Florecimiento
vanguardista y mujeres modernas: artistas extranjeras en España entre 1914 y
1936. Los casos
prácticos de Sonia Delaunay y Norah Borges
Avant-garde flourishing and modern women: foreign artists in Spain
between 1914 and 1936. The case studies of Sonia Delaunay and Norah Borges
Rocío RODRÍGUEZ ROLDÁN[1]
Recibido Aprobado |
: : |
16.04.2024 18.06.2024 |
Publicado |
: |
30.06.2024 |
RESUMEN: El
presente estudio se centra en el análisis y la puesta en valor de las estancias
de mujeres artistas extranjeras en España entre 1914 y 1936, un fenómeno
conocido en la historiografía artística española en el que, hasta este momento,
únicamente los creadores varones han sido valorados, atribuyéndoseles a ellos
de forma exclusiva un proceso de modernización del panorama cultural español en
el que las artistas también tuvieron un papel activo. Así, nuestra
investigación nace de la necesidad de analizar el impacto de las artistas en el
susodicho fenómeno y en la sociedad española del momento, estudiando para ello
principalmente fuentes primarias entre las que destacan la hemerografía
nacional y la producción realizada por las creadoras durante sus estancias en
España. Se puede concluir que no sólo que las artistas mujeres extranjeras
promovieron, al igual que sus compañeros varones, la adopción de lenguajes de
vanguardia en boga en Europa dentro del panorama artístico español, sino que
además tuvieron una profunda influencia en la sociedad femenina de la época, en
la que implantaron un nuevo rol de mujer moderna esencial para la posterior
generación de mujeres artistas españolas.
PALABRAS
CLAVE: Mujeres artistas, Vanguardia, Siglo XX, Feminismo, España.
ABSTRACT: This study focuses on the analysis and valorization of the stays of
foreign female artists in Spain between 1914 and 1936, a phenomenon well known
in Spanish art historiography, which until now has only valued male creators,
attributing to them exclusively a process of modernization of the Spanish
cultural scene in which female artists also played an active role. Thus, our
research was born from the need to analyze the impact of women artists on the
aforementioned phenomenon and on Spanish society at the time, mainly by
studying primary sources, including the national hemerography
and the production of women artists during their stays in Spain. We can
conclude not only that the foreign women artists, like their male counterparts,
promoted the adoption of avant-garde languages in vogue in Europe within the
Spanish art scene, but also that they had a profound influence on the female
society of the time, establishing a new role for modern women that was
essential for the subsequent generation of Spanish women artists.
KEYWORDS: Women artists, Avant-garde, 20th Century, Feminism, Spain.
COMO CITAR:
HOW TO CITE:
Rodríguez Roldán, R. (2024). Florecimiento vanguardista y mujeres modernas: artistas
extranjeras en España entre 1914 y 1936. Los casos prácticos de Sonia Delaunay
y Norah Borges. Mujer y Políticas Públicas, 3(1), 191-243.
https://doi.org/10.31381/mpp.v3i1.6668
1. INTRODUCCIÓN
Este artículo se centra
en la investigación de un fenómeno acontecido en el panorama cultural y social
español de la primera mitad del siglo XX: la llegada de artistas extranjeras
que debido al estallido de la Primera Guerra Mundial en Europa y a las consecuencias
derivadas de ello se asentaron en el territorio, desarrollando así parte de su
trayectoria artística en el mismo y, consecuentemente, condicionando una escena
sociocultural nacional en la que se vivía un notable atraso con respecto a las
capitales culturales europeas en lo que a tendencias artísticas y sociales se
refiere. La elección de este tema se debe, principalmente, al hecho de que las
contribuciones de dichas creadoras al progreso cultural y social de España no
hayan sido suficientemente estudiadas ni valoradas, surgiendo por ello la
necesidad de realizar un estudio centrado en las mujeres artistas que,
originarias de otros países, visitaron, residieron y/o se establecieron en
España en un momento tan importante para el panorama artístico nacional como el
que nos ocupa, centrado en el periodo entre 1914 y 1936[2].
La ausencia de un estudio
objetivo y minucioso sobre el fenómeno mencionado justifica en sí misma la
presente investigación, iniciada como parte de nuestro Trabajo de Fin de Máster
y continuada en el presente como tema de investigación de Tesis Doctoral[3]:
si bien la historiografía artística española conoce y valora la llegada de
artistas hombres extranjeros durante la mencionada cronología como un suceso
determinante para la adopción en España de las tendencias creativas en boga en
Europa, los casos de las mujeres artistas foráneas han sido obviados o
parcamente tratados –considerándose que las creadoras fueron meras acompañantes
de sus colegas varones–, excluyéndoseles de un fenómeno de renovación
sociocultural a nivel nacional del que también formaron parte. Así, el objetivo
principal de esta investigación es el de estudiar y esclarecer la participación
en la vida pública y artística española de una serie de creadoras extranjeras
que residieron en España entre 1914 y 1936, estancias que resultaron esenciales
para el desarrollo y la renovación del arte en España durante las primeras
décadas del siglo XX. De igual modo, se ha establecido una serie de objetivos
secundarios que se consideran esenciales, siendo estos la creación de un
contexto basado en parámetros sociales y culturales que permitan no sólo
conocer las condiciones bajo las que se desarrollaron la vida y obra de las
creadoras, sino también la posibilidad de emitir un juicio imparcial y objetivo
sobre las artistas y todo lo que a ellas refiera; el estudio de la
participación y repercusión de las artistas en el espacio artístico y social
español a través de la concurrencia a exposiciones y otros eventos; la
investigación de la recepción de las artistas y sus obras por parte de la
crítica de arte española; y el análisis de las producciones desarrolladas por
las creadoras durante las mencionadas estancias, revisando así las aportaciones
realizadas al panorama cultural nacional y/o la adopción de elementos y pautas
relacionados con el folklore y el quehacer artístico español.
Mediante los objetivos
señalados se pretende esclarecer las estadías de las artistas extranjeras en
España durante las primeras décadas del siglo XX, examinando la influencia que
ejercieron en el avance y desarrollo del panorama cultural nacional además de
dar a conocer y revalorizar de forma individual la producción que cada una de
ellas desarrolló en España, ya que, hasta el momento presente, dichas estancias
–independientemente de su duración e importancia– han sido escasamente
abordadas o incluso ignoradas en las biografías de las creadoras, constituyendo
por tanto nuestro estudio un necesario avance en el conocimiento de las vidas y
obras de estas artistas.
2. MARCO TEÓRICO Y/O ANTECEDENTES
El estudio de las contribuciones que las
artistas extranjeras llevaron a cabo en la escena cultural española durante el
período de las primeras vanguardias –y de manera concreta a partir del inicio
de la Primera Guerra Mundial y hasta comienzos de la Guerra Civil española– no
ha sido todavía realizado en profundidad, si bien en las últimas dos décadas se
están desarrollando importantes investigaciones al respecto. Prueba de ello es
el libro de la catedrática Lomba Serrano (2019) Bajo el eclipse. Pintoras en
España, 1880-1939, en el que se incluye el apartado “María Blanchard, Sonia
Delaunay, Marie Laurencin, Norah Borges y otras visitantes extranjeras
convulsionan la España creativa en 1914”. Otra investigación reciente de
especial importancia es el texto de Brihuega Sierra (2022) “Mujeres en
vanguardia” incluido en el catálogo de la exposición Hacia poéticas de
género. Mujeres artistas en España (1804-1939), en el que aborda, entre
otras cuestiones, la influencia de algunas artistas extranjeras en la
renovación del arte español y en el desarrollo de las vanguardias. En esta
misma línea son también imprescindibles diversos textos de los publicados en
los compendios científicos Las mujeres en el sistema artístico 1804-1939
de Lomba Serrano (2023) y “Quizá alguno de vuestros nombres logre un lugar
en la historia” Mujeres en la escena cultural andaluza (1440-1940) de Illán
Martín & Aranda Bernal (2024), obras en las que se han publicado estos
estudios de Rodríguez Roldán (2023) “Las Prisioneras: La mujer española bajo la
mirada de Marie Laurencin” y Rodríguez Roldán (2024) “Marie Laurencin en Málaga
(1915-1916): Los primeros pasos de la producción española” respectivamente.
Con un sentido más genérico –aunque dedicando
una parte a artistas incluidas en esta investigación– ha de citarse el catálogo
de la exposición Pintoras en España, 1859-1926: de María Luisa de la Riva a
Maruja Mallo (Universidad de Zaragoza, 2014), comisariada por Magdalena
Illán y Concha Lomba, en el que se recogen, junto a los textos de las
comisarias, capítulos escritos por de Diego (2009) y Charlotte Foucher
Zarmanian. A este respecto es necesario mencionar también otros estudios
centrados en el ámbito de las artistas e intelectuales a comienzos del siglo XX
en España que se consideran de gran relevancia, entre ellos Las modernas de
Madrid: las grandes intelectuales españolas de la
vanguardia de Mangini González (2001), Mujer, modernismo y vanguardia en
España (1898-1931) de Kirkpatrick (2003) y La
mujer y la pintura del XIX español. Cuatrocientas olvidadas y algunas más de
de Diego (2009). Es importante destacar que durante
los últimos años se han llevado a cabo –o lo están haciendo– estudios
individuales sobre varias de las artistas incluidas en la presente
investigación que, además de sumarse en ocasiones a estudios previos, buscan
revalorizar a las creadoras, profundizando en sus vidas y producciones e
incluyéndolas en sus respectivos contextos histórico-artísticos, si bien en la
mayoría el periodo español tiende a quedar excluido o a ser tratado de forma
superficial. En el caso de las artistas tratadas en el presente texto se
encontraron los catálogos de las exposiciones Color moves:
art & fashion by Sonia
Delaunay de Timmer et al. (2011) en el Museo
Nacional de Diseño Cooper-Hewitt de Nueva York; Pattern
Power: Sonia Delaunay (2015, Tate Modern de
Londres), Sonia Delaunay: arte, diseño, moda
(Museo Thyssen Bornemisza de Madrid, 2017) y Norah Borges. Una mujer en la
vanguardia (Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires).
Se puede concluir que el tema investigado
constituye un ámbito específico de estudio sobre el que, más allá de las
aportaciones mencionadas, no se han llevado a cabo estudios específicos que
aborden, en conjunto, cuáles fueron las contribuciones de las artistas extranjeras
residentes en España entre 1914 y 1936 a la escena artística nacional[4]
3. METODOLOGÍA
La
metodología empleada en la presente investigación se ha dirigido a la
consecución de los objetivos anteriormente desarrollados y ha partido de dos
premisas esenciales: la cronología, enmarcada por dos fechas clave para el
fenómeno estudiado, concretamente el inicio de la Primera Guerra Mundial en
1914 –con el consecuente traslado de creadores a España debido a su neutralidad
en el conflicto– y el estallido de la Guerra Civil española en 1936 –punto de
inflexión para el panorama sociocultural del país–, y la selección de artistas
estudiadas, decantándonos inicialmente por aquellas que alcanzaron una mayor
presencia en la escena cultural y en la crítica artística nacional[5]. Las
pautas expuestas han resultado en la división de la metodología en distintas
partes consecutivas: la consulta y revisión de la bibliografía, centrada de
forma general en el estudio del fenómeno protagonista a través de los contextos
artísticos, históricos, políticos, sociales y económicos propios de la
cronología y la localización geográfica tratadas y de forma específica en las
artistas seleccionadas; la consulta y el análisis de fuentes documentales y
hemerográficas, relacionándose estas con las artistas y componiéndose por
fuentes escritas y visuales; la localización de obras artísticas,
principalmente aquellas creadas por cada artista durante su estancia en España;
y finalmente el análisis de la información y la redacción de los resultados,
sometiendo los datos recabados anteriormente a un proceso de comparación,
reflexión y análisis cuyo resultado ha sido la presente investigación así como
el total de sus teorías y aportaciones inéditas.
