuando se desarrolla esta relación amical entre Mercedes, una empleada doméstica cama afuera, y el joven Julián, su empleador. Aunque parece esquivar el tema del cambio social y denunciar solo tímidamente la discriminación del personal de servicio (objeto de frecuentes mal- tratos en realidad), lo cierto es que expresa de algún modo un deseo auténtico de supe- rar las desigualdades y un sincero afán de dejar atrás esa vieja cultura del gamonalismo entre el patrón blanco y la chola del servicio. Una escena reveladora es la que inicia el viaje hacia Caraz, en que se desmiente la educación clasista de la vieja señora Clarita:

–¿Adelante?

–Claro, pásate adelante, ¿cómo se te ocurre que vas a ir atrás?

–No, joven, adelante no –dice, con firmeza.

–¿Por qué no? –pregunto, sin entender.

–Porque así me han enseñado –responde.

–¿Qué te han enseñado, Mercedes?

–Que una por ser chola va atrás, nunca adelante con el patrón.

Me río y ella me mira con el ceño fruncido, como ofendida, y dice:

–¿Qué? ¿Qué se ríe, joven?

–¿Quién te enseñó esa estupidez? (…)

–No, joven. ¿No ve que soy chola?

–¿Y qué?

–Y no podemos ir juntos blanco y cholo adelante, así nomás.


–Sí podemos. Claro que podemos. Todo lo que te enseñó la vieja borracha no sirve para nada. Olvídate de esas huevadas, Mercedes. (Bayly, 2007, p. 97).


La vieja educación clasista no sirve para nada en esta nueva sociedad, en la que todos pueden sentarse adelante, y donde todas esas viejas normas aparecen como idioteces («huevadas»). Sin embargo, el trato sigue siendo desigual, porque Julián le llama por su nombre y la tutea mientras que ella lo trata de usted y emplea el término joven como forma atenuada de respeto. De hecho, la novela emplea joven como forma de respeto, con insistencia casi insoportable hasta en 199 ocasiones, mientras que la forma señor aparece solamente 18 veces. En realidad Mercedes emplea la forma señor al comienzo, mientras Julián la trata de usted:

–¿Ha comido algo, Mercedes? –le pregunto, una vez afuera, en la calle.

–No se preocupe, señor, gracias –dice ella. (Bayly, 2007, p. 16).

El cambio de tratamiento se da muy pronto, en cuanto se da la primera oportunidad de pedir una disculpa a un reproche algo desproporcionado. Hay un silencio. El narra- dor advierte que el cambio responde a una estrategia de recuperar la confianza por el desempeño de Mercedes, y de inmediato le otorga esa confianza empleando el tuteo:

–¿Quiere que vuelva más tarde, joven? –pregunta ella, abatida. Sonrío. Me hace gracia que me diga «joven».

–No, ya estás acá, pasa –le digo, y es la primera vez que la trato de tú, no de usted. (Bayly, 20007, p. 20)


Todavía hay tres ocurrencias de señor en lo que queda de jornada, pero ya a partir de entonces el trato de joven se impone definitivamente. Por supuesto no hay ningún tipo de cuestionamiento. Se convierte en un retintín incluso molesto. Aún hay más, ensegui- da Julián le ofrece algo de comer, y ella declina la invitación:

Mercedes sonríe, dejando ver los pocos dientes que todavía le quedan.

–No es eso –dice, algo abochornada–. Es que de chiquita me enseñaron que no se come en la mesa de los patrones. Es falta de respeto.

Me río y palmoteo suavemente su espalda.

–Come, come, no digas sonseras –insisto–. En esta casa no hay esas reglas tontas, y además, yo no soy tu patrón.

Mercedes me mira sorprendida y se lleva una tostada a la boca, pero con la otra se cu- bre, como si estuviera haciendo algo malo.

Si no es mi patrón, ¿entonces quién me va a pagar? (Bayly, 2007, p. 23).


El tercer episodio se da por el uso del baño, porque algunos patrones daban permiso de usar el baño de servicio pero ella lo hace en un rinconcito del jardín. Todo esto motiva un momento de ternura y facilita que Mercedes deslice una breve relación de su vida y del modo por que fue vendida de pequeña para venir a trabajar como empleada a una casa en la capital. Ello provoca la ternura de Julián, quien le acerca hasta el paradero del


colectivo y ella se despide diciéndole patroncito, con simpatía. Nuevamente el narrador reflexiona sobre el uso de la fórmula, ya desprendida del viejo sentido servil que había tenido en la historia reciente del país: «Sonrío por ninguna razón o tal vez porque la recuerdo diciéndome patroncito.» (Bayly, 2007, p. 35).

La que mantiene vigente viejas formas de tratamiento discriminador es Luz Clarita, la mujer que se trajo a Mercedes desde Caraz, a cambio de algún dinero y con la pro- mesa de cuidar a la niña y enseñarle labores domésticas. Ella era «chola blanca» (Bayly, 2007, p. 44), y aparece ya anciana, con la salud algo deteriorada, pero muy capaz de descargar toda la carga de ofensas: «chola insolente», «chola jodida», «zamarra», hasta que se calma y la trata de hija, para ver la novela. De inmediato, Mercedes reasume inconscientemente un rol subordinado, la trata siempre de señora, atendiendo a la an- ciana sumisamente, mientras ella le responde con un trato despectivo más atenuado, pero igualmente opresor:

–Acá tiene, señora Luz Clarita –dice.

