Los reencuentros de Odiseo en Ítaca
DOI:
https://doi.org/10.31381/iusinkarri.vn6.1241Palabras clave:
Amor, Homero, Mito, Ítaca, Razón, Astucia, Belleza, Guerra, Valores moralesResumen
El mito de Odiseo podría ser calificado como uno de los más cercanos al ser humano, de cuantos nos legó la antigüedad griega. Humano, por cuanto Odiseo busca, lucha y sufre porque ama como el ser humano. Muy humano, por cuanto no podemos separar en este mito las peripecias de su fiel esposa Penélope; de su hijo Telémaco; de su padre Laertes; de su madre Anticlea, muerta de dolor por la ausencia de aquel; de su nodriza Euriclea; de su porquerizo Eumeo; de la maga Circe, que transforma en animales a los hombres; la ninfa Calipso, que ofrece la inmortalidad divina a Odiseo; la dulce y pura Nausícaa, junto a la cual Odiseo pudo haber tenido un apacible nuevo hogar en el país de los hombres felices, los feacios. Todos ellos son personajes de honda humanidad, incluido, si así podría decirse, de Argos, aquel animalito que esperó veinte años para alcanzar a ver a su dueño de regreso y darle una postrera muestra de amor y de bien morir: Disfrazado Odiseo, cuando Argos lo reconoce, coleando dejó que la muerte lo atrapara, entonces Ulises desvió su mirada y enjugóse una lágrima. Aquella lágrima que les fuera negada a los dioses del olimpo solo le fue concedido a su viejo perro Argos.
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