4. RESULTADOS
El
estallido de la Primera Guerra Mundial a mediados de 1914 se presenta como un
acontecimiento fundamental para entender los profundos cambios experimentados a
nivel mundial durante las primeras décadas del siglo XX; en este sentido,
España –inmersa en este momento en una peculiar situación política y social–
destacó por su papel como declarado territorio neutral desde principios del
conflicto, convirtiéndose en un país de refugio para exiliados y visitantes
que, en muchos casos provenientes de países con ideas más avanzadas,
promoverían un notable cambio en ámbitos como el social y el artístico,
redefiniendo una escena cultural nacional que, a consecuencia, experimentaría
poco después no sólo la creación de una vanguardia de tintes nacionales, sino
también el nacimiento de una generación de creadores con unas inquietudes
creativas tendentes a la experimentación y renovación del panorama artístico
español e integrado por una serie de creadoras con un rol diametralmente
opuesto al de sus antecesoras generacionales. Al respecto del panorama creativo
español, se encuentra una tendencia al atraso de estilos y temáticas para con
los centros creativos europeos, dándose durante el siglo XIX una serie de
etapas consecutivas en la que destacaron ciertas corrientes e instituciones o
eventos artísticos, concretamente un clasicismo asociado a la academia –con
ciertos tintes neoclásicos, influencias goyescas e incluso formas tardobarrocas–, lo que se puede considerar la
reinterpretación en España del Romanticismo y sus pautas –apoyada y promovida
por las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes y demandada por la burguesía– y
ya entre finales del siglo XIX e inicios del XX un Modernismo catalán con el
que se buscaba dar lugar a una creación bajo nuevas pautas estéticas con las
que renovar el panorama cultural nacional. Durante las primeras décadas de la
nueva centuria se encuentra la convivencia entre un arte más moderno y abierto
a las tendencias internacionales y otro cuyas manifestaciones se encuentran
enraizadas en el espíritu decimonónico, dándose el nacimiento de distintos
grupos y eventos usualmente comprometidos con la modernidad –si bien el grado
de apertura fue diverso, acogiéndose generalmente aquellos estilos e ideas
menos radicales– y pudiéndose distinguir entre una corriente apoyada en las
tendencias precedentes, un Regionalismo sustentado sobre los principios de la
Generación del 98 y un arte moderno caracterizado por la influencia directa de
los Ismos europeos –de los que generalmente se tomaron principios y pautas, no
dándose un seguimiento riguroso– en el que tuvo cabida el desarrollo de
inquietudes nacionales, algo dado principalmente tras la exposición de la
Sociedad de Artistas Ibéricos de 1925, considerada hito fundamental del
conocido como Arte Nuevo español. Es esta última tendencia la inaugurada a
partir de 1914 debido a la llegada de artistas extranjeros que, tras asentarse
en España, continuaron trabajando y consecuentemente introdujeron en el país
los estilos de moda en Europa, dando inicio a una renovación cultural que,
lejos de rechazar la tradición española, llegó a suponer en algunos casos la
agudización de la misma, así como la incorporación de rasgos artísticos del
folklore hispánico en las producciones de los artistas foráneos.
Como
se ha señalado, en el susodicho proceso de renovación cultural las mujeres
artistas extranjeras tuvieron una participación activa, influenciando además de
forma directa el campo social en lo referente a la mujer; ello se relaciona con
la implantación del prototipo de mujer moderna, cuyo impacto no se
limitó únicamente al mundo cultural, sino también a la concepción social de la
mujer. Hay que tener en cuenta al respecto que en España imperaba todavía el
rol de ángel del hogar, algo ampliamente discriminatorio que limitaba el
papel de la mujer al de esposa, madre y cuidadora del hogar, careciendo aún a
principios del siglo XX de algunos derechos básicos en un momento en el que se
defendía –de forma más feroz si cabe– la existencia de una diferencia biológica
entre mujeres y hombres que tendía a considerar a las primeras
seres inferiores. Fue determinante, por tanto, también en este aspecto
el estallido de la Gran Guerra, puesto que propició un clima idóneo no sólo
para la adopción del nuevo paradigma de mujer moderna, sino también para
el alzamiento de voces en pro de la mejora de las condiciones femeninas,
relacionado a su vez con hechos como la toma de consciencia feminista o la
lucha sufragista. En el terreno cultural la llegada del nuevo prototipo
femenino se tradujo en un hecho fundamental: la profesionalización de las
mujeres artistas españolas. Aplicado a estas últimas, el ángel del hogar
supuso un rígido encorsetamiento en el que se determinaron los géneros,
estilos, medios de trabajo e incluso la concepción de las creadoras, entendidas
como meras diletantes cuya actividad creativa estaba únicamente ligada a un
entretenimiento de señoritas[6]. En
este contexto, la diferencia entre artistas hombres y mujeres era
irreconciliable, determinándose la existencia de un arte masculino y otro
femenino en el que el primero era reconocido como el de mayor calidad e
importancia; el segundo, por su parte, pretendía limitarse al ámbito pictórico
–único concebido como adecuado de las “Artes Nobles” para las féminas– y a las
“Artes Menores”, trabajaba los temas menos valorados – destacando el bodegón y,
especialmente, la pintura de flores además del paisaje y escenas costumbristas
o de género– en pequeño formato –puesto que este se relacionaba directamente
con la importancia del tema trabajado– y, por supuesto, quedaba excluido del
ámbito artístico público, algo que repercutía directamente en la educación –en
la que destacaban las clases privadas y/o el autodidactismo mediante la copia
en museos y el empleo de revistas, algo principalmente debido a la exclusión
total o parcial de las mujeres de los organismos de enseñanza artística así
como al veto del aprendizaje de temas como el del desnudo–, la exhibición –más
complicada de llevar a cabo en el caso de las creadoras– y la aparición en los
medios de comunicación, estos condicionados a su vez por la comentada visión de
las artistas como meras aficionadas y por ende empleando una serie de pautas en
las críticas artísticas –conocidas como “críticas galantes” y caracterizadas
por unas marcadas fórmulas que seguirían empleándose tras el proceso de
profesionalización– tendentes a la paternalización
y/o a la ridiculización de las creadoras. Si bien muchas de estas
características siguieron estando presentes durante las primeras décadas del
siglo XX –puesto que la nueva actitud de las creadoras no hizo que las pautas
asociadas al “arte femenino” fueran desmentidas o dejaran de usarse–, la
llegada de las artistas extranjeras en combinación con los esfuerzos de la
generación de creadoras nacionales de principios de siglo determinó
definitivamente el alcance del estatus profesional de las españolas, algo
notable en la posterior generación de mujeres artistas del país; ello derivó
directamente de la comentada actitud propia de la mujer moderna que,
aplicada al caso de las artistas, contaba con una participación activa en el
mundo del arte, protagonizando exposiciones, críticas y eventos artísticos,
estando presente en tertulias y ambientes culturales, practicando disciplinas y
géneros ligados al quehacer masculino y, en definitiva, conquistando posiciones
en un mundo que, pese a ser el propio por profesión, las había negado y excluido.
Como
ejemplos de los fenómenos que hemos comentado encontramos los casos de Sonia
Delaunay y Norah Borges, ambas creadoras de gran reconocimiento y prestigio
que, al igual que otras muchas artistas extranjeras, se asentaron en España,
participando de los susodichos cambios artísticos y sociales en el país y
desarrollando partes esenciales de sus respectivas carreras.
4.1. SONIA DELAUNAY-TERK (1885–1979)
4.1.1. ETAPAS ESPAÑOLAS: 1914–1915 Y 1917–1921
Sonia Delaunay-Terk
nació en territorio ruso en el seno de una familia humilde y fue adoptada por
Henri y Anna Terk, trasladándose con ellos a San
Petersburgo; la situación económica y social de los Terk
hizo que Sonia gozara de una rica formación musical, lingüística y artística,
viajando de forma constante y conociendo las colecciones de distintos países.
La inquietud de la joven sumada al estrecho contacto con el panorama cultural
se tradujo en una formación artística iniciada a principios del siglo XX en
Alemania y continuada, a partir de 1905, en París, capital del arte en la que,
tras estudiar en academias y talleres, se decidió por una formación autodidacta
influenciada por las tendencias creativas en boga en el momento y reforzada por
la visita a museos y galerías. Cada vez más integrada en las élites artísticas
y todavía experimentando en busca de un estilo propio conoció a Robert
Delaunay, con el que contrajo matrimonio a finales de 1910; nació así el
Simultaneísmo, estilo de madurez de ambos artistas con el que Sonia –a
diferencia de Robert– llevó a cabo una constante experimentación mediante la
aplicación a diversos campos artísticos como el bordado, trabajando además con
la potente paleta de color generada durante sus años de formación y con pautas
propias del folklore ruso de su niñez.
Consolidados ya como creadores de vanguardia,
el matrimonio Delaunay llegó a España – acompañado por el hijo de ambos– de
vacaciones durante el verano de 1914, sorprendiéndoles poco después el
estallido de la guerra y decidiendo permanecer en la Península Ibérica ante la
declaración de Robert como no apto para el servicio militar; encontramos así
entre la segunda mitad de 1914 y la primera de 1915 un primer periodo español
en el que si bien el matrimonio apenas tuvo repercusión en el ámbito cultural,
Sonia experimentó ya dos influencias decisivas con motivo de su instalación en
Madrid: la del Museo del Prado –donde se inscribió como copista– y las del
cante y el baile flamenco, tema como veremos esencial en el periodo que empezó
ya a trabajarse en Portugal, país al que se trasladaron y donde comenzaron a
establecer conexiones artísticas con creadores lusos afines a la vanguardia,
organizándose además una exposición individual de Sonia Delaunay en Estocolmo
(Suecia) posteriormente trasladada a Christiania (Dinamarca)
–en la que destaca que la artista incluyera, entre otras de momentos
anteriores, diecisiete obras creadas en España y Portugal en las que los rasgos
formales desarrollados durante la etapa ibérica son claramente distinguibles– y
una muestra simultaneísta en la Galería Dalmau de
Barcelona, proyecto pospuesto en diversas ocasiones que no llegaría a
celebrarse.
Durante el traslado a España entre finales de
1916 e inicios del año siguiente se estaba dando ya por tanto un estrecho
contacto con los circuitos culturales nacionales, concretamente con los
círculos más avanzados de artistas extranjeros y españoles asentados en la
Ciudad Condal; el afán por expandir el Simultaneísmo llevó a los Delaunay a
trasladarse en diversas ocasiones desde su residencia madrileña a Barcelona, si
bien se vio repentinamente truncado cuando las rentas con las que Sonia
mantenía a la familia, recibidas desde Rusia, cesaron con el inicio de la
Revolución de Octubre. La instalación en Madrid fue entonces clave, puesto que
la capital poseía un clima próspero para ganarse la vida debido al
florecimiento de un nuevo ambiente cultural dentro del cual el matrimonio se
integró, relacionándose de forma notable con el círculo ultraísta, y a la
importancia de las artes del espectáculo, destacando principalmente el ballet
ruso; el gran interés y la rápida inserción del matrimonio en los nombrados círculos
escénicos promovieron a principios de 1918 el encargo del vestuario y la
escenografía de la obra Cleopatra de Sergei Diaghilev –destruidos en un incendio– a Sonia y a Robert
respectivamente, dándose la primera colaboración de los artistas en el terreno
escénico así como el gran momento de Delaunay-Terk
dentro de la confección de moda, campo al que aplicó las teorías simultaneístas en un proceso de alejamiento de la pintura
en pro del diseño de moda y objetos reseñado brevemente ya a finales de 1917 en
el texto “Els Delaunay i la moda del vestir”
publicado en la revista catalana Vell i Nou[7]. El
enorme éxito cosechado por la creación de Sonia –reseñado incluso en la prensa
nacional– sumado a la llegada de modas parisinas y a una mayor apertura de la
sociedad española de finales de la década de 1910 generó la creciente
importancia de la artista como diseñadora de moda, consolidándose sus
confecciones de ropa y complementos de la etapa como una parte fundamental de
su producción creativa no sólo por marcar nuevas tendencias, sino también por
conseguir la ambiciosa idea del Simultaneísmo de redefinir la forma de hacer
arte, empleándose en este caso soportes de la vida cotidiana
considerados por Sonia igual de válidos que un lienzo.