–Gracias, cholita –responde ella–. Ya te he dicho mil veces que no lo dejes tirado, que lo dejes encima del televisor, ¿cuándo vas a aprender? (Bayly, 2007, p. 54).


Pasan unos minutos y finalmente se muestra más cariñosa: «Te digo, mamita, todos los hombres son iguales, no les puedes creer nada.» (Bayly, 2007, p. 55). De nuevo el diminutivo adquiere una función atenuadora de la discriminación, otorgando un tono más cariñoso al diálogo.

Más adelante, el trato de señor se combina con otras formas de tratamiento (inge- niero, oficial, mayor…), en el diálogo que se establece entre Julián y Concha, el policía; primero por vía telefónica y después en persona, cuando Julián y Mercedes llegan a Caraz. Entonces el trato se hace más variado, siempre guardando la distancia de mutuo respeto, pero con diminutivo atenuador:

–¿Qué le pasa, doctorcito? –dice, con aire disciplente–. ¿Adónde vamos tan rápido? ¿Va a dar a luz la señora?

–Oiga, jefe, yo sé que estoy gorda, pero no sea insolente tampoco –se defiende Mercedes.

–Mil disculpas, oficial –digo–. ¿Me pasé del límite de velocidad?

El policía se ríe y al hacerlo deja ver unos dientes ahuecados y amarillentos. Luego da una pitada y echa el humo hacia un costado.

–No, ingeniero, no se pasó, ¡se recontra pasó! –dice, y tose y escupe hacia la pista–. ¡Por lo menos a ciento cuarenta iba usted! (Bayly, 2007, p. 125).


Otras fórmulas de tratamiento que se emplean en los diálogos son de la misma índole: hermanito, amigo, doctor, compadrito, hombre, amigazo… Entre Mercedes y el mayor Concha se establece pronto una relación de confianza: gordita, flaquito. Al rato llegan a la casa de la madre de Mercedes y justo antes de que ella lo presente como persona de su confianza: «ese señor es mi amigo, el joven Julián» (Bayly, 2007, p. 138), se produce una


breve aparición del tuteo en Mercedes, revelando un momento de gran complicidad y confianza: «No, joven, espérate un ratito, que me arreglo un poco» (Bayly, 2007, p. 132). Pero el trato de usted se mantiene luego casi hasta el final, que es una despedida demasiado lacrimosa, donde aparece sorpresivamente el tuteo:

–Joven –me dijo Mercedes muy seria.

Bajé la ventanilla y ella me dijo, con los ojos anegados de lágrimas:

–Gracias por traerme. Recién ahora soy feliz.


Luego añadió:


–Un consejo quiero darte. Búscalos a tus viejitos. No puedes seguir así, peleado con tus papis. Búscalos y arréglate con ellos. Vas a ser más feliz, joven. (Bayly, 2007, p. 162)


De esta manera encontramos la posibilidad del aplicar el trato de joven en combinación con formas de tuteo en situaciones de confianza, como una forma de trato mixto, una solución de tránsito. Parece un uso ocasional, y de hecho al final de la novela Mercedes volverá a tratar a Julián de usted, incluso cuando brinda por su felicidad (Bayly, 2007, p. 243). Pero es indicador de que el trato de joven se acerca hacia espacios de mayor con- fianza y permite pensar que responde a una tendencia general hacia la democratización de las formas de cortesía en el Perú.


Conclusión


La revolución que impulsó la dictadura militar de Velasco transtornó la realidad perua- na, pero la verdadera modernización democratizadora parece haberse logrado luego de dos generaciones, por medio de las reformas emprendidas por el régimen fujimorista y los gobiernos democráticos que lo sucedieron. Las profundas transformaciones ocu- rridas en el Perú en las últimas décadas tienen un correlato en la sustitución de algunas fórmulas de tratamiento, especialmente patroncito, que solo cabe ya emplear en tono sarcástico. Y especialmente ha suscitado la extensión de joven como trato de respeto que establece menor distancia que señor, más formal.

Los escritores suelen mostrar una aguda conciencia metalingüística, advirtiendo sutilezas que se no siempre saltan a la vista, porque suponen procesos que avanzan su- brepticiamente. La novela de Jaime Bayly ofrece algunos indicios interesantes sobre el empleo de las fórmulas de tratamiento, que se transparentan incluso en la conciencia del narrador. Aunque el trato de joven manifiesta la relación de desigualdad entre una empleada doméstica y su empleador, trato que parece encaminarse hacia una mayor confianza que reduzca la distancia, reflejo de la transformación social vivida en el país. Por ahora joven es una fórmula usual de respeto entre conocidos y en especial dirigida


a varones no casados o sin hijos, no importa cual sea su edad. La novela, con el trans- fondo de la reconciliación, parece celebrar el acercamiento entre mundos diferentes que permanecieron distantes demasiado tiempo, pero que pueden marchar juntos hacia un futuro más prometedor. Ese sería, sin duda, un buen motivo de celebración.


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