La importancia del trabajo de Delaunay-Terk como modista quedó sin embargo eclipsada por su labor
como diseñadora de interiores, cuya relevancia fue acrecentándose ya a finales
de 1918 con la “habitación femenina” diseñada para la casa de la señora Carmen
de Pablo –una suerte de preludio de la creciente actividad artística dada a
partir de este momento en la que encontramos ya parámetros usualmente empleados
en los proyectos decorativos tales como los contrastes con fondos negros, los
frisos decorados y los juegos de luces y colores (Torralva Beci,
1918) – y culminó con el Petit Casino, sin duda un proyecto fundamental
basado en la reconversión del club nocturno madrileño en un teatro-concert encargado por Antonio Lopes
de Amorim y Gaby des Fleurs
en el que crearía un espacio vanguardista único, abarcando su labor desde las
pinturas murales hasta la cubertería y el diseño de un vestido para Gaby, en un
espacio en el que combinó motivos vegetales y circulares además de una entrada
en negro que daba paso a una colorida estancia (Delaunay-Terk
et al., 2017), concepto que recuerda al de la “habitación femenina”
anteriormente citada.
La reforma teatral propició un nuevo interés
por el diseño de interiores que resultó en la creación de Casa Sonia, un
negocio dedicado al interiorismo en el que se combinaba el Simultaneísmo no
sólo con los objetos cotidianos, sino también con los espacios del hogar y con
la ropa y complementos que la artista continuaba creando, extendiéndose la moda
Sonia principalmente entre las élites madrileñas y vascas y buscándose
todavía la total integración de lo simultáneo y lo cotidiano. El negocio contó
además desde sus inicios con el apoyo de Alfredo Escobar y Ramírez; el marqués
de Valdeiglesias no sólo publicitó el trabajo de la artista en La Época,
sino que además fue su cliente y le facilitó la entrada a los círculos
madrileños más exclusivos, cuyas viviendas quedaron inundadas de colores,
materiales, motivos decorativos, luces tamizadas, telas pintadas y objetos
decorativos y mobiliarios populares adquiridos en los mercados y redecorados
por la artista, intervenciones en espacios privados y públicos de las que se
hicieron eco los medios de comunicación españoles, atestiguando la creación de
unos espacios artísticos hoy lamentablemente perdidos. Se sabe gracias a dichos
testimonios que Casa Sonia fue un negocio próspero durante su corta
existencia en España, realizando Sonia Delaunay intervenciones en propiedades
de distintas ciudades españolas de las que conocemos la reforma integral de la
residencia de Antonio Monedero Martín –sin duda la renovación de mayor magnitud
encontrada en el periodo– y el trabajo en distintos espacios de un palacio de
Neguri, la Sociedad de Palcos del Club Náutico de Bilbao, el teatro Campos
Elíseos de Bilbao y la residencia Madame Llobet, obras en la que destaca un
minucioso trabajo que entrelaza la estética, el uso particular de cada estancia
e incluso la psicología del color, aspectos que sin duda generaron verdaderas
instalaciones artísticas fruto del afán y victoria de la conquista de la vida
por parte del Simultaneísmo.
De forma paralela al reconocimiento en el
campo decorativo de la labor de Sonia Delaunay-Terk,
la presencia del matrimonio de artistas en la vida pública comenzó a disminuir
debido al cada vez más cercano abandono de España; de esta etapa datan
exposiciones en el ámbito nacional –una pictórica en la Asociación de Artistas
Vascos durante 1919 y dos centradas en los “objetos artísticos” de Casa
Sonia en el Majestic Hall y en la Galería Mateu, respectivamente a finales
de 1919 y 1920– e internacional –una realizada en Berlín en 1920 y
protagonizada por las creaciones de su etapa ibérica–, así como diversas
visitas a París para establecer nuevos vínculos y sopesar la posibilidad de
trasladarse de nuevo a la ciudad, algo que se daría durante los últimos meses
de 1921 y que pondría punto y final a la etapa española.
4.1.2. PRODUCCIÓN ARTÍSTICA DURANTE LAS
ETAPAS ESPAÑOLAS
La estancia de Sonia Delaunay en España es
tan esencial como infravalorada por interpretarse como un momento de
“interrupción” de su actividad artística (Delaunay-Terk
et al., 2017), si
bien lo cierto es que es esta etapa la que marca de forma definitiva el paso de
la creación meramente artística –centrada esencialmente en la pintura– a
aquella relacionada con objetos cotidianos, conquistando definitivamente el
Simultaneísmo el terreno vital. La creación de los denominados objetos
artísticos y el diseño de moda fueron, precisamente, las labores más
reconocidas de la artista durante los años españoles, incidiendo especialmente
la crítica en cómo el trabajo de Sonia Delaunay se encargaba de “transformar
los objetos que la rodeaban para infiltrarles una nueva expresión y buscarles
otra dimensión decorativa más” (de Torre, 1923), quedando el terreno pictórico
en un segundo plano si bien también fue reconocido en prensa, donde fue destacada
como “una pintora auténtica, de gran temperamento” (de Torre, 1923) e incluso
como “la primera, y quizás la única pintora” (Fémina, 1918a) del momento (ver
Figura 1).
La notable artista rusa
Sonia Delaunay en su Exposición de Arte decorativo y aplicado del "Salón
Mateu"
Figura 1. Desconocido.
Fotografía publicada en La Esfera (nº366, 08-01-1921). Imagen procedente
de los fondos de la Biblioteca Nacional de España.
Con respecto a las características del estilo
de Sonia Delaunay hay que destacar que el Simultaneísmo ya había sido definido
antes de 1914, iniciando la artista una obra de madurez que, tras la llegada a
España y Portugal, experimentaría cambios notables en tres aspectos
principales: la figuración –retomada durante este momento debido al afán de
llevar a cabo “una reevaluación de su arte” que tomaba el natural como
referencia directa (Delaunay-Terk et al., 2017), –;
el color –símbolo de la vanguardia compuesto por “una gama rebelde a todas las
antiguallas académicas” (Torralva Beci, 1918) y claramente
dominante frente a aspectos como la línea o el claroscuro–, sujeto a nuevos
estudios debido al fuerte tipo de luz propio de ambos países, resultante en una
nueva experimentación dentro de los contrastes simultáneos; y por último el
ritmo, basado en la interacción entre colores y protagonista en iconografías y
campos propios de la etapa como el cante y el baile flamenco. Estos rasgos
fueron aplicados a la pintura –trabajada hasta finales de 1917–, pero también
al diseño de moda e interiores dados en la etapa ibérica, cuyo embrión
encontramos en la primera estancia lusa con el interés por objetos como la
cerámica popular o los juguetes (Delaunay-Terk et al., 2017), . La naturaleza de la presente
investigación hará que se centre, pese a lo expuesto, en la creación pictórica,
en la que encontramos el desarrollo de temas como el autorretrato, el bodegón o
las escenas populares, de los cuales analizaremos dos: el flamenco y el
religioso.
a) Cante y baile flamenco
Probablemente el tema nacional más
representativo de los plasmados por Sonia Delaunay tras su llegada a España sea
el del cante y el baile flamenco, disciplinas a las que se aficionó desde sus
primeros meses en Madrid; además de la relación establecida por la artista
entre la tradición flamenca y el folklore ruso, habría sido fundamental el
momento de expansión que se estaba dando dentro del mundo flamenco, con
numerosos espectáculos –a los que los Delaunay acudieron– y figuras
fundamentales activas. El tratamiento del tema no se alejó de los experimentos
y la teoría simultaneísta propias del resto de la
producción; además de retomarse la figuración, esta serie de obras y estudios
fueron fundamentales en el desarrollo del concepto de ritmo, trabajado a través
del color y, alegóricamente, de la música y el movimiento, dándose principalmente
dos formas de representación: una basada en el cante y otra basada en el baile.
A la primera pertenece la icónica Cantaores
de flamenco o Grand Flamenco (1915-1916, óleo y cera sobre lienzo,
174’5 x 143 cm, Museu Calouste Gulbenkian), obra en
la que la artista declaró buscar la plasmación del ritmo de la música y crear
un cuadro tan bello como los de Veronés (Baron & Damase, 1995), apareciendo ya los elementos recurrentes de
este tipo de representación: dos personajes –por lo general una cantaora y un
guitarrista– y una guitarra, elemento esencial con el que se crea un juego
entre las formas circulares de la caja y la boca y el ritmo que parece emanar
de ella, representado a través de círculos de colores simultáneos. Además, el
espacio queda inundado de ritmo – plasmándose prácticamente un momento de
trance musical– y la figuración es clara, aspectos que constituyen la principal
diferencia entre esta y la posterior Cantaores de flamenco o Petit
Flamenco (1916, gouache, óleo y pintura, 36’1 x 42’1 cm, Museu Calouste Gulbenkian), ejercicio de abstracción en el
que los discos simultáneos configuran la representación sin ocupar toda la
superficie, apenas distinguiéndose la figura de la cantaora y unos brazos que
parecen situarse sobre el cuerpo de la guitarra; a medio camino entre ambas
–algo debido posiblemente a que la artista realizó distintos estudios en los
que abstraía la primera obra comentada[8]–
situamos Cantaores flamencos (guache y acuarela sobre papel, 42’2 x 41’6
cm), en la que se mantiene una composición más abierta, al igual que en la
primera obra, y la guitarra se presenta como la protagonista, creándose su
parte superior a base de espacios negativos.
Las representaciones de baile, por su parte,
exploraron el concepto de ritmo a través del movimiento, algo que acabó por
aplicarse al diseño de vestuario[9];
Sonia Delaunay creó una serie de bailaoras entre 1915 y 1917 que le sirvieron
como estudio de la representación del ritmo y el movimiento mediante las
relaciones simultáneas de color, incluyéndose aquí S.T. (1916, acuarela sobre papel, 36 x 26 cm, Colección privada en
Bilbao), en la que distinguimos el sinuoso cuerpo de una bailaora con atributos
como unas castañuelas y una peineta que, mediante movimientos serpenteantes,
origina un ritmo trasero –conformado mediante líneas curvas de colores–
reforzado por lo que parece ser la falda de su vestido, creada con círculos y
semicírculos en el primer plano. Compartiendo temática, pero más cercano al
diseño de moda, encontramos Vestido
simultáneo (1917, acuarela, 31’5 x 21’5 cm) y Bailaora española (1917, acuarela y lápiz en papel sobre cartón,
30’9 x 23’2 cm): en ambas hay posturas y elementos relacionados con el baile
flamenco –una flor en el pelo de la primera, una peineta en la segunda y
castañuelas en ambas– y los movimientos no son ya tan curvos, puesto que ahora
son los vestidos los encargados de reflejar el ritmo[10]
gracias a la postura de los cuerpos y a la creación mediante discos
simultáneos, tal y como ocurre en vestuarios como los de Cleopatra.
b) Religión
No queremos finalizar sin comentar una de las
temáticas más desconocidas y sorprendentes de las trabajadas por Sonia
Delaunay-Terk durante los años ibéricos: la
religiosa, citada en diversos estudios, pero apenas tenida en cuenta –algo que
podría deberse a que el proyecto no se ejecutó– pese a existir fotografías y
bocetos. Dicho proyecto se planeó durante su estancia en Valença
do Minho[11],
contando actualmente con una información parca y confusa sobre el asunto:
Robert Delaunay mencionó dentro de la producción portuguesa de Sonia la
decoración de un monumento público llamado Misericordia
con una imagen de la vida cotidiana del pueblo creada mediante distintos
materiales como papeles y telas (Delaunay, 1978); Olga Opfell
apuntó que en Valença do Minho
a Sonia se le encargó el diseño de Homenaje
al donante, una obra de azulejería no realizada que se dispondría en la
fachada de una capilla perteneciente a un convento jesuita (Opfell,
1991); Stanley Baron y Jacques Damase
hablaron de que los Delaunay pudieron trabajar en proyectos de gran formato en
un convento jesuita inacabado (Baron & Damase, 1995) ; y Marta Ruiz del Árbol señaló que Sonia
estuvo trabajando entre 1916 y 1917 en la creación de un mural de azulejos para
la capilla de la Misericordia de Valença do Minho finalmente no realizado (Delaunay-Terk
et al., 2017). Estas afirmaciones parecen centrarse en la Misericordia de Valença –actualmente la Santa
Casa Misericórdia de Valença–,
perteneciente al prototipo de Misericórdia portuguesa
nacida a finales del siglo XV a ejemplo de las cofradías medievales para
asistir a los más necesitados; en Valença, este
organismo de ayuda habría ido aumentando con el paso del tiempo –contando con
una iglesia y un hospital entre otros– iniciándose a principios del siglo XX la
construcción de un asilo finalmente inaugurado en 1928.
Se sabe que una parte del edificio se
encontraba en construcción durante la estancia de los Delaunay –lo que explica
que se hable de un edificio inacabado–, pero la comparación entre la
descripción dada por Robert y las demás afirmaciones además de los bocetos encontrados
nos hacen sospechar que, tal y como señalan Baron y Damase, Sonia y Robert se ocuparon de varios proyectos,
siendo uno de ellos la creación de un mural religioso en azulejería cuyo
presunto boceto se publicaría en Vell i
Nou con el título La Misericòrdia o apoteosi del
donador pel poble agraït (ver Figura
2) la fecha de 1916-1917 y la
indicación de que se trataba de un boceto que sería reproducido en azulejo en
Valencia: por lo que vemos en la zona central de la imagen, el tema
representado parece ser el de la entrada de Jesucristo en Jerusalén desde un
interesante punto de vista trasero, quedando el protagonista de espaldas al
espectador y elevado con respecto al resto de personajes, identificándose
además la cruz cristiana sobre él –con lo que parecen trazos simultaneístas en alusión al movimiento– y, en el último
plano, el cuello y la cabeza de la mula, a la que parece seguir o montar. Las
representaciones laterales apenas son distinguibles debido a la calidad de la
imagen –reproducida además en blanco y negro–, pero se intuye que la presencia
de dos mujeres con túnicas, una de ellas con la cabeza velada, en la zona
inferior derecha y lo que parecen hojas de palmera sobre la multitud
representada a la izquierda. Se ha relacionado además con esta interesante
imagen el boceto La Misericordia (1916,
acuarela, guache y cera sobre papel, 36’8 x 46’4 cm, Skissernas
Museum), más abstracto –algo posiblemente debido a
que se trate de un esquema rápido– pero en el que vemos los vivos colores
propios del trabajo de la etapa, estando presente al igual que en la imagen
anterior lo que parecen ser tres arcos que indicarían que el destino de la
composición sería el tímpano de alguno de los edificios del conjunto.
Figura
2
La Misericòrdia del donador pel poble
agraït
Sonia Delaunay. Fotografía publicada en Vel i Nou (nº53, 15-12-1917). Imagen procedente de los fondos del Arxiu de Revistes Catalanes Antigues.
Se considera de gran importancia que Sonia
Delaunay tratase la temática cristiana debido a tres motivos principales: la
fecha del proyecto, anterior al cese de recibimiento de las rentas rusas –lo
que indica que no fue aceptado por la artista por motivos económicos,
independientemente de que recibiera o no un pago por él–, la publicación del
boceto en Vell i Nou –algo que puede
señalar que el matrimonio le daba importancia a la obra– y la aplicación del
Simultaneísmo a la iconografía religiosa, empleándose también el estilo para
profesar la fe cristiana, algo apenas estudiado que ampliaría sin embargo los
campos y usos a los que Sonia Delaunay trasladó lo simultáneo.
4.2.
NORAH BORGES (1901–1998)
4.2.1.
ETAPAS ESPAÑOLAS: 1919-1921, 1923-1924 Y 1932-1936
La posición social, cultural y económica de la familia de Norah Borges es
sin duda esencial, ya que posibilitó entre otros la realización de un viaje
familiar iniciado en 1912 y concluido en 1921 que se nos presenta como un hecho
fundamental en su vida por permitirle –al igual que a su hermano, el escritor
Jorge Luis Borges– entrar en contacto directo con las tendencias en boga en
Europa, generando un conocimiento y un interés que resultaría en que la joven
terminara ocupando un destacado lugar en la vanguardia europea y americana;
pese a la corta edad con la que Borges llegó a Europa, su indiscutible interés
por el arte hizo que recibiera una constante formación artística dentro de la
que destacamos la asistencia a L’École des Beaux Arts de Ginebra, el
contacto con artistas vanguardistas exiliados en Suiza debido al estallido de
la Primera Guerra Mundial, el estudio particular de xilografía expresionista en
Lugano y la finalización de la etapa de aprendizaje en España de la mano de
Sven Westman en Palma de Mallorca y Julio Romero de
Torres en Madrid[12]
(Bonet, 1992), iniciándose simultáneamente una primera etapa artística de
juventud en la producción de Norah Borges en la que destacó su papel como
grabadora y su integración en el círculo ultraísta español[13].
Como característica fundamental de las estancias en España es necesario
destacar también cómo la artista quedó, desde prácticamente su llegada al país,
íntimamente ligada a las revistas culturales, medio principal del grupo
ultraísta y vehículo de promoción del arte y los nuevos ideales vanguardistas;
este campo –que a menudo estructurará esta narración– fue especialmente
fructífero en el panorama nacional durante las tres primeras décadas del siglo
XX, encontrando los círculos nacionales en la creación, participación y edición
de revistas una herramienta clave para la difusión artística y viviéndose una
notable evolución que en la década de 1910 dio lugar a publicaciones encargadas
de difundir la vanguardia europea y servir como medio de experimentación –como Grecia, V-LTRA o Tableros–, en
1920 mostraron una mayor apertura estilística e incluyeron nuevos campos
creativos como el plástico, el musical y las artes escénicas –como ocurrió en Mediodía, Papel de aleluyas o Litoral–
y ya en 1930 se hicieron eco de los grandes cambios experimentados en el país,
adoptando distintas ideologías políticas y a menudo difundiendo ideales
revolucionarios.
Se encontró, por tanto, una participación activa de Norah Borges en el
panorama creativo desde su llegada a España, destacando además al respecto la
realización de dos obras murales en las que queda patente la influencia del
país en su producción: Las Campesinas de
Mallorca –hoy desaparecida– en el Hotel Continental de Palma de Mallorca y
una virgen con niño y una payesa de fondo en el Hotel del Artista de Valldemosa[14],
trabajándose en ambas con la iconografía de la payesa mallorquina fruto de un
nuevo interés por lo rural que resultaría en el trabajo de la iconografía de
las campesinas de distintos lugares en la producción posterior de Norah. Cabe
destacar, además, cómo el primer mural fue reseñado en la prensa española a
pesar de la juventud de la artista y del poco tiempo que llevaba en España,
señalándose que “el gran sentido decorativo del arte de Picasso y del de la
Borges poseen un valor que hace falta ensalzar” (Répide, 1921).
Simultáneamente se inició además el contacto con los círculos intelectuales
nacionales, sirviendo a menudo Jorge Luis Borges como nexo entre estos y Norah
debido a las normas de género de la época[15](Bonet,
1992); la primera publicación en prensa que se conoce de la artista se fecha el
30 de septiembre de 1919 en el número 96 de la revista Baleares (1917-1923, Palma de Mallorca), suponiendo el dibujo Músicos ciegos –claramente influenciado
por el Expresionismo alemán– un notable contraste con las obras mayormente
clásicas incluidas en la revista, donde también se reprodujeron, ya en momentos
de vinculación de Norah con el Ultraísmo, las xilografías España barroca y El jardín
del centauro –profundizándose en la vida de la artista además con los
textos “El arte candoroso y torturado de Norah Borges” y “Dibujos de mujer”– y
la xilografía Arlequín – junto al
Manifiesto Ultraísta y poesías de miembros del grupo– en los números 118 y 131
respectivamente. Ya en Sevilla y vinculada al Ultraísmo, las obras de la
grabadora comenzarían a formar parte de las publicaciones de avanzada más
relevantes del país, suponiendo la estancia en la capital hispalense –dada
entre finales de 1919 y febrero de 1920 y seguida por el desplazamiento a otros
puntos de la geografía española– la entrada de Norah Borges a los círculos
vanguardistas españoles, en un momento en el que el susodicho Ultraísmo se
encontraba en una primera expansión del terreno literario al plástico; consecuentemente,
el trabajo de Borges durante su primera etapa en el país sería incluido en
revistas fundamentales de las que revisaremos Grecia, Reflector y V-LTRA.
Grecia (1918-1920, Sevilla y Madrid), órgano difusor del
joven Ultraísmo, acogió entre sus páginas en diciembre de 1919 el poema de
Jorge Luis Borges Himno al mar como
el pistoletazo de salida a la profusa colaboración que, primero el poeta y
posteriormente la artista, tuvieron desde entonces con esta y otras revistas
del panorama renovador, aludiéndose a Norah además durante principios de 1920
en el texto “Una pintora ultraísta” de Isaac del Vando-Villar
–en el que se presentó a la argentina como componente del grupo– y la cercana
dedicatoria del poema Alba, tarde y
nocturno de Adriano del Valle, que parece reflejar una gran amistad
reiterada de forma más contundente poco después con Poema Sideral. La colaboración propiamente dicha de la artista
comenzó en el número 41 –segunda publicación de febrero– con la reproducción a
página completa de los grabados El Pomar,
un paisaje agrícola, y El Ángel del
violoncello, una temprana muestra de la temática de seres celestes que
desarrollaría profusamente en el futuro, además de otras tres posibles obras
relacionadas con ella: el grabado de un centauro y de lo que parece una cesta
con frutas circulares con cuyas sombras se forman las siluetas de dos personas
–ambas ornamentando las páginas y mostrando las mismas pautas que la producción
del momento– y el texto Ofrenda de
Isaac del Vando-Villar, en el que se lee “Para N.B.”[16].
El traslado de la edición de Grecia de
Sevilla a Madrid acentuó la colaboración de la joven, que apareció de forma
ininterrumpida desde el número 43 hasta el 50: el primero, del 1 de junio,
presentó un cambio notable ya que la famosa ánfora de la portada quedó
sustituida por imágenes que cambiarían en cada número, siendo la del presente
un grabado de la propia Norah Borges de motivo aparentemente circense al que se
le suma la reproducción a página completa de la xilografía La mujer de la mantilla, así como la imagen del posible cesto de
fruta comentado junto a un texto de Isaac del Vando-Villar.
En los dos números siguientes se reprodujeron obras en la portada y en el
interior, concretamente El viaducto, Adanidas, Sin título –protagonizado por
campesinas–y Palcos además del
artículo de Guillermo de Torre “El arte candoroso y torturado de Norah Borges”;
en el 46 se incluyó el grabado Madonna y
la poesía Norah en el mar de Adriano
del Valle; en el 47 la xilografía Paisaje
de Mallorca; y en el 48 la xilografía Rusia
y la nueva cenefa de la cabecera del índice, diseñada por la artista y de
gran interés por ser ella la encargada de modernizar la imagen de una revista
cada vez más comprometida con lo nuevo[17].
Los dos últimos ejemplares de Grecia –del
15 de septiembre y el 1 de noviembre de 1920– también incluyeron el trabajo de
Norah Borges: en el número 49 aparecen Terrazas
y una suerte de personaje circense en la portada, reproduciéndose en el 50
–con una dedicatoria a Lucía Sánchez Saornil– el
grabado Maternidad y decoraciones de
Borges y Barradas en el suplemento “Vertical, Manifiesto Ultraísta”.
Reflector (1920, Madrid) y V-LTRA (1921-1922, Madrid) fueron
herederas directas de Grecia,
naciendo tras el cese de esta; la primera fue una fugaz publicación ultraísta
en cuyo único número, del 1 de diciembre de 1920, se incluyeron dos grabados de
Norah, uno de ellos a página completa con lo que parece ser una tocadora de
laúd. La segunda, por su parte, prueba cómo Borges continuó estando presente en
los círculos culturales españoles a pesar de su regreso a Argentina en marzo de
1921; V-LTRA se erigió como la gran
sustituta de Grecia, caracterizándose
por una actitud más rompedora –debido a la cual es considerada una de las de
revistas vanguardistas españolas más importantes– en la que la artista muestra
de forma paulatina un estilo que si bien continuaba estrechamente ligado al Expresionismo,
viraba sutilmente hacia una tendencia geométrica[18]
(Lorenzo Baur & Lorenzo Alcalá, 2006), lo que sumado a la publicación de
obras realizadas en España y Argentina nos ha hecho distinguir entre dos
momentos de marcadas diferencias: en el primero –entre enero y marzo de 1921–
incluimos las colaboraciones de los ejemplares 1, 2 y 5[19],
respectivamente la portada –de nuevo con el circo como protagonista–, La Verónica y un paisaje con músicos; la
portada; y una escena de interior. El que consideramos el segundo momento de la
colaboración de Norah Borges durante 1921 tuvo lugar entre octubre y diciembre,
con la artista afincada en Argentina; así, las obras enviadas desde dicho país
mostraban su producción más reciente, continuando con la evolución estilística
comentada y con los temas típicos además de incorporar vistas argentinas en
obras publicadas consecutivamente desde el número 16 hasta el 19, concretamente
grabados de temática musical en el 16 y el 18, Paisaje de Buenos Aires en la portada del 17 y Carrousel en el 19.
El referido periodo de regreso a Argentina de Norah Borges fue corto, pero
ampliamente fructífero con respecto a la actividad nacional e internacional: la
experiencia europea y, especialmente, española, se tradujo en un afán por
modernizar la escena cultural argentina, en la que participó activamente
mediante, entre otros, la creación de revistas, además de ilustrar obras
literarias y continuar publicando en medios españoles debido en gran medida al
inicio de su relación con Guillermo de Torre, que recibiría sus envíos y la
incluiría en su texto “El renacimiento xilográfico. Tres grabadores
ultraístas”. Entre las revistas españolas en las que publicó encontramos V-LTRA, con la xilografía Organillo en la portada del número 23 y
el dibujo Emigrantes en el 24; Tableros (1921–1922, Madrid), con Catedral en el último ejemplar; y Horizonte (1922–1923, Madrid), con un
linóleo sin título en el segundo ejemplar. Norah Borges no había dejado de
estar presente en España cuando a consecuencia de la nueva travesía a Europa
iniciada junto a su familia a mediados de 1923 regresó al país, en el que
estuvo afincada por un corto lapso temporal[20];
la brevedad de esta segunda etapa española no impidió sin embargo la existencia
de una intensa e interesante colaboración en el panorama vanguardista,
conociendo de primera mano las últimas novedades culturales del país y del
continente –enmarcado entonces en la conocida como “vuelta al orden”–, además
de consolidar y originar nuevos lazos, ya que además de realizar obras diversas
–algunas inspiradas por los lugares visitados–, Norah Borges comenzó a trabajar
con los grupos renovadores afincados en Galicia ya durante principios de 1923
mediante su participación en Revista de
Casa-América Galicia, Alfar y Ronsel.
Revista de Casa-América Galicia (1922–1923, La Coruña) contó
con sus obras
en los números 27 y 28, de marzo
y abril: en el primero encontramos
la portada –centrada en la representación de juegos infantiles– y un linograbado de dos mujeres con instrumentos ilustrando
el texto “Retrato” de Guillermo de Torre, dedicado
a la propia Borges; en el segundo,
un posible linograbado que sin duda hace
pareja con el de la portada del ejemplar anterior. La breve aparición en este
medio se consolidó poco después en Alfar (1923–1955,
La Coruña y Montevideo), su sucesora: en las dos primeras publicaciones
aparecieron un pequeño xilograbado con una mujer abanicándose y otro con un tañedor de laúd; durante
enero y abril de 1924 los grabados
en madera Ajedrez –tras el texto “La dama
del ajedrez” de Manuel Abril, posiblemente dedicado a ella debido a la inusual
coherencia entre ambas obras– y Urbano y
Simona; y ya un año después, en abril de 1925, el grabado Aldeanas de Luso con
un texto de Antonio Oliver
Belmás. Ronsel (1924, Lugo) contó con una remarcable obra de Norah en su
cuarto número: la xilografía Juerga
gitana, indudablemente relacionada con el folklore español y caracterizada
por el uso de curvas inconexas que originan personajes etéreos dispuestos en un
ambiente bullicioso en el que el
movimiento se hace palpable gracias
a la flexibilidad de las líneas.
Como ocurriría anteriormente, la marcha a América no supuso el cese de la
presencia de Norah Borges en la escena artística española: además de que
Guillermo de Torre –con quien formalizó una relación sentimental, contrayendo
matrimonio en 1928– continuara promocionando su arte y la incluyera en su
destacado ensayo Literaturas europeas de
vanguardia (1925), Borges participó en la trascendental Exposición de
Artistas Ibéricos (1925) celebrada el Madrid, primera muestra colectiva en la
que se incluyeron sus obras. Del mismo modo continuó la artista apareciendo en
los medios de comunicación españoles, bien mediante la promoción de su
actividad reciente, bien mediante la colaboración o publicación de obras: entre
las primeras, encontramos referencias a su trabajo como ilustradora de libros,
como prueban la nota de Ramón Gómez de la Serna sobre Fervor de Buenos Aires publicada en Revista de Occidente, la crítica sobre Tierra Amanecida de Rafael Cansino-Assens para La Libertad o la pequeña e interesante nota aparecida en La Nación sobre tres nuevas
ilustraciones en acuarela de Norah –reproducidas junto al texto– inspiradas por
el libro The young visiters o Mister Salteena's Plan. En esta línea, se realizaron a lo
largo de los años alusiones a Borges en textos y/o reproducciones de obras
contemporáneas y de momentos anteriores principalmente en La Gaceta Literaria, si bien también hemos localizado alguna
referencia en Blanco y Negro. Con
respecto a las segundas, cabe destacar que la artista participó activamente en
distintas revistas de su país natal, reduciéndose dicha actividad en España,
donde encontramos una nueva aparición en Alfar
con el óleo Córdoba en mayo de
1929 y la publicación en revistas nuevas como Papel de Aleluyas (1927-1928, Huelva) y Helix (1929-1930, Villafranca del Panadés): la
revista onubense incluyó en sus números 2 y 3, de agosto y septiembre de 1927,
el dibujo Plaza Nueva de Sevilla y un
dibujo sin título, destacando ambas realizaciones por presentar características
formales propias de principios de la década de 1920, por lo que posiblemente se
trate de obras realizadas por Norah en España y guardadas por algún conocido;
por su parte, la catalana reprodujo en el cuarto ejemplar, de mayo de 1929, un
dibujo lineal acompañado por una pequeña nota sobre la artista.
Estos hechos contribuyeron a consolidar la posición de la artista como una
creadora vanguardista clave, por lo que no es de extrañar su rápida inclusión
en los círculos nacionales más avanzados durante la última etapa española
–iniciada entre finales de mayo e inicios de junio de 1932 y concluida
abruptamente debido a la Guerra Civil–, años en los que la propia artista
reseñó diversos viajes por Europa, así como la amistad y/o la colaboración con
personajes como Carmen Conde, Ángeles Santos, Federico García Lorca, Ángel
Ferrant, Miguel de Unamuno o Joaquín Torres García, una influencia y
participación en la vida cultural nacional que dejó su huella en la prensa,
destacando una crítica realizada por Ramón Gómez de la Serna para ARTE –ilustrada con Santa Rosa de Lima, Una
quinta del Tigre (1927), Negrito (1931)
y Sirenas (1930)–, la ilustración de
un texto de Mony Hermelo en
El Pueblo Gallego y el texto sin
firma “Norah Borges” publicado en octubre de 1933 por la Gaceta de Arte tinerfeña –ilustrado con Tres niñas junto al mar (1931) y Seis ángeles (1931)–, entre otros anuncios y noticias relacionados
con Borges. No es de extrañar, por tanto, que la relevancia con la que contaba
la llevara a celebrar su primera exposición individual entre el 16 de febrero y
el 3 de marzo de 1934 en el Museo de Arte Moderno de Madrid, donde fueron
mostrados 42 óleos y dibujos protagonizados por temáticas típicas de la etapa
–seres religiosos y celestiales, parejas, motivos marítimos y niños–,
recibiéndose una acogida y unas críticas generalmente positivas sin duda
determinadas por la nueva estética y temas de Norah, descrita como “Suelta,
elegante, variada en los asuntos y en los géneros, llena de inquietudes
estéticas, moderna sin exageraciones, en ocasiones humorista, a ratos profunda
en el concepto y siempre artista” (Lezama, 1934) en la breve nota de Antonio de
Lezama, en la que se celebró el éxito de la muestra al igual que en la que
firmada por José María Marañón, esta última compartiendo los elogios recibidos
por la temática de las obras, pero señalando a su vez que estas alabanzas no
podían darse “a costa de olvidar la noble construcción de las figuras, el arte,
de fuerte regusto clásico, con que compone y la ciencia magistral de la
colorista” (Marañón, 1934), aspectos plásticos aparentemente eclipsados por los
susodichos motivos. Otra valoración encontrada es la de Manuel Abril,
compartiendo el escritor la visión de las críticas anteriores además de
clasificar la nueva visión sobre la artista debido a su producción como
representante en el arte del “alma adolescente enamorada” (Abril, 1934). Se
concluye con la crítica de Francisco Mateos, sin duda la más llamativa;
realizada a modo de carta escrita por un campesino, se opone a la extendida
idea de que el arte de Norah Borges no puede ser entendido por la sociedad. A
lo largo del texto el imaginario campesino describe, de forma simple, tanto los
elementos típicos de las obras como el sentimiento que le producen, haciendo
hincapié – como es típico en los análisis de la producción de Borges– en las
niñas representadas por la artista, de las que dice: “son las niñas, las
mozuelas, las que más me gustan [sic.] ver, con sus pies trenzados para un
baile; con sus manos cogidas para hacer un remolino, o para ir juntas por el
paseo […] ¡Qué guapas son! Y aunque parecen finas, finas como señoritas, son
fuertes como labradoras”. Concluye, tras equiparar los cuadros con el arte
religioso, reafirmando el carácter mundano, pero a la vez el sentimiento
celestial de las piezas:
“Señora Norah Borges de Torre: yo, que soy un campesino
[…] la [sic.] digo: que su pintura no es de la capital, es del campo. Y son
unas veces la tierra cernida y fuerte de oro castellano, y otras florecillas
silvestres de todos los matices, y otra […] Mari-Luisa y Mari-Pepa, en esos
domingos que, muy relimpias y repeinadas, van a buscar un novio labrador […]
También me recuerdan un angelote y una virgen, y muchos santos pequeñitos, que
vi un día en el Museo de Madrid, y que lo pintó un fraile que se llamaba Fray
Angélico” (Mateos, 1934).
Es indudable que el anterior fue un evento esencial para la consagración de
Norah Borges como creadora en el circuito cultural español, dándose además a lo
largo del fructífero 1934 otros hechos igualmente reseñables como su aparición
en el artículo “Las Mujeres en el Arte” de Emilio Fornet
–donde fue descrita como “constructora de ángeles y sirenas” (Fornet, 1934) y se vinculó su producción, con el
paternalismo típico de la época, con los creadores masculinos con los que
estaba relacionada–, la ilustración de Júbilos.
Poemas de niños, rosas, animales, máquinas y vientos de Carmen Conde, la
votación a favor de que a José Gutiérrez Solana se le concediera la medalla de
Honor de la Exposición Nacional de Bellas Artes de ese año, la colaboración en
la nueva revista Atalaya o el trabajo
como escenógrafa junto a Federico García Lorca en la compañía teatral La Barraca –siendo partícipe con ello de
las políticas culturales y educativas republicanas–, encargándose de los
decoradoras de la Égloga de Plácida y Victoriano mediante la realización
de una serie de figurines descritos como afines a la obra plástica de la
artista.
La presencia de la artista en el mundo cultural siguió siendo notable
durante los dos últimos años de su estancia; en 1935 participó en el Almanaque Literario de 1935 –realizando
grabados de los signos del zodíaco además de incluirse otros tres dibujos
suyos–, su obra Paisaje de Portugal fue
incluida en el número 10 de la revista Noreste
–dedicado a la obra literaria y plástica de diversas creadoras– y tomó
parte en la I Feria del Dibujo en Madrid, organizada por la Sociedad de
Artistas Ibéricos. En 1936 pasó a formar parte de la filial madrileña del grupo
ADLAN –encargándose por ello de gestionar la llegada de la exposición Picasso a Madrid–, presentó un mural al
Concurso Nacional de Pintura y colaboró de nuevo con la Sociedad de Artistas
Ibéricos mediante su participación en la exposición celebrada en París, cuyo
objetivo principal fue el de promocionar el arte contemporáneo español. Y así,
en un momento en el que el arte y la labor de Norah Borges enraizaban en España
augurando una fructífera actividad, a mediados de año la Guerra Civil truncó
sus planes, haciendo que junto a su marido buscara refugio en París para
regresar, una vez confirmado el temor de que el conflicto bélico se extendiera
más de lo esperado, a Buenos Aires.
4.2.2.
PRODUCCIÓN ARTÍSTICA DURANTE LAS ETAPAS ESPAÑOLAS
Los notables cambios estilísticos dados en la producción de Norah Borges
hacen que sea esencial comenzar comentado las distintas etapas por las que la artista
transitó durante la cronología que nos ocupa –ya que estas determinaron su
producción y la visión promovida por los críticos–, distinguiendo entre una
primera etapa de formación, otra de definición estilística y transición y una
última de configuración del estilo de madurez[21];
las dos primeras se sucedieron durante la primera estancia española, marcando
por tanto su producción ultraísta: la primera abarca el periodo de su formación
y se fecha entre aproximadamente los últimos años de la década de 1910 y los
primeros de 1920, caracterizándose por el empleo de los rasgos del
Expresionismo alemán mientras que la segunda comienza a aparecer durante la
primera mitad de la susodicha década debido al desarrollo de un lenguaje propio
en el que incorporó una mayor importancia de la geometría y las líneas,
marcando estas obras una suerte de transición entre la formación y el posterior
estilo de madurez y conviviendo con ambos en muchas ocasiones. El protagonismo
que la línea como elemento definitorio de las composiciones comenzó a tener no
hizo sino acrecentarse a lo largo de la década, teniendo aquí gran importancia
el trabajo como ilustradora de libros y el viaje realizado a Europa durante
1923; así, el que se convertiría en el estilo de madurez se desarrolló en torno
a la segunda mitad de 1920, caracterizándose, además de por el peso lineal, por
la eliminación de elementos anecdóticos, el empleo de tonos suaves, la
planitud, la definición de temas concretos –sirenas, ángeles y niños
principalmente– y la creación de ambientes y personajes serenos, entre otros.
La crítica artística española respondió a las pautas empleadas por Norah Borges en su producción a lo largo del tiempo, relacionándose la correspondiente a la primera estancia en España con el estilo de formación y con el de transición; la mayoría de los textos proceden del entorno ultraísta, siendo el primero localizado “Una pintora ultraísta” de Isaac del Vando-Villar, donde se presenta y justifica el papel de Norah Borges en el grupo, estableciéndose que era “una moderna pintora cuyo arte ha nacido al calor de la novísima tendencia literaria del ultra” (Vando-Villar, 1920), además de defender que su arte no fuera literario. En esta inclusión de Borges como pintora ultraísta se hizo hincapié en su desarrollo del paisaje, finalizando con una reiteración de la pertenencia de la argentina al grupo no exenta de rasgos de la crítica galante: “Hermanos del ultra: Norah Borges es nuestra pintora: saludadla, porque además está nimbada de una dulce belleza” (Vando-Villar, 1920). En la misma línea encontramos “El arte candoroso y torturado de Norah Borges” de Guillermo de Torre, en el que tres apartados examinan la producción de la creadora: el primero introduce y justifica su arte como “emotivo, candoroso y torturado” (Torre, 1920); el segundo analiza a la artista –una “pintora novísima y lírica adolescente emocionada”, caracterizada por una “avidez innovadora”, su “candorosidad temperamental” y un “apasionamiento de las planimetrías inéditas (Torre, 1920)–, defendiendo su posición en el grupo ultraísta y juzgando su obra como propia de una mujer artista y por ende perteneciente al ámbito del sentimiento; y el tercero concluye exponiendo la idea de que Norah es una gran artista que se convertirá en una creadora ampliamente cualificada y profesional pese a su sexo: “¡Oh, Norah! ¡Frente a las féminas, sólo superficie, […] tú sola te elevas sideralmente, y te adentras al dintorno de las introspecciones pictóricas, subjectivizando vitalmente la objetiva realidad yerta, y persuadiendo a la materia hasta revelárnosla en su más recóndita belleza!” (Torre, 1920). El mismo autor la incluyó dos años después en un artículo sobre los xilógrafos ultraístas, presentando su formación y estilo y calificándola como “Dotada de una iridiscente sensibilidad femínea” (Torre, 1922), lo que le hizo aludir a la presencia de cualidades puramente femeninas y a relacionarla con artistas como Marie Laurencin, Irène Lagut y María Blanchard. Por último, se encontró “Juglerías. Dibujos de mujer” de José Agustín Palmer, en el que excepcionalmente se habla de Norah Borges como una figura independiente y no se hace alusión a su sexo más que en el título, centrándose el autor en analizar unos dibujos que categoriza como fruto no de una enseñanza académica, sino de “un temperamento distinto […], en una visión propia, personal quizás, tal vez única” (Palmer, 1920).
En un momento en el que la artista ya había comenzado a evolucionar
estéticamente, la presencia de obras anteriores en España hizo que en ocasiones
las críticas continuaran juzgando los parámetros empleados durante los primeros
años de 1920, tal y como ocurre en “La dama del ajedrez” de Manuel Abril, un
breve texto de tono lírico que compara la producción de Norah con el ajedrez
–tema tratado por la artista–, haciendo referencia a la combinación de blancos
y negros y a las estrictas reglas del juego, según el crítico empleadas por
Borges en su obra debido a su sexo: “Norah Borges, sabe muy bien, como mujer,
lo de obedecer a las leyes jugando […] y se ejercita, por tal, en la
realización de estos bojes encantadores que son, en toda hora, jugadas de
ajedrez” (Abril, 1924). Ofrece por tanto una imagen de la artista que, si bien
se corresponde con la creación razonada y consciente, también alude a la
infantilización –llegando a describirla como una “damita” que “ante todo,
juega” (Abril, 1924) – y finalmente enumera elementos y temas recurrentes y le
achaca una mejora progresiva, no relacionándola en ningún momento con el
movimiento Ultraísta.
A medida que avanzaba el estilo de Norah Borges, la percepción sobre la
artista comenzó a cambiar, alejándose progresivamente de la alusión a su
pertenencia al Ultraísmo – con la que en ocasiones se justificaban sus pautas
formales y los medios empleados– para remarcarse una sensibilidad femenina que promovió la aceptación individual de
Borges como creadora, pero siempre dentro del campo de las artistas mujeres. La
primera muestra de esta concepción la encontramos en “Los ángeles de Norah
Borges”, interesante texto de Benjamín Jarnés
publicado en 1927 que, tal y como indica el título, se centra en el tema de los
ángeles –usual dentro de la obra de Borges y muy practicado en el momento – y
queda dividido en cinco partes: la presentación del tema –relacionado con la
nueva forma lineal, etérea y poco detallada de la producción–; la descripción
de las representaciones –rebatiendo la idea generalizada de la presencia de la
“ternura” e indicando otras cualidades–; los conceptos de ingenuidad y timidez
en el arte –resultantes según Jarnés en creaciones
aptas únicamente para un grupo reducido y no para el total de la población–; el
primitivismo y la feminidad –argumentando en contra de las relaciones con el
Quattrocento y sacando a colación su feminidad–; y la conclusión, en la que se
hace referencia a que la de Norah Borges es una creación fruto de una
inspiración superior (Jarnés, 1927).
En enero de 1930 se publicó “Descripción de Norah Borges de Torre”, un
texto del argentino Cayetano Córdova Iturburu difundido en Buenos Aires unos
meses antes que, posiblemente, tuvo repercusión en la nueva visión de la
artista dentro del circuito cultural español, derivándose dicha visión del
trabajo que la argentina se encontraba realizando en los círculos artísticos de
su país. El texto se centra en la dimensión extraplástica de la producción, señalando Córdova como errónea la emisión de un
juicio puramente formal, ya que según él las obras de Norah nacen –al igual que
las verdaderas obras de arte– de la parte más real de la vida, algo que a su
vez posibilita el sentido espiritual y eterno de las creaciones, imponiéndose a
otras cuestiones. Con esta idea como protagonista, el poeta señala además otras
cuestiones como la sensibilidad moderna –plasmada en distintas características
formales–, la relación real entre el arte Prerrenacentista y el creado por
Borges o la infantilización, analizada desde una perspectiva distinta a lo
usual (Córdova Iturburu, 1930).
Las últimas críticas que veremos son ya posteriores al asentamiento de
Norah Borges en España durante 1932 y promueven una visión cimentada sobre las
obras y comentarios publicados en los medios anteriormente; el primero de los
textos fue el realizado por Ramón Gómez de la Serna para ARTE y supone un primer acercamiento a la creadora realizado con
motivo de su visita a Buenos Aires, ciudad que le había “capacitado para
escribir de su pintura” (Gómez de la Serna, 1932). Tras esta afirmación no es
de extrañar que el análisis general de obra y artista gire en torno a la
procedencia de la segunda; Gómez de la Serna comenta brevemente en principio la
xilografía de la etapa de juventud, señalando ya en ella la presencia de la
esencia y el folklore iberoamericano, además de enumerar cualidades generales y
propias de la producción del momento, ofreciendo una visión y un análisis
inédito que influenciaron a otros autores, como se refleja en el texto de Gaceta de Arte dedicado a la artista a
finales de 1933. Finalizaremos con la crítica realizada por Manuel Abril en
1934, texto que consideramos imprescindible para entender la evolución de la
imagen de la artista: la que anteriormente fuera la “dama del ajedrez” pasó a
convertirse en una etérea novia adolescente, cuyos sentimientos e imagen
protagonizarían, independientemente del tema, todos sus lienzos[22]
(Abril, 1934). Se da un juicio que indudablemente enlaza el sexo de la artista
con su estilo, justificándose –sin dársele una concepción negativa– la poesía pictórica
de cada uno de sus cuadros. Una de las primeras frases del texto indica ya los
valores que se señalarán Abril (1934):
“Notad que en las obras de Norah jamás falta una muchacha
pensativa, jovencísima; capullo de recato y de sonrisa que tuerce un poco el
cuello con graciosa melancolía, que inclina un poco la frente con gracia de
flor que pesa en tallo grácil y que medita o espera –más bien permanece–
quieta, obediente a su destino, en saleta de hotelito colonial, en balaustrada románticobarroca de un terrado con macetas, en el banco de
un jardín, en el patinillo tropical, entre hoja verde y columnata blanca”
Como vemos, a esa concepción de pureza y adolescencia se le suma el empleo
del folklore latinoamericano y, tal y como se menciona más adelante, una
técnica artística moderna, característica invariablemente atribuida a la
argentina desde el inicio de su producción:
“Norah Borges pertenece, por su afán, por la orientación
segura de su instinto y de su estilo, a las falanges de la plástica moderna;
pero esa modernidad –que en el fondo es tradición de forma y orden– aplica su
buena pauta a líricos perfumes de un trémulo sentir para el que la niña es
flor, la flor es feminidad y todo es novia” (Abril,1934)
Más allá de la transición estilística y de las distintas visiones sobre
Norah Borges, en el marco cronológico de nuestra investigación encontramos
principalmente la representación de la figura humana –bien como protagonista,
bien como mero adorno–, destacando los campesinos, las figuras religiosas, los
ángeles, los músicos y los trabajadores del circo, muchos de los cuales cuentan
con un remarcable peso dentro de la iconografía de la argentina. Es complicado,
sin embargo, determinar el momento de creación exacta de las piezas, por lo que
las obras seleccionadas se caracterizan por su publicación en medios españoles
–tomando de estos la fecha aproximada– y/o por la certeza de que fueron
realizadas en España o tras su primera visita al país, algo en ocasiones
determinado por el tema representado. Del mismo modo, el total de las obras
incluidas responden al grabado o al dibujo y tienden a datarse entre las dos
primeras estancias españolas, algo debido a una participación más activa en las
revistas.
a) Paisajes y escenas arquitectónicas
La representación del paisaje contó con gran importancia una vez que Norah
Borges visitó por primera vez Mallorca, puesto que el descubrimiento del mundo
rural inundó su producción no sólo de escenas de campesinas, sino también de
imágenes del campo que se sumaron a otras propias de la ciudad; no en vano, la
primera publicación de la artista en Grecia
incluyó El Pomar, un grabado
centrado en la agricultura. Las dos obras que creemos necesario destacar no se
incluyen, sin embargo, dentro de este tipo de paisaje, sino que se centran en
las vistas urbanas, algo que les aporta gran vanguardismo.
La primera de ellas es el interesante Palcos
(ca. 1920, xilograbado) (ver Figura 3), una escena arquitectónica propia de
la modernidad en la que se reproduce con gran planitud y multiplicidad de
puntos de vista una sección de un alto bloque de pisos que queda coronado por
el sol y muestra en sus ventanas, como si de escaparates se tratasen, el
desarrollo de distintas actividades entre las que destacan: en la esquina
inferior izquierda una figura tocando un violonchelo, inserta en un tema –el
musical– usual en la obra de Borges; en la ventana central interior una figura
sentada en una mesa en la que parece reproducirse un bodegón, posible alusión
al bodegón cubista junto a la ventana con un nuevo punto de vista; sobre ella,
una figura confeccionando en una máquina de coser; y, a su lado, alguien
asomado a una ventana protagonizada por un gran cortinaje recogido, acaso la
reinterpretación del famoso tema español de las damas en la ventana[23]
(Rodríguez Roldán, 2023; 2024).
Figura
3
Palcos
Norah Borges. Xilografía (ca. 1920), publicada en Grecia (nºXLV, 01-07-1920). Imagen procedente de los fondos de la
Biblioteca Nacional de España.
La siguiente pieza es el interesante dibujo Plaza Nueva de Sevilla (ca. primera mitad de 1920) (ver Figura 4),
obra que, pese a haber sido publicada en 1927, responde técnica y temáticamente
a la producción de la primera visita a España: se trata de la representación de
un espacio real de la capital andaluza posiblemente realizada con carboncillos,
tal y como señalan los distintos grados de sombreado y las líneas, profundas y
oscuras, pero de gran flexibilidad, diferencia fundamental con los grabados del
momento. El esquema seguido, sin embargo, se relaciona directamente con el de
las xilografías, incorporándose de nuevo distintos puntos de vista y, en este
caso, una notable planitud combinada con la profundidad aportada por varias de
las líneas; la distribución de la imagen recuerda incluso a la de Palcos, empleándose de nuevo una
cuadrícula que divide el espacio en seis secciones: las inferiores,
incompletas, poseen una serie de sombras y reflejos que nos recuerdan al agua,
quedando además separadas de las escenas superiores mediante una baranda con
barrotes que podría indicar que se representa uno de los puentes sevillanos que
cruzan el Guadalquivir; por encima, encontramos las únicas escenas completas,
protagonizando la de nuestra izquierda una pareja –representada con una
perspectiva distinta a la general– sentándose o bailando y enmarcada por una
línea superior y una lateral –que conforma a su vez el tronco de una palmera–,
que recuerda al escaparate o ventana de un café y la de nuestra derecha una viandante
que camina siguiendo la presunta baranda[24],
quedando en segundo plano palmeras y una calle profunda con otro personaje,
posiblemente un hombre con sombrero y un bulto ante una puerta; a estas les
siguen a la izquierda un cuerpo arquitectónico con ventanas, una farola
encendida delante y lo que parece la zona superior de la Giralda –de nuevo con
un punto de vista distinto– y a la derecha la continuación de la imagen
inferior, con el punto de fuga dado por la calle y las casas y una posible luna
llena; por último, vemos una pequeña parte del espacio que quedaría a la
izquierda con el remate de la Giralda y apenas una esquina del de la derecha,
ya en los límites del soporte. En general, la obra parece recoger monumentos,
lugares y escenas presenciados en Sevilla, siendo una pieza de carácter
alegórico y no la representación de la Plaza Nueva como tal.
Figura
4
Plaza
Nueva de Sevilla
Norah Borges. Posiblemente carbón sobre papel (ca. primera mitad de 1920), publicada en Papel de Aleluyas (nº2, 01-08-1927).
b) Obra religiosa
A lo largo de toda su producción, Norah Borges trabajó también el tema
religioso, plasmando escenas y personajes –principalmente ángeles y santas– en
ocasiones con una iconografía clásica representada mediante pautas
vanguardistas y en otras con una pasmosa novedad; entre las primeras
encontramos La Verónica (ca. 1921,
xilograbado) (ver Figura 5), una composición rectangular en la que distinguimos
un registro superior ocupado por un ángel y uno medio y bajo ocupado por la
sábana santa y la figura de Verónica, trabajándose los rostros de la mujer y
del ángel de la misma forma –con caras redondeadas de rasgos primitivistas y
muy asexuales– mientras que en el de Cristo se emplea un esquema de óvalo y
rasgos cercanos a concepciones como la bizantina. La geometría curva domina la
imagen –que además presenta unas líneas típicas de la etapa como elemento de
relleno, volumen, sombras y contraste–, y todos los elementos se representan de
frente menos el cuello del ángel y las piernas cruzadas de Verónica, que aparecen
de perfil creando profundidad y dando lugar a un juego de perspectivas.
Figura
5
La
Verónica
Norah Borges. Xilografía (ca. 1921), publicada en V-LTRA (nº1, 27-01-1921). Imagen procedente de los fondos de la Biblioteca Nacional de España.
Con respecto a las segundas, nos parecen interesantes dos composiciones
realizadas en torno a la que identificamos como Eva: la primera, S.T. (ca. 1921, xilografía) (ver Figura
6), incluye, al igual que la anterior, características de otros temas, culturas
o momentos, en este caso clásicas –por el tratamiento de Venus de la
protagonista– y vanguardistas –por el tema del baño y la noción de voyeurismo, esquema empleado en la imagen–, resultando
obras atemporales que no sólo son muestras de vanguardia, sino también de un
profundo conocimiento e interés por las representaciones de distintos temas a
lo largo de la historia. La supuesta Eva –acompañada por un ángel con una hoja
de palma– se encuentra desnuda, pero se trata de una desnudez poco llamativa,
importando más la representación del tema en sí[25]:
empezando por la zona inferior, se advierten unos muslos redondeados “cortados”
en la zona superior por una serie de figuras triangulares que finalizan –y
entendemos que simbolizan– en el sexo de la representada, naciendo de la
intersección entre el muslo en primer plano y la zona de la vulva la línea con
la que se realiza el torso, compuesto a su vez por una línea central principal
prolongada desde la zona baja del estómago –marcado con dos líneas curvas en su
zona más alta– hasta la clavícula, intuyéndose bajo ella dos pechos señalados,
de nuevo, con líneas curvas. De la clavícula nacen además dos largos brazos y,
como un cuerpo independiente, el cuello y la cabeza, el primero con una vista
lateral y la segunda de frente –composición empleada típicamente en los
personajes del momento–; todo ello resulta en un desnudo intuido por el
espectador, pero poco o nada sexualizado –siendo los elementos de mayor
sensualidad las grandes pestañas y el cabello de la mujer– y alejado de la
concepción erótica de las bañistas, además de ser el desnudo poco habitual en
la producción conocida de Norah Borges. En la misma línea encontramos S.T. (ca. 1920, aparentemente tinta
sobre papel) (ver Figura 7), otra presunta Eva en un contexto distinto muy
particular en el que destacan tres elementos: el ser celestial del primer
plano, la pareja desnuda y el espacio en el que se enmarca la escena. Lo
primero que notamos es el susodicho ser, representado con una llamativa
androginia típica del tratamiento del tema angelical, si bien en este caso las
alas quedan sustituidas por un nimbo y lo que recuerda a una túnica
eclesiástica bordada. El gesto y la actitud son igualmente llamativos, puesto
que este ser que formalmente nos recuerda a Jesucristo –en este caso bajo la
concepción como Apolo– llama la atención de la pareja con la mano derecha
mientras ofrece, con la izquierda, una esfera que posiblemente simbolice la fruta prohibida; quizás con esto la artista
ofrece una reinterpretación del tema en la que se simboliza el engaño –metamorfoseándose la
serpiente en un ser aparentemente divino para tentar a los habitantes del
Paraíso– o se “blanquea” el Pecado original, por ser una figura divina el que lo incentiva. Los otros protagonistas son los seres
que avanzan desde el fondo hasta la figura celestial, de los que la desnudez
y la vegetación del entorno
nos hace identificarlos con Adán y
Eva, tema por otra parte coherente dentro de la producción de la artista; la
representación es tan esquemática que apenas se distingue quién es cada uno,
siendo las únicas diferencias que encontramos la línea del bajo vientre y la
cintura más estrecha del personaje de nuestra
izquierda y el semicírculo en la zona alta del
vientre además de las
caderas más anchas de la figura de
la derecha, siendo esta posiblemente Eva puesto que ambas características las
encontramos plasmadas además en la obra anterior. Por último, destaca también
el espacio, posiblemente un monte con un camino central por el que avanzan los
personajes; las zonas delimitadas y rellenas con garabatos parecen representar
vegetación a ambos lados del camino y en el tercer plano, quedando además otro
ámbito en el fondo y la zona superior que identificamos con el cielo. Determinamos, como conclusión, que es posible
que Borges estuviera experimentando –por lo que no sería extraño que el grabado
anterior y este dibujo dataran
de un mismo momento– con la representación del clásico tema de
Adán y Eva, introduciendo en él elementos innovadores
o propios de otros temas y representaciones.
Figura
6
ST
Norah Borges. Xilografía (ca. 1921), publicada en V-LTRA (nº1, 10-02-1921). Imagen procedente de los fondos de la Biblioteca Nacional de España.
Figura
7
ST
Norah Borges. Posiblemente tinta sobre papel (ca. primera mitad de 1920), publicada en Papel de Aleluyas (nº3, 01-09-1927).
Independientemente del grado de novedad, es inevitable ignorar la
repercusión que la tradición religiosa española y su importante patrimonio
debieron suponer para Norah Borges[26],
que poco después de llegar realizó el reconocido España Barroca (ca. 1920, xilografía) (ver Figura 8), posiblemente
el más claro testimonio del impacto de lo español en su producción: en un
formato que recuerda a los tradicionales retablos españoles –enmarcándose la
escena con dos columnas salomónicas y un remate con ornamentos vegetales, todo
sometido a una notable simplificación– se representan una serie de motivos
típicos del folklore hispánico religioso y regional divididos en un registro
celestial superior y uno terrenal inferior. El primero recoge las escenas e
iconografías relacionadas con el cristianismo, siendo el sentimiento religioso
el valor principal destacado por la artista con respecto al país: en el centro,
ubicado en un plano medio, encontramos la figura de un crucificado desnudo y
coronado de espinas cuya cruz divide el plano en dos mitades diferenciadas,
quedando tras él un monte semicircular que presenta por delante la imagen de
una esquemática virgen coronada con el niño y, por detrás, una vista urbana en
la que sobresale como elemento principal una catedral. El plano terrenal
inferior presenta un gran contraste y parece centrarse en la representación de
la pasión: por un lado encontramos una pasión relacionada con la fe religiosa
personificada por una figura situada a los pies de la cruz en una forzada
postura con la que parece rezar; por otro, vemos una pasión profana
representada por los grupos del primer plano, un torero con traje de luces y un
capote acompañado por una dama con vestido y abanico en el suelo a la izquierda
y un guitarrista con una mujer cuya evidente desnudez contrasta con la
representación al otro lado. Creemos además que esta obra, que anteriormente se
ha vinculado con El Greco (Lorenzo Baur & Lorenzo Alcalá, 2006), puede
relacionarse con la famosa Cante hondo (1922)
de Julio Romero de Torres, iniciada dos años después de la publicación en
prensa de la pieza que nos ocupa; si bien el tratamiento del tema de la pasión
es más notable en el lienzo de Romero, compositivamente se encuentra en ambas
notables similitudes tales como el uso del esquema de retablo –indicado en Cante hondo mediante una estructura
arquitectónica–, la existencia de diferentes registros narrativos –en el caso
del cuadro con un primer plano con grupos de personajes individuales y un
fondo– y la disposición de diversos elementos en el lienzo, entre ellos el conjunto
de la alegoría del cante –con una peineta circular en la cabeza y dispuesta
sobre una peana adornada con motivos barrocos–, el ataúd y el galgo, elementos
que visualmente conforman una suerte de cruz central; la figura del asesino en
una postura similar al orador del grabado; y la pareja de la derecha, él con
sombrero cordobés y ella mostrando parcialmente su desnudez y también en un
momento de cortejo o relación sentimental. De ser cierta la teoría de este
estudio, no sólo se demostraría la relación formativa o al menos el encuentro
entre Norah Borges y Julio Romero de Torres, sino que además contribuiría a
reforzar esta teoría: la importancia de Norah Borges en el panorama español fue
mayor de lo estimado hasta ahora.
Figura
8
España
Barroca
Norah
Borges. Xilografía (ca. 1920), publicada en Baleares (nº118,
30-07-1920). Imagen procedente de los fondos de la Biblioteca Nacional de
España.
CONCLUSIONES
La conclusión principal extraída de la
presente investigación es que resulta fundamental descartar la idea de que las
estancias de las mujeres artistas extranjeras en España durante la primera
mitad del siglo XX carecieron de importancia, puesto que supusieron un impacto
en las carreras y vidas de cada creadora –como muestran las adopciones de
temáticas y técnicas propias del folklore nacional–, pero también en el ámbito
sociocultural español, afectando, entre otros, a la concepción que se tenía de
la mujer artista; así, creemos imprescindible reestudiar dichas etapas para
llevar a cabo una puesta en valor objetiva de las mismas. Del mismo modo se
concluye que es imprescindible continuar investigando el fenómeno que nos ocupa
mediante dos cauces: uno centrado en las artistas extranjeras –estudiando sus
etapas españolas, en muchos casos poco valoradas u obviadas– y otro centrado en
las artistas españolas contemporáneas, determinándose cómo afectó la presencia
de sus colegas foráneas en ellas y sus producciones.
Finalmente, se destaca la necesidad de
revalorizar las fuentes primarias propias de la hemerografía debido a su valor
para conseguir una visión más realista de las artistas dentro de la sociedad,
puesto que estas permiten ponderar el impacto y la visión social de los
creadores en un lugar y época concreta, siendo estos y otros datos aportados
–tales como la frecuencia de aparición de las artistas en los medios de
comunicación, la reproducción de sus obras en la prensa y revistas
especializadas o las opiniones propias de las críticas artísticas publicadas–
esenciales especialmente en el caso de las artistas debido a que en muchas
ocasiones son precisamente estos documentos los que nos permiten conocer y
trazar la vida y trayectoria de creadoras ignoradas por la Historia del Arte,
pero referidas en los susodichos medios.
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231-235). Viking Press.
VVAA. (1982). Sonia Delaunay: biografía. En J. Damase
(Ed.), Robert y Sonia Delaunay (pp. 63-75). Fundación Juan
March.
VVAA. (2019). TABLEROS. Revista Internacional de Arte, Literatura
y Crítica (1921-1922). Renacimiento.
[1] Historiadora del Arte, Universidad de
Sevilla, Sevilla (España), rodrol5496@gmail.com, rrodriguez7@us.es, https://orcid.org/0000-0001-5058-2510.
[2] Si bien esta investigación se centra en el
susodicho contexto geográfico e histórico, hay que puntualizar que la laguna
historiográfica existente en torno a las mujeres artistas es un fenómeno
recurrente en otros contextos históricos y geográficos a nivel mundial.
[3] Nuestro Trabajo de Fin de Máster, titulado Artistas
extranjeras en la escena cultural española (1914–1936). Estancia, producción y
repercusión, fue defendido en la Universidad de Sevilla durante junio de
2022; la complejidad, extensión e importancia del tema tratado han dado lugar a
que hayamos continuado la investigación como parte de la Tesis Doctoral,
iniciada a finales del susodicho año y, por ende, todavía inconclusa.
[4] Señalamos también que en nuestra
investigación están siendo utilizados recursos interdisciplinares relacionados
de forma directa con el Arte y Género, como ocurre con Cruz, B.,
Moreno Vera J.R. y Vera Muñoz M.I. (2022). Arte comprometido e igualdad de
género en la enseñanza y aprendizaje de la Historia del Arte. M.E.
Cambil (coord.), A.R. Fernández Paradas (coord.) y N.
Fernández (Eds.) La didáctica de las ciencias sociales ante el reto de
los Objetivos de Desarrollo Sostenible (pp. 707-715). Narcea.
[5] Ello dio lugar a que se centrara la
investigación correspondiente al Trabajo de Fin de Máster en siete artistas:
Victoria Malinowska, Milada Šindlerová, Marie Laurencin, Sonia Delaunay, Olga
Sacharoff, Norah Borges y Maroussia Valero.
[6] Socialmente se contemplaba que la educación
recibida por las damas de la burguesía debía incluir disciplinas adecuadas para
la “naturaleza” del sexo femenino como el dibujo, la pintura, los idiomas o la
música; la práctica de estas no se ligaba por tanto a un quehacer creativo,
sino a un signo de buena educación o al mero entretenimiento, quedando las
creadoras relegadas a un segundo plano y excluidas de los circuitos culturales.
[7] Si bien Sonia Delaunay-Terk
mostró un constante interés por la aplicación de las teorías simultaneístas a distintos campos creativos, el alejamiento
del terreno pictórico dado durante la época que estamos tratando debe
entenderse desde la necesidad de mantener económicamente a su marido e hijo
tras el inicio de la Revolución Rusa, algo que no podía hacer dedicándose a la
pintura.
[8] Como comentamos anteriormente una de las
primeras características de la etapa observadas en Sonia es la vuelta a la
figuración, usándose la imagen del natural como vehículo de exploración de las
representaciones simultaneístas, como se ve en estas
piezas.
[9] La propia Sonia reconoció este hecho, como
se señala en Delaunay-Terk et al. (2017).
[10] En ambos casos se incorpora un fondo
rítmico, pero con una naturaleza distinta: mientras que en la primera obra
parece ser el reflejo de los movimientos realizados anteriormente por la
bailaora, en la segunda refuerza la impresión dada por el vestido.
[11] Pese a realizarse en Portugal, se ha decidido
comentarlo debido a que se considera sumamente interesante; la poca atención
recibida por el tema, así como el escaso material encontrado nos hace imposible
determinar si existen influencias de la anterior estancia en Madrid, tal y como
ocurre con temas como el flamenco.
[12] Pese a que varios autores dudan o niegan
esto, Norah Borges comentó en una entrevista: “Mi hermano se hizo amigo de un
hijo de Romero de Torres. En Madrid tomé algunas lecciones con este pintor,
algunos de cuyos cuadros me gustan mucho. No era muy buen profesor. Les decía
muchos piropos a las modelos”
[13] El estallido de la Primera Guerra Mundial
sorprendió a la familia Borges en Europa, haciendo que se instalaran en Suiza y
posteriormente en España debido a la neutralidad de ambos territorios.
[14] La primera obra data de la primera visita a
Palma de Mallorca, realizada en torno a junio de 1919; la segunda podría
pertenecer al mismo momento o a la segunda visita a la ciudad, dada durante la
segunda mitad de 1920.
[15] Dichas normas prohibían, entre otros, el
acceso de las mujeres a las tertulias, por lo que Jorge Luis supuso en diversas
ocasiones el punto de unión entre Norah y grupos como el mallorquín, el
ultraísta sevillano o los madrileños del Café Pombo y el Café Colonial.
[16] El poema, ornamentado con el segundo de los grabados
aludidos –el hipotético cesto de frutas, “ofrenda” sobre la que se recortaría
la silueta de los amantes–, trata sobre la futura marcha de la amada, lo que
podría aludir al traslado de los Borges a Madrid o incluso a Buenos Aires. Así,
no podemos descartar la existencia de una relación o un interés sentimental por
parte del poeta que, de haberse dado, habría influido en el acceso y
participación de la artista en el grupo ultraísta.
[17] Dicha cenefa presenta dos espacios: uno en el que
distinguimos un sol superior, formas onduladas de distinto grosor bajo él –en
lo que creemos que es una representación del mar– y una forma geométrica
inferior que podría ser la proa de un barco surcando las aguas; la otra parece
ser más clara, distinguiéndose en el registro medio copas y una botella sobre
una superficie y ante un semicírculo blanco –posiblemente una reinterpretación
del bodegón cubista ante la ventana– y, en la zona inferior, dos figuras humanas
de perfil y frente ocupando el primer plano cuyos rostros se asemejan a
máscaras africanas.
[18] En Lorenzo Baur & Lorenzo Alcalá (2006),
esto se relaciona con los estilos de creadoras como Irène
Lagut y María Blanchard.
[19] Es posible que el regreso a América
repercutiera en que Norah Borges no apareciera en los números 3 y 4 –de finales
de febrero y principios de marzo– si bien el último incluye Caminos de
arco-iris de Lucía Sánchez Saornil, dedicado a la
argentina.
[20] Existen numerosas incógnitas sobre este
viaje, en el que visitó además distintos países y ciudades españolas; teniendo
en cuenta las fechas de las publicaciones, así como otras fuentes con las que
hemos trabajado, hemos determinado que la segunda etapa española habría
abarcado aproximadamente desde antes de septiembre de 1923 y entre marzo y mayo
de 1924.
[21] Tema complejo tratado en Lorenzo Alcalá, 2006,
donde se señala que desde el inicio de su formación hasta la década de 1930
Norah Borges se encuentra dividida entre la creación de una obra de vanguardia
relacionada por sus características con lo masculino y la definición de un
estilo menos radical pero asociado a lo femenino según el concepto de la época,
imponiéndose este último a partir de la década señalada.
[22] Al respecto cabe destacar la siguiente frase: “La novia
impúber y angélica; muy femenina ya, pero aún muy niña, está en los cuadros de
Norah, en los dibujos de Norah. ¿Tal y como es ella? Tal vez; pero, ante todo,
tal y como es para el adolescente enamorado”.
[23] No podemos obviar la reinterpretación de
este tema por parte de Marie
Laurencin; si bien desconocemos hasta qué punto, sabemos que Borges
estuvo familiarizada con la producción de Laurencin debido a las distintas
alusiones a la artista y a la inclusión de una de sus obras como ejemplo en
Borges, 1927. Este tema vuelve a aparecer, además, en una obra reproducida en el Almanaque literario
de 1935.
[24] Pensamos que se trata de una mujer por el detalle
con el que se representan sus zapatos, unos tacones altos.
[25] Hemos barajado la posibilidad de que se tratase de una revolucionaria representación de María,
pero la desnudez y los atributos físicos parecen
señalar que se trata de Eva.
[26] Ejemplo de esto es la xilografía La mujer de la mantilla, publicada en el nº43 de Grecia, en el que se mezclan la
iconografía religiosa con la tradición